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Columna
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Imágenes

Era fin de semana y teníamos una cita con la noche, cuando vimos por la tele las imágenes que nos congelaron el viernes. Empezó a ser duro pensar en celebrar el fin de semana, acudir a la cita de la cena, pasear tranquilamente la ciudad, alargar la noche con copas y risas. Todo eso empezó a parecernos un exceso insoportable al ver las lágrimas de aquellos hombres jóvenes en el trance insoportable de la pérdida de su derecho a ser, simplemente eso, derecho a ser. Alguien había decidido que estaban molestando, que estaban alterando el orden normal de las cosas, que había que quitárnoslos de la vista. Eran negros y pobres. Estaban presionando todos los presionadores profesionales, andaban babeando en busca de los réditos del oportunismo, exigiendo durezas y decisiones inmediatas y el gobierno cometió el tremendo error de flaquear: echó sin ninguna garantía a esos negros, a esos hombres en busca de derechos, a esos seres humanos inocentemente convencidos de que tenían derecho a un futuro que habían soñado amable y digno. Lo que esperaban encontrar al final de su dolorosa aventura, no existía. Era viernes y las imágenes de aquellos hombres abandonados a su suerte en el desierto se nos atravesaron en la garganta. Ninguna persona de buena volunta y condición podrá olvidar fácilmente las lágrimas de aquel joven subsahariano que desde el interior del autobús de la infamia, en medio del desierto, gritaba a las cámaras de la televisión: "¡Por favor, ayúdennos"! Se nos congeló el viernes, se cerró en aquella imagen. ¿Dónde estará ahora aquel joven? ¡Qué habrá sido hasta hoy de él? ¿Qué será de él en los próximos días y meses? ¿Cuándo dejará de llorar? ¿Quién recibirá su desolación? ¿Quién calmará su terror? ¿Cómo se llamará? ¿Cuántas lágrimas habrá derramado su madre desde que se fue de casa? ¿Habrá visto esa madre las imágenes de su hijo preso en un autobús en pleno infierno, en pleno abandono, a lágrima viva?...

En un lugar de Andalucía, la madrugada del martes al miércoles, aprovechando la complicidad de la oscuridad, un número indeterminado de personas que hablaba español, se enfundó unas capuchas, atravesó la noche y apaleó a tres inmigrantes marroquíes en un cortijo de Níjar. Los encapuchados portaban pistolas. Los inmigrantes dormían...

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