'Siete espadas', el filme de artes marciales de Tsui Hark, abre Sitges
Dave McKean presenta su alegoría onírica 'Mirrormask'
Viene de inaugurar el festival de Venecia, pero su lugar está mucho más en Sitges que en la laguna véneta. Siete espadas, del hongkonés Tsui Hark, dejó contenta a la parroquia amante de las artes marciales y el cine de gran inversión. La ración de fantasía en estado puro corrió por cuenta de una desbordante alegoría onírica británica, Mirrormask, de Dave McKean, con una brillante imaginería de efectos visuales de Lisa Henson.
Henson dictó ayer en Sitges una conferencia sobre la materia y hoy recibirá un premio póstumo concedido a la trayectoria de su padre, Jim Henson.
Un thriller de hermanos gemelos y turbios sentimientos, Trouble, del belga Harry Cleven, permitió no sólo el lucimiento de uno de los actores franceses más en forma, Benoît Magimel, sino la dosis de fantasía hábilmente mezclada con hemoglobina, que es una de las marcas distintivas del festival. Y por si faltaba algo, el indescriptible Takashi Miike propuso su oferta de terror para niños, en Yokai daisenso, que hunde su inspiración en las raíces del folclor fantástico nipón.
Siete espadas es algo así como la respuesta china al gran espectáculo de proveniencia americana. El filme, que dura sus buenas dos horas y media, mezcla con habilidad viejas historias chinas de artes marciales, con sus aéreas, imposibles coreografías, con una estructura idéntica a la de uno de los clásicos del gran Akira Kurosawa, Los siete samuráis, vale decir, la unión de siete hombres y sus portentosas espadas para salvar a los habitantes de un poblado contra los desmanes de un ejército de guerreros profesionales, tan crueles como insuperables en el combate resultan los siete justicieros.
Con habilidad no exenta de un cierto hermetismo (a veces se hace difícil saber por qué los personajes actúan como lo hacen), Hark hace avanzar su historia mezclando con prudencia el drama humano (hay por lo menos un par de peripecias amorosas, una de ellas con triángulo incluido), los efectos especiales y los mamporros de fina orfebrería. Seguramente no aporta nada a las películas de origen oriental y de parecida temática, que han tenido, en Occidente, su consagración con Tigre y dragón. Pero el caudal de su acción y el desempeño profesional de sus intérpretes hacen de su visión un manjar apetecible para cualquier amante de este tipo de narraciones.
Mirrormask, que es, en cambio, infinitamente más original que el filme chino, tiene otro tipo de problemas: el más notable, que sus propuestas visuales están a años luz de interés y desborde imaginativo que su chata, mínima historia de hija joven con complejo por haber discutido con su madre antes de caer ésta enferma, que encuentra en un larguísimo sueño plagado de metáforas y retruécanos las razones para una vuelta a la normalidad, perdón incluido. No siendo ninguna maravilla, será recordado, en cambio, por el magnífico trabajo de sus responsables de animación y efectos especiales, una combinación que ha hecho del estudio de Jim Henson, responsable del asunto, uno de los más competentes del mundo en estos cometidos.
La abusiva, inabarcable selección a concurso, virtualmente imposible de cubrir por cuanto sus propuestas suelen coincidir a veces en dos salas distintas a la misma hora, también contó con la presencia del infaltable Takashi Miike, uno de los valores seguros descubiertos en España por Sitges. Pero la chapucera e increíble galería de personajes absurdos puesta en imágenes en Yokai daisenso, sólo apta para amantes muy jóvenes de los manga dibujados, no encontró, al menos en este cronista, la adhesión sin desmayos que exige su disfrute. Deben ser cosas de la edad.
Babelia
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