Menos cárceles

El sábado 24 de septiembre, con motivo de la celebración del día de la Merced, la directora general de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, apostó por "evitar que la celda sea el destino inevitable de todos los presos condenados", como fórmula para atajar la superpoblación de las prisiones españolas. Y es que, ciertamente, la privación de libertad no debe ser la mejor medida para combatir el delito, cuando nos encontramos ante una realidad penitenciaria totalmente colapsada y con unos elevados niveles de reincidencia.

El hecho de que España sea el país europeo con la mayor ratio de personas presas por habitante sin tener los niveles más altos de delincuencia, debe obligarnos a analizar el uso que estamos haciendo de las penas de prisión; si consigue reinsertar al que cometió un delito y si resarce el daño originado a las víctimas.

En el proceso personal de la persona presa poco debe incidir el paso por prisión cuando tenemos unos niveles de reincidencia que llegan al 65%. Por otro lado, la inauguración de nuevas cárceles en poco alivia el dolor de las víctimas, cuestión que sí se conseguiría mediante una política de seguros automáticos financiados por el Estado, con fórmulas de mediación que ayuden a desactivar el conflicto potenciando el diálogo y el encuentro interpersonal y con redes de apoyo social que incluyan varios tipos de refuerzos.

Un ejemplo del abuso o mal uso que se está haciendo del sistema penitenciario es que nos encontramos con que en España, un 70% de las personas presas padecen problemas de drogodependencias y de salud mental, carencias que la cárcel no puede abordar.

El futuro del sistema penitenciario pasa por reflexionar si la solución a la sobreocupación de nuestras prisiones se sitúa en construir más macrocárceles o en generar, por ejemplo, desde el prisma sanitario, un nuevo marco legal para la política de drogas, redes de centros de rehabilitación para evitar que los drogodependientes delincan y unidades socio-sanitarias para enfermos mentales.