Los subsaharianos se ocultan en Tánger
Unos 300 'sin papeles' se han trasladado del entorno de Ceuta a los montes de la ciudad marroquí. Las redadas de la policía han forzado a otros 700 a mudarse de pensiones de la medina a chabolas en los arrabales
Tres centenares de inmigrantes subsaharianos -hombres, mujeres y niños- procedentes de los montes que rodean Ceuta se han trasladado a los arrabales de Tánger, a unos 100 kilómetros de la ciudad autónoma española, y se ocultan de la policía marroquí en bosques, garajes y chabolas del extrarradio, donde subsisten en condiciones penosas. A ellos se han unido otros 700 que hasta ahora vivían en pensiones de la medina de la ciudad marroquí, a la espera de cruzar el Estrecho en pateras. Desde sus refugios declaran: "Nuestra única esperanza es la intervención de Dios".
Las fuerzas de seguridad marroquíes han desatado una auténtica "cacería de negros" en los bosques de Bel Younech, junto a la valla fronteriza de Ceuta. A la entrada de esos montes, densamente poblados de pinos y alcornoques, se ha establecido un destacamento permanente de las Fuerzas Armadas Reales de Marruecos.
"Tenemos que estar atentos, la policía viene cada semana", afirma un inmigrante
Con la detención de los mafiosos, se quedaron sin contactos con los patrones de las pateras
El antiguo campamento de los subsaharianos ha sido arrasado: el mercado que habían construido en un claro, en donde vendían sal, especias, aceite, té o azúcar ha sido quemado, al igual que los chamizos en los que vivían. Los mehanis o guardias auxiliares que antes acudían al lugar para verlos jugar al fútbol, en lugar de detenerles, han sido sustituidos por soldados que rastrean la zona con los fusiles en ristre.
No obstante, en los montes de los alrededores aún se ocultan unos 300 inmigrantes. Viven al abrigo de los árboles, en pequeños grupos dispersos, para evitar su localización, y se mueven permanentemente para huir de los militares.
Ayer se trasladaron a la zona representantes diplomáticos de Malí y de Senegal para animar a sus compatriotas a que se entregaran para ser repatriados por Marruecos a sus países, cosa que hicieron varias decenas de ellos, según ONG que trabajan en la zona.
Antes de que el Gobierno de Rabat ordenara su captura masiva, compraban alimentos en el pueblo de Castillejos, vecino a Ceuta, y bebían el agua de un manantial del bosque. Ahora sus condiciones de vida son durísimas: carecen de agua potable y de comida. Se refieren a sus escondites como "tranquilos", porque esa es la primera palabra que les dicen los miembros de las ONG españolas que se acercan a ellos: "¡Tranquilos, tranquilos!". Algunos aún se aventuran, agazapados y temerosos como ardillas, hasta los caseríos de los alrededores para pedir un trozo de pan.
En situación similar se hallan otros 300 subsaharianos que han conseguido llegar hasta las afueras de Tánger caminando a través de las montañas, barridas en estas fechas por nieblas permanentes. Allí, en una amplia zona de monte bajo, viven más de 200 hombres, unas 60 mujeres -muchas de ellas embarazadas- y en torno a 30 niños.
Entre ellos hay varios heridos y enfermos que no se atreven a salir de sus escondites por miedo a la policía. Los hombres se turnan para vigilar los caminos de entrada al lugar y dar la alarma cuando se aproximan extraños. Los más temerarios se acercan a la ciudad para mendigar comida y agua, que luego reparten en el monte.
Además, en los arrabales de Tánger se ocultan otros 700 inmigrantes. La mayoría de ellos vivían hasta el verano en pensiones y casas de la medina, a la espera de una oportunidad para cruzar el Estrecho en patera. No son tan pobres como sus compañeros de los bosques, pues muchos de ellos ya habían reunido los 1.500 euros que cuesta la travesía. Pero su suerte comenzó a cambiar el pasado verano, cuando el wali (gobernador) de Marraquesh fue trasladado a la ciudad con el objetivo de "limpiarla".
Una de las primeras cosas que hizo este enviado del Gobierno fue detener a los jefes de la mafia nigeriana que organizaba, junto a las redes marroquíes, el tráfico de subsaharianos hacia Andalucía. Algunos de esos nigerianos vivían en Tánger desde hacía cinco o seis años, y varios de ellos habían aprendido a chapurrear el árabe.
Con la detención de los mafiosos, los subsaharianos se quedaron sin contactos con los patrones de las pateras y, por lo tanto, sin posibilidades de llegar a las costas de Andalucía. Ahora, gastan el dinero que les queda en alquilar viviendas infrahumanas que son asaltadas periódicamente por la policía.
