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FESTIVAL DE SITGES

La película tailandesa 'Shutter' cae en los clichés del cine de fantasmas

Fue ayer un día con fantasmas en el Festival de Sitges. Lo fue porque una de las películas en competición, la tailandesa Shutter, de los debutantes Parkpoom Wongpoom y Banjong Pisanthanakun, va de ellos. Lo fue por el preestreno de Frágiles, de Jaume Balagueró. Y lo fue por la inauguración de la sección Seven Chances / Semana de la Crítica, con la interesante Rois et reines, del francés Arnaud Desplechin, que se aleja de lo fantástico para bucear en la azarosa existencia de una galerista a quien un hecho imprevisto le cambia la vida.

Completó la apretada jornada otra película tailandesa, Citizen Dog, de Wisit Sasanatieng, una simpática, bien que decididamente marciana historia de amor con final previsible y forzosamente feliz, proyectada en la este año muy reforzada sección Noves Visions.

Shutter venía precedida por sus impresionantes cifras de recaudación no sólo en su Tailandia natal, sino también en otros países asiáticos. Y la razón de dicho éxito es simple: la película, que no escapa de los clichés habituales del cine con fantasmas, tal como los reelaboró hace unos años la versión japonesa de The ring, garantiza al amante de este tipo de ficciones la dosis suficiente de adrenalina y trampas, sin las cuales un producto de esta naturaleza no sería siquiera concebible. Historia de una venganza, la de un innominado fantasma contra un grupo de hombres por algo que sólo sabremos muy avanzada la trama, tiene desparpajo, pero abusa inmoderadamente del susto y de las secuencias oníricas, lo que probablemente le garantice el éxito de público, pero desde luego no un lugar destacado en el palmarés.

En cambio, la otra película tailandesa tiene infinitamente más gracia y entidad. Su director es un reciente conocido del público hispano, no en vano su película anterior, el iconoclasta western Las lágrimas del tigre negro, encontró su lugar en las carteleras de hace un par de temporadas. La historia que cuenta el filme se resume muy sucintamente: un chico del campo emigra a Bangkok y allí se encuentra con su alma gemela, una limpiadora de la que se enamorará más allá de cualquier desmayo. Sin más. Lo que le da originalidad al filme son otras cosas: un empleo sagaz e inteligente de los clichés del cine americano, desde el musical hasta el fantástico, y el colorido y la estridencia de la publicidad, para contar un mensaje de indisimulada ironía: no todo lo bueno le vendrá a un país del Tercer Mundo de los turistas occidentales...

Por completo alejada de los cánones fantásticos, Rois et reines, sexta realización de uno de los más inspirados creadores del cine francés contemporáneo, aunque olvidado por la exhibición española, Arnaud Desplechin, es un retrato prolijo e inclemente -más de dos horas y media de duración: he ahí su escasa comercialidad- de una mujer en la treintena, de sus amantes, de sus debilidades, de sus silencios. Es un filme que no cuenta certezas, sino que va explorando los caminos que él mismo se abre, no siempre con contención -se habla aquí de todo lo que se puede, y debe, hablar en una película con ambiciones: del amor, de la traición, del sufrimiento, de la muerte-, pero siempre con un punto de estímulo y un respeto por el trabajo de sus espectadores que se agradece, y no poco, en un festival como el que este año estamos soportando.

Banjong Pisanthanakun (izquierda) y Parkpoom Wongpoom.
Banjong Pisanthanakun (izquierda) y Parkpoom Wongpoom.
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