Una ratonera entre pinos
La presión policial agrava la situación de los inmigrantes, entre ellos niños, que se esconden en bosques de Nador
El camerunés Jonan, de 24 años, lleva un año y medio malviviendo en un bosque marroquí. Pero todo es susceptible de empeorar. "Duermo bajo los árboles. Ahora no tenemos comida ni agua", manifiesta desde su teléfono móvil, escondido en algún punto de los pinares de la provincia de Nador, que lindan con Melilla.
Una veintena de hombres componen el grupo de Jonan, que recibe alimentos de forma regular y clandestina de la asociación española Remar, que también les facilita el medio para recargar el teléfono móvil.
Los subsaharianos, que hasta hace unos meses habían organizado un estable asentamiento chabolista en el monte Gurugú y después pequeños campamentos en los bosques de Nador, se han fragmentado tras los últimos asaltos a las vallas de la frontera de Melilla y las posteriores redadas de militares y fuerzas de seguridad marroquíes.
Jonan pide ocho sacos de dormir y mantas. "Duermen a la intemperie, no pueden montar nada porque los descubren", explica Francisco Doblado, director de Remar en Melilla, que les proporciona comida, medicinas y ropa.
Ninguna mujer deambula por el monte en el grupo de Jonan, pero hay varias. Y niños, que también duermen al raso, bajo los pinos, y que se alimentan pobremente de leche en polvo. Doblado calcula que una quincena de pequeños acompaña a sus progenitores en su incierta aventura hacia un continente que intuyen más favorable. Algunos de esos menores han sido fotografiados por los propios inmigrantes, a instancias de Remar, que les entrega cámaras para que se conviertan en improvisados reporteros de su desventura. Así se les puede ver caminando, protegidos con chaquetones militares cedidos por la asociación, y cocinando entre árboles.
Algunos niños sonríen, ajenos a la persecución policial que ha agravado las condiciones de supervivencia de los inmigrantes que aún no han sido detenidos. Según Remar, entre 300 y 500 pueden seguir escondidos en el bosque, pero son cifras estimativas. Nadie sabe con exactitud cuántos se ocultan ahora. Hay grupos de africanos descorazonados que de forma voluntaria emprenden el camino del sur hacia Oujda, cerca de la frontera con Argelia y cerca de Maghnia, donde se ubica un gran campamento de inmigrantes que aguardan una oportunidad para cruzar el Estrecho. Pero también hay quienes avanzan en dirección norte, hacia los bosques de Nador. Los que bajan, sin ocultarse, a pleno día; y los que suben, con discreción, buscando la noche.
"Antes venían a cualquier hora del día, 10, 15, 20 o 25 personas, pero ahora vienen uno o dos de vez en cuando", informa M., propietario de una tienda frecuentada por los subsaharianos en una zona próxima al cabo Tres Forcas. En la última expedición que recibió el tendero marroquí, le encargaron 10 kilos de pan para el día siguiente. Su compra se limita a cuscús, arroz, aceite, latas de sardinas, habichuelas, pan y agua.
La noche del pasado miércoles, José Palazón y Maite Echarte, fundadores de la asociación Prodein (Pro Derechos de la Infancia), una entidad de Melilla dedicada a dar apoyo a los inmigrantes, preguntaron al tendero si los subsaharianos deben dinero. "Ocho euros", respondió el hombre. Le dieron un billete de diez. "Tenemos ese acuerdo para que les fíen cosas si no tienen dinero, y luego nosotros se lo pagamos", explican antes de describir la dramática situación que sufren los inmigrantes. "Algunos están haciendo agujeros en la tierra para esconderse. No pueden acceder a las fuentes de agua potable porque están vigiladas", lamenta Palazón.
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