Bright, un nativo de Sierra Leona de 26 años, vive con seis compañeros en una de esas casas de los arrabales de Tánger. El edificio se halla en un descampado, y está a medio construir. La puerta de hierro carece de cerradura y las ventanas están tapadas con cartones. No hay luz ni agua. En el suelo sucio puede verse una pequeña cocina de tres fuegos, conectada a una bombona de camping, donde los siete hombres calientan los pocos alimentos que consiguen mendigando en los alrededores y el agua que cogen en las fuentes.
Mantas dobladas hacen las veces de colchones. El dueño del cuchitril es "un anciano marroquí que simpatiza con los negros", al que los subsaharianos pagan 150 euros mensuales, un precio astronómico para Marruecos.
Hasta hace sólo una semana, allí vivían otras 12 personas. Seis de ellas eran mujeres. Pero el lunes de la semana pasada se presentó la policía. Sólo Bright y sus seis compañeros lograron huir. Uno de los seis varones detenidos saltó por la ventana, se quebró una pierna y ahora está detenido en el hospital. Otro cayó de cabeza desde el tejado y quedó inconsciente. A los demás se los llevaron al desierto. "Contactamos por el teléfono móvil con una de las mujeres que se llevaron", cuentan los inmigrantes. "Hablaba entre jadeos. Sólo repetía: 'Me estoy muriendo".
Bright lleva dos años en Marruecos. Su mujer, Tessy, está embarazada de siete u ocho meses. "Dará a luz sola, porque no tenemos dinero para pagar el hospital. Además, tiene miedo de que la detengan", explica. Tessy permanece escondida en otra vivienda junto a una compañera subsahariana, que será su única ayuda en el parto.
Federico Barreta, de Médicos Sin Fronteras (MSF), cuenta que el miedo a la policía está impidiendo el acceso de los subsaharianos a la sanidad: "Hace poco, una mujer ingresó en el hospital de Tetuán para dar a luz y fue detenida".
Para llegar a Marruecos Bright recorrió cinco países: Liberia, Guinea, Malí, Mauritania y el Sáhara Occidental. Sus compañeros proceden de Sudán, Gambia y Liberia. Uno de ellos muestra sus brazos surcados de largas cicatrices y afirma que se las hizo la policía con un machete: "¡Marruecos es un jodido país racista!", exclama. "Hemos recorrido muchos países, pero en ninguno de ellos hemos encontrado una policía tan brutal". Otros inmigrantes muestran sus torsos cruzados por cortes similares y cuajados de huellas de golpes, y sus muñecas y tobillos marcados por grilletes. "Entenderíamos que nos detuvieran y nos devolvieran a nuestro países, pero no comprendemos que nos lleven al desierto para que muramos".
Los subsaharianos han establecido turnos de vigilancia: "Tenemos que estar atentos, porque la policía sabe que en esta casa viven negros y viene cada semana", cuentan. Con el dinero que reúnen mendigando recargan los móviles para no perder el contacto entre ellos. "La comunicación entre nosotros es fundamental para seguir intentando pasar a Europa". A veces se aventuran hasta una oficina de Western Union, para recoger un envío de dinero.
La situación presente es tan desesperada que Bright y sus compañeros han dejado de confiar en sus propias fuerzas. "Sólo podremos salvarnos si interviene Naciones Unidas o por mediación de Dios. Por favor, necesitamos ayuda".
Campos para los refugiados
Bright y sus seis compañeros de piso aspiran a que Europa reconozca su condición de refugiados. En calidad de tales, han redactado una carta, con la esperanza de que sus peticiones lleguen a manos de Naciones Unidas. Éste es el texto íntegro:
"La mejor solución de Naciones Unidas para los refugiados sería construir campos donde los refugiados pudiéramos ser instruidos y nuestros objetos personales vigilados, haciéndonos así útiles para la sociedad en la que deseamos integrarnos. Es más, la situación actual es drástica. Los negros somos capturados por la policía y llevados al desierto del Sáhara, entre Mauritania y Marruecos. Llegar desde allí a una población donde obtener agua y comida puede llevar entre 18 y 20 días. En cada uno de estos viajes a la frontera, entre 80 y 100 personas son deportadas. De ellas, entre 10 y 20 intentarán volver a Marruecos, mientras que los demás mueren. Hoy muchos refugiados están muriendo en esa frontera. Por favor, necesitamos la ayuda de Naciones Unidas: los refugiados podemos ser útiles a su sociedad el día de mañana".
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