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Tribuna:EL PROBLEMA DEL AGUA
Tribuna
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Crónica de una crisis anunciada

Se veía venir y más de uno lo habíamos advertido. Y no había que ser adivino. Con el consumo de agua creciendo de manera imparable (para seguir creando riqueza, dicen quienes ignoran la gestión de la demanda) y con los recursos de siempre, la primera sequía (severa, aunque aún breve) tenía que disparar las señales de alarma. Y así ha sido. A la menor perturbación, todos los defectos estructurales de la política del agua han aflorado.

Y lo que es peor. Si no llueve, el futuro se avista sombrío. Porque ni las tuberías que tenemos ni la educación del ciudadano, ni las reglas de juego vigentes ni, en fin, la estructura de la Administración van a permitir minimizar el impacto de la sequía. Pero como mientras llovió quienes mandaron ignoraron que la previsión es la única estrategia válida para combatir con eficacia acontecimientos extremos ligados al medio natural, ahora apenas queda margen de maniobra.

Y así hoy somos más vulnerables que lo fuimos cuando se afrontó la última sequía. De ahí que asuste pensar que se pueda prolongar tanto como aquélla, cinco largos años. El riesgo, producto de la probabilidad de fallo en el suministro por el daño de él derivado, es hoy mayor. Y a los grandes usuarios, que lo saben, les ha dado de los nervios. Lo evidencian los últimos acontecimientos vividos en la cuenca del Júcar, una de las más frágiles del Estado. Se partía de un Plan Hidrológico en el que, para que todos ganasen y nadie perdiese, la igualdad recursos-demanda se ajustó con agua virtual, una igualdad que la sequía ha roto. Y claro, como las confusas reglas de juego propician que nadie se fíe de nadie, el trasvase Júcar-Vinalopó, eufemísticamente vendido como el de la solidaridad entre valencianos, ha saltado por los aires, evidenciándose una vez más que en lo hídrico no es igual dar que recibir.

Inmersos en una severa sequía, la crisis del Júcar-Vinalopó y la consiguiente ruptura del consenso del Júcar ha encrespado los ánimos hasta niveles nunca vistos, llegando el conflicto hasta las Cortes valencianas. De otra parte, como la falta de cimientos sólidos propicia que la política del agua se decida en la calle, Alicante en pleno acaba de manifestarse en defensa del cuestionado Júcar-Vinalopó, del amenazado Tajo-Segura y de cualquier otro trasvase que se ponga a tiro. Vaya, lo lógico en una zona receptora. Con todo, no ha sido una manifestación más. Siendo la misma comunidad la que cede y recibe el agua, al tomar partido en un sentido u otro sólo se defiende a una parte. Por ello, el riesgo de una grave fractura social, "hasta los empresarios lo dicen", no es pequeño.

Pero así es esta política que, esclava de los votos que a cada opción se le suponen, navega a la deriva dando bandazos que cuestan un dineral. Primero se sustituye el agua del Ebro por la del mar, y ahora, cuando ya el 40% de la obra está ejecutada, cambio radical en el trazado desde el Júcar al Vinalopó. ¿Era menester montar tanto tubo para constatar que conviene tomar el agua en otro punto? Con tanto cambio, el espectáculo que venimos dando en Bruselas es de nota. Por ello nada extrañaría que la UE considerase cambiar el perfil profesional de quienes aprueban las subvenciones. Porque ni economistas ni ingenieros, cartesianos ellos, alcanzan a entender lo que aquí pasa. Lo suyo sería el psicoanálisis.

Decíamos,pues, que la política del agua se decide en la calle. Y para prepararla previamente cada cual debe vender su moto. Pero como en el fondo sólo matices separan los discursos de los dos grandes partidos, nadie entiende nada. Asumido el dogma de la falta de agua, hay que invertir todos los esfuerzos en demostrar mayor eficiencia que el adversario en remediar la carencia. Todos, sin excepción, piensan que cualquier estrategia que no contemple un aumento de los recursos hídricos comprometerá su futuro político. Y se equivocan. Porque un discurso centrado en justificar que uno invierte mejor que el oponente es vetusto e impropio del siglo XXI. Y, lo que es peor, tan sutil diferencia en el mensaje convierte el debate del agua en un problema de marketing, donde, cuestión de cultura, el trasvase lleva ventaja.

Porque tal es el arraigo de esta cultura que ni navegando a la deriva se asume la necesidad de enderezar el rumbo. Lo fácil, ya se sabe, es seguir ignorando la realidad y hacer lo de siempre, aun cuando sólo un diagnóstico certero puede curar a un enfermo grave. Nadie, pues, cuestiona con hechos los cimientos de esta política. Se insiste, y no sólo en épocas de sequía, en que falta agua mientras los síntomas (política económica inexistente, redes en mal estado, acuíferos esquilmados y descontrolados, ríos contaminados y exhaustos, consumo desconocido y desbocado, administración inadecuada y desbordada y reglas de juego confusas) evidencian males mucho mayores. España (su consumo unitario bruto casi triplica el de Alemania) no debería, pues, vender más humo. Por contra, con diligencia debiera aplicar el tratamiento de choque que conviene al caso. Implantar políticas económicas que fomenten la eficiencia y educar al ciudadano para que apoye los cambios. Y tan es así que hasta en el extranjero se sabe. En un reciente artículo sobre nuestra sequía, The Economist concluía que la lección a aprender es económica y no tanto medioambiental.

Pero lamentablemente, los tiros aún no van por ahí, aunque la gravedad de la situación (la sequía aún es breve) y la creciente crispación pudiera propiciar la autocrítica en los políticos. De momento, son los regantes del Júcar (han pedido un pacto del agua que posibilite soluciones definitivas y acabe con tanto cambio) quienes han movido ficha. Olvidan, sin embargo, que pactos del agua construidos sobre los inestables cimientos de la política actual ya fracasaron en Aragón y en su Júcar. De hecho, hoy sólo un pacto útil es posible. La abdicación del populismo y de la demagogia fácil que impera. Pero no es probable que el político (hay en juego millones de votos) renuncie a tan apetitoso bocado. Con todo, sólo asumiendo este pacto, el único que allanaría un camino de muy compleja andadura (historia, cultura e intereses creados pesan mucho), estarán a la altura del momento.

Finalizo esta reflexión con la mirada puesta en un futuro del que emergen tres escenarios posibles. Dos, el mejor y el peor, ligados a un otoño lluvioso que acabe con la sequía. Porque lo ideal sería preparar la próxima con el recuerdo de ésta. Pero si, como siempre, las lluvias sirven para aplazar la solución del problema, dejaremos a las futuras generaciones un panorama aún más sombrío. Y puesto que a ellas sí les debemos solidaridad, ese manido concepto que cada cual interpreta como le conviene, tal es el peor escenario. Por último, puede que siga sin llover, una situación que nadie desea, pero que, llegado el caso, hasta pudiera venir bien. Porque si la anhelada lluvia sirve para pasar página, es preferible que la crisis siga. Así, y de una vez por todas, no habrá más remedio que afrontar con toda crudeza la realidad que nos preside. Y es que, por desgracia, no sólo la letra con sangre entra. La cordura hídrica, al parecer, también anda necesitada de sufrimiento.

Enrique Cabrera es catedrático de Mecánica de Fluidos de la Universidad Politécnica de Valencia.

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