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Columna
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Zarandeo

Enfrascados como estamos en una actualidad de Estatutos constitucionales o poco constitucionales, planes urbanísticos sin fin, blindajes de fronteras, y disputas por el agua que no por el vino, podríamos relegar al olvido la vuelta a sus clases de miles de niños y jóvenes cuando el día se acorta y se atenúa el calor. Pero ahí están un curso más esperanzados o desilusionados, tranquilos o inquietos, bulliciosos o introvertidos, con la pizarra delante y un sistema educativo que no da respuesta a sus necesidades escolares detrás. Porque más allá de esta o aquella deficiencia puntual; más allá del tema de las construcciones escolares que se inauguran o que todavía están por levantar; más allá del asunto de la escolarización de alumnos extranjeros que preocupa tanto a los romanos conservadores como a los fenicios progresistas -unos y otros nos gobiernan desde el centro o desde la periferia-. Más allá de cuantos temas concretos interesan y ocupan a los responsables del ámbito educativo de las nuevas generaciones -padres, maestros y administraciones públicas- tropezamos un año más con un sistema educativo inadecuado y zarandeado desde hace algo más de dos décadas por reformas y contrarreformas que nada reforman ni contrarreforman, sino todo lo contrario en un galimatías sin fin. Cualquier observador atento puede constatar que de un sistema educativo regular se pasó a un sistema educativo peor, y no hace falta recurrir a los informes sobre resultados escolares comparativos de organismos internacionales. Y no se trata sólo, aunque también tiene que ver, de los recursos económicos que se le dedican a la escuela, sino de la organización escolar que aterrizó en las tierras hispanas de la mano de la llamada "escuela comprensiva americana" que tantos quebraderos de cabeza les dio y les da a los americanos.

El profesor y sociólogo Peter F. Drucker escribió hace ya como 25 años que esa escuela americana debía "restablecer la capacidad del sistema educativo americano con el fin de proporcionar cultura general a nivel alto", que la escuela y la educación deberían ser algo central en la vida pública americana, que se requería una disciplina en las escuelas, y que esa sería la demanda, y lo estaba siendo ya entonces, de unos padres con un determinado grado de cultura que tienen a los hijos aprendiendo. Pero el estudioso, crítico y progresista Drucker habla de realidades viejas y nuevas en América, viejos y nuevos problemas sociales para los que intenta encontrar una salida.

Aquí en el País Valenciano, y en el resto de tierras hispanas, casi todo hijo de vecino, sin ser Drucker, ofrece mil propuestas y otras tantas soluciones a la deteriorada realidad de nuestro sistema escolar. Un día son los fenicios progresistas en el ayuntamiento de la capital de La Plana quienes proponen que se impartan asignaturas desde la perspectiva de la igualdad de géneros; otro día es la representante de la federación de padres quien indica que los niños han de pasarse más de media vida en los centros escolares, aunque sea ocupados en actividades de tipo lúdico; poco después un uno de esos llamados agentes sociales quien propone cien y pico de enmiendas al proyecto educativo del gobierno Zapatero, que viene a modificar la ley educativa del anterior gobierno, suspendida en parte por el actual; y finalmente viene el responsable de comunicación de las cabezas mitradas a exigir inapelables derechos educativos. Y la barca del sistema educativo navega, zarandeada, sin orientación y sin consensos.

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