Cercado
Vivo en un barrio cercado de Madrid. Rodeado por obras de canalización, de construcción y centenares de vallas.
Un barrio donde el uso del dominio público, las calles y aceras, se ha convertido en un permanente abuso. Donde el sentido del tráfico y la capacidad del viario los determinan empresas eléctricas, distribuidoras de gas y agua y cinco inmobiliarias. ¿Cabe pensar que todas las canalizaciones se hayan roto a la vez? ¿O que vuelvan a romperse de nuevo a los tres meses?
La dejación de funciones en la salvaguarda del bien público por parte de los responsables municipales ha llegado a tal límite que nos hace dudar de su capacidad de priorizar el interés de todos frente al interés de unos pocos.
No tiene sentido alguno mantener cientos de obras simultáneas sin ninguna consideración a las vidas de los ciudadanos que las sufren. El permanente espíritu de sacrificio que se exige de los madrileños en aras de un mañana dorado, de una ciudad perfecta, suena a chiste tras más de 10 años de poner la ciudad patas arriba, de ver cómo se levantan las calles una y otra vez, se remodelan túneles nuevos o se amplían intercambiadores de transporte mal diseñados.
Cada mañana, al ir al trabajo, y cada noche, al sortear el enésimo atasco, debo contener mis ganas de tumbar las vallas de quienes realizan sus negocios privados a costa de la vía pública, respaldados por el propio Ayuntamiento de Madrid. ¿No va a poner nadie fin a este disparate.
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