_
_
_
_
Crítica:ESCAPARATE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tinglado de percalina

Jordi Gracia

A los noventa años de su primera edición en 1915, esta breve novela podría no pasar de ser un ejercicio muy levemente cínico de exorcismo sentimental. La escribe un muchacho de veinte años y su sujeto protagonista acaba con la misma edad de su autor aunque sus experiencias escritas en formato de diario, primero, y de memorias, después, retrocedan a ratos a la infancia: alta burguesía y palacios antiguos, querencias romántico-modernistas -con pátina leve de ironía- y un mimetismo logrado de la voz, las mentiras, los énfasis sentimentales de un muchacho que se descubre ante el lector a medida que avanza la novela y cambia de amores, de novias, de espacios, sin perder el tañido orgulloso y altivo de una clase protegida por Dios, con parentescos aristocráticos y conexiones políglotas. Ni en Italia ni en Portugal el fascismo ha alcanzado ni primeros ni últimos objetivos militares, pero ambos países y ambas culturas se pasean por la infancia y juventud de Tarín, como lo hará muy particularmente Francia y sobre todo Italia.

PEQUEÑAS MEMORIAS DE TARÍN

Rafael Sánchez Mazas

Península. Barcelona, 2005

204 páginas. 16 euros

Juan Ramón está a punto de publicar un irreductible Diario de un poeta recién casado, Unamuno ha parido ya, hace nada, una novela genuinamente original y moderna, Niebla, y Valle-Inclán echó a andar sus choles y bradomines en cuatro sonatas hace apenas unos pocos años. Rafael Sánchez Mazas (1894-1966) dedica su primerísima y precoz novela a la autoautopsia sentimental de las naderías de todos, o casi todos, entre los quince y los veinte años, como si la misma trama de la novela fuese una inmaculada e imprevista metáfora del egoísmo de una clase asustada. Retrospectivamente, y después de saber los pasos de Sánchez Mazas como cronista entusiasta de la marcha a Roma de Mussolini seis años después y cofundador de Falange (y su lenguaje), se lee como esa metáfora del origen moral, familiar o doméstico del fascismo: una ideología reaccionaria sin tapujos aunque con muchos disfraces interesados con el fin expreso de cumplir lo que el muchacho sueña, no hacerse mayor, no dejar la adolescencia ni los grabados de La Ilustración, que todo perdure incólume y sin historia ni vísceras, idealizado como los mismos grabados y los tirabuzones de las niñas rubias, como los jardines y las rosaledas; la conservación imperturbable de un mundo que en esos momentos está fundiéndose en la negra gran guerra que anda por los campos de Europa, y que no es nada real en el libro frente a la intimidad sentimental y emotiva de Tarín y las escalinatas de mármol, los gabinetes privados, los sentimientos menudos, las euforias y decepciones de los pocos años: "Quisiera que las ciencias, las artes y los viajes siguiesen siendo libros de estampas", escribe ya con veinte años. Es el miedo a que la experiencia del mundo real, no diferida o atenuada por el artificio humano, estético o de clase, introduzca en el equilibrio perfecto del mundo familiar algo más que desajustes sentimentales y algo mucho peor: la dinámica indócil de fuera, donde todo se descompone y donde ni hay dueño ni novelista capaz de controlar nada porque es la vida real.

No es en absoluto una mala

novela de formación intimista si se advierte bien que ese Tarín enamoradizo y sensible, un poco novelero e infectado de bellas letras, impresionable y rubio, rubio, como los dos tercios, grosso modo, de personajes de la novela, está vigilado por otro, ese amigo que es el autor y que se ha encargado de editar los papeles biográficos que le ha prestado Tarín y a los que ha sometido a una creciente poda porque hay cosas que las niñas no pueden ni deben leer, como si toda la hipocresía y la mala educación de una clase fuese la base moral de unas memorias que no pueden ser veraces porque ruborizarían los perfectos tirabuzones y echarían a perder sin remedio la delicadeza de un mundo de rasos y veladas, de paseos a caballo y partidos de tenis: un mundo perfecto amenazado por la historia, condenado a la ruina si alguien no opone alguna resistencia por la vía que sea, incluido, pensará enseguida Sánchez Mazas, el fascismo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_