De espaldas al gran público
Observando los números, la duda surge: ¿para quién está pensado este baloncesto? Las paupérrimas audiencias televisivas otorgan la primera certeza: vive en un estado semiclandestino, de espaldas al gran público. Esta circunstancia conduce a la perplejidad: ¿cómo es posible?, ¿por qué ha desertado en masa?, ¿es tan poco sugerente? La respuesta, guste o no, es afirmativa. Este baloncesto resulta un producto televisivo menor, con todas las derivaciones negativas.
Una audiencia decente sólo se consigue si a los aficionados incondicionales se les une gente no entendida que se acerca por diversos reclamos. Pueden ser la trascendencia del evento, la identificación con alguno de los participantes, la espectacularidad técnica de la retransmisión, el gancho de los jugadores o la capacidad de entretenimiento de la especialidad.
En deportes con buenas audiencias se ven características comunes. Se tiene o se vende trascendencia máxima en cada partido o carrera. La identificación de (o con) Alonso, Raúl, Nadal, Pedrosa o una camiseta es máxima. Las retransmisiones son cada vez más espectaculares y estos deportistas son reconocidos en el campo y la peluquería. Tienen tanta fuerza estas cuestiones que el éxito televisivo está garantizado.
El baloncesto no tiene donde apoyarse. Durante el 80% del curso se juegan un montón de partidos que, finalmente, conceden una ventaja escuálida. Percepción: hasta las eliminatorias, trascendencia mínima. La necesaria identificación sólo es a escala local, o ni eso. Los cambios en las plantillas, la escasez de estrellas autóctonas o la llegada masiva de jugadores poco atractivos no enganchan a personas ajenas. De las retransmisiones sólo hace falta observar los deportes que pitan y comparar recursos, imaginación, estética y modernidad para hallar las diferencias. Tampoco ayudan los sempiternos conflictos laborales. Los deportes también transmiten rollo.
Por último, un aspecto importante y descorazonador. La comprobación de que la base, el juego y los jugadores, son ignorados como posibles elementos atractivos y de disfrute. Insisto que aludo al aficionado itinerante, ése que se debería acercar a una ventana ahora habitada únicamente por los incondicionales. El juego se ha ido trasladando hacia terrenos más musculares y defensivos. Los entrenadores se han apoderado en demasía de los destinos del juego y muchos pecan de conservadurismo, lo paran, lo dan la vuelta, discrepan con el jugador diferente, quieren tenerlo todo bajo control... Esto ha supuesto que los jugadores no saquen la cabeza y sean simples piezas movidas desde la banda. No se olvide que los equipos y los deportes son caras y ojos, nombres, deportistas. Con éstos fuera de foco, deporte en fuera de juego.
En una época tan competitiva en ocio, el espectador ha dictado sentencia. Su acercamiento al baloncesto sólo se da en momentos puntuales. La selección española no corre peligro de falta de atención, pero sí los clubes. La tendencia no es alentadora. Si no se toman medidas, el baloncesto será un deporte posiblemente satisfactorio para los entendidos, pero ignorado por la gran mayoría televisiva.
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