'El último emperador'
La película de Bernardo Bertolucci, que se regala mañana al comprar EL PAÍS, inicia la colección de cine europeo
Una de las más hermosas películas de Bernardo Bertolucci, ganadora de nueve oscars de Hollywood (mejor película, director, fotografía, música, guión, montaje, sonido, vestuario y dirección artística), El último emperador es, en palabras de su autor, "la historia de una metamorfosis, la de Pu Yi, de emperador a ciudadano, de oruga a mariposa, de dragón a jardinero".
La vida de Pu Yi fue tan extraña como fascinante: emperador de China a los tres años de edad, fue obligado a abdicar dos años más tarde. Recluido en la Ciudad Prohibida, el niño vivió como un prisionero aunque recibiendo trato de emperador. En 1931 aceptó ser elegido por los japoneses como emperador títere de Manchuria: su única elección libre, y su mayor error. Al perder los japoneses la guerra, acabó encarcelado en la Unión Soviética; nueve años después fue reenviado a China donde, acusado de traidor, fue "reeducado" hasta quedar convencido de las virtudes de la Revolución Cultural.
Peculiar biografía que hechizó a Bertolucci: "Es un apólogo moral y político conmovedor: el viaje de un hombre de la oscuridad a la luz". El productor independiente Jeremy Thomas convenció a las autoridades chinas para que se les permitiera filmar en el interior de la Ciudad Prohibida, lo que para una producción occidental ocurría por primera vez.
Con un presupuesto de 25 millones de dólares, 23 semanas de rodaje, fotografía de Vittorio Storaro ("que convierte la metáfora en un hecho visual", según Bertolucci), música de Ryuichi Sakamoto y David Byrne, y una duración de 160 minutos, El último emperador acabó siendo un "festival del barroco moderno, suntuoso y cálido", en palabras de Haro Tecglen.
Tras realizar laboriosas pruebas quedaron finalmente seleccionados los intérpretes que debían encarnar al emperador en cuatro edades distintas: a los 3, 8, 15 y 18 años, siendo éste último el mismo actor que debía dar vida a Pu Yi hasta el final de sus días. Este fue el hongkonés John Lone, que había intervenido en Manhattan Sur, de Michael Cimino ("tiene un rostro sin edad, hermosísimo", opinó Bertolucci). Para el personaje del tutor británico, una vez descartado Sean Connery, entró en escena Peter O'Toole, que recibió por este trabajo el David de Donatello de 1988.
Sobre El último emperador se escribió que "es obvio que Bertolucci vio en esta historia un amplio fresco político, humano e histórico de nuestro siglo, con las posibilidades épicas de un Novecento. Sin duda alguna, El último emperador es un espectáculo visual espléndido, un cine que no ahorra en sus medios y su expresividad. Pero esta espectacularidad no es la del exhibicionismo externo sino la exigida por la historia misma".
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