El 'proceso'
Hace un siglo se descubrió que para ser patriota vasco bastaba con hablar patrióticamente mal en castellano. Siguiendo esta máxima, el vocabulario político de los vascos no ha dejado desde entonces de encogerse, a la vez que se ensanchaban sus significados telúricos.
De esta manera hemos ido avanzando hacia la sabiduría prehistórica. Este viaje requería de la ayuda de un guía. Y no sólo de un partido guía, pues ¿quién guiará al partido guía? Una vez jubilado Arzalluz, la misión de conducirnos hacia el minimalismo lingüístico estaba reservada a otro mensajero entre el Averno y los mortales. Ni del lehendakari ni de Imaz podría esperarse tal cosa. Sólo quedaba Otegi.
Cada vez que Arnaldo regresaba del lado oscuro, o sea, del "otro lado", todos le preguntaban ansiosos: ¿Qué? Y lo mismo que antes Arzalluz contestaba: "Van a suceder cosas", ahora Arnaldo responde: "El conflicto, todo reposa en el conflicto".
Hasta que el "conflicto" se ha convertido en un chicle indespegable de la suela del lenguaje político. Ahora el mensajero hermético ha empezado a proclamar: "Proceso, proceso... Todo depende del proceso".
Urgido a aclarar el concepto, ha dicho: "Se pide a ETA que abandone la violencia, pero también el Estado español y el francés han de renunciar a la violencia. Sólo así será posible que se inicie el proceso".
Quería probar los efectos de mi constante crítica al método de valoración conocido como ¿qué hay de malo en ello? Así que he consultado a mis alumnos. ¿Qué hay de malo en que el Estado, que exige la desaparición de la violencia terrorista, a su vez, renuncie al empleo de la violencia legítima?
Me han contestado en plan gallego-roussoniano que donde no ven nada de malo es en que yo renuncie a la violencia y deje de obligarles a hacer en clase mi legítima voluntad.
Nunca les había visto tan unidos como en esa reivindicación hasta que uno de ellos ha cogido el rotulador de un compañero y en seguida ha estallado la pelea, demostrando que, como decía Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre. He debido intervenir como inexorable fuerza represora, mientras otros alumnos me exigían que pusiera un poco de orden.
Retornada la paz, he aprovechado para explicarles que la mejor forma de vivir en libertad es dotarnos de una reglas y poner en manos del Estado el monopolio en el uso de la fuerza que garantice su cumplimiento.
El más espabilado de la clase me ha contestado: "Profa, en el Estado será como usted dice, pero las reglas de usted, ¿cuándo las hemos votado?" Al salir de clase me he encontrado con un amigo profesor en la universidad donde da clase de Derecho Constitucional. Venía muy deprimido, porque ha planteado la misma cuestión que yo a sus alumnos y ha obtenido el silencio por respuesta.
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