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Reportaje:

Serrat, desnudo y en lo oscuro

El cantautor catalán ofreció ayer en el teatro Albéniz un recital acústico lleno de sencillez y de gran talento

El cantante Joan Manuel Serrat volvió a triunfar en la capital de España, esta vez acompañado exclusivamente de su guitarra española y del maestro Ricardo Miralles. Un Serrat sincero, locuaz, experto contador de historias, pleno de sentido del humor y generoso con su garganta y su tiempo hizo las delicias de un público que, como siempre en la capital, abre su corazón de forma incondicional al más importante e internacional cantante español.

Tras haberle disfrutado de un par de años a esta parte acompañado de su grupo, con los que presentara su último disco de estudio, Versos en la boca, y después al lado de una gran orquesta para dar vida a Serrat sinfónico, el cantante escogió esta vez la desnudez de lo acústico para, una vez más sobre las tablas del teatro Albéniz, desgranar una a una sus canciones, que son, con todo derecho, hermosas poesías.

El músico tenía a la audiencia comiendo en la palma de su mano, embelesada
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De tal modo, Serrat quiso reconocer al principio de la actuación que este local había pasado a convertirse para él en "su casa" en la ciudad de Madrid.

Con Menos tu vientre, preciosos versos de Miguel Hernández musicados en su día por él mismo, se abrió una velada, precediendo a la más conocida de sus composiciones: Mediterráneo. Enseguida habría de verse que Joan Manuel, después de que hace poco en su homenaje a su persona confesase que no pensaba dejarle "su sitio a nadie", había elegido para volver a comparecer ante su público un ambiente musical íntimo.

Era un Serrat que canta y seduce casi al oído. Casi solo ante un rendido público y sin que siquiera le hagan falta modernos auriculares de esos que hacen las veces de monitores de escenario.

La proximidad hecha canción. Un Serrat de andar por casa que sólo había concedido como adorno al espacio escénico la colocación de una mesita de café sobre la que reposaba una botella de cava de la que sirvió dos copas, una para él y otra para su compinche a las teclas, Ricardo Miralles.

Tras atacar directo al corazón de los oyentes con Una mujer desnuda y en lo oscuro y Tu nombre me sabe a yerba, Joan Manuel Serrat se puso padrísimo, que dirían en México, y rememoró el milagro de Esos locos bajitos y haciendo que la ternura se apoderase cual gas sarín hasta del último átomo del recinto.

Pero pronto cambiaba esa misma ternura por otro material sensible: la dulce ironía de un tema que, según el mismo confesó, llevaba muchos años sin tocar: Señora. De ahí y sin sucesión y lógica continuidad, saltó sin red a la reflexión sobre el amor que supera cualquier engaño en Por dignidad y a una inmensa manifestación personal de admiración por la sensualidad: Me gusta todo de ti (pero tu no).

A estas alturas de concierto Serrat tenía a la audiencia comiendo en la palma de su mano, embelesada bien con sus canciones más conocidas, bien con la narración de historias afectuosamente hilarantes acerca de su familia, del momento en el que Miralles y él se conocieron. Serrat narró cómo el desaparecido pianista de jazz Tete Montoliú los presentó a finales de la década de los sesenta "del siglo pasado", bromeó el cantautor.

Los poetas seguían acudiendo a su ayuda con sus versos: machado lo hacía con Cantares, mientras que una canción de hace tres siglos, Canço del lladre, volvía a relatar ese amor que Serrat tiene con los malos que no lo son tanto y que volvió a quedar en evidencia en Una de Piratas. El cantante contó que las historias de bucaneros le acompañaron en las lecturas de su infancia.

El concierto iba a ser de una hora y veinte minutos según programa, pero se estiró hasta las dos horas y fue en la traca final donde el cantante dio efectivamente lo mejor de si, mostrando que de facultades sigue el planea forma expresiva.

Era lo que cada uno de los espectadores esperaba: Disculpe el señor, el emocionante Romance de Curro el Palmo, que interpretó con excepcional sentimiento. Cantó Tarrés -su otro yo al otro lado del espejo-, para finalizar con una inyección de optimismo en vena, Hoy puede ser un gran día.

Los aplausos y las flores obligaron a este pariente de todos, coetáneo o no, a volver a salir a escena para ejecutar dos bises. En el primero brillaron Aquellas pequeñas cosas y Fiesta. En el segundo remató al personal con Lucía.

La noche madrileña sonrió de nuevo como antaño, porque Serrat, a alma desnuda y en la oscuridad del escenario del Teatro Albéniz, había retornado de nuevo junto a sus queridas canciones. Hay que estar de enhorabuena.

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