_
_
_
_

Argelia vota sin entusiasmo la ley de reconciliación del presidente Buteflika

El ministro del Interior anunció que la participación en el referéndum fue del 79,49%

"¿Quién no está por la paz?", se preguntaba Ahmed, un sexagenario argelino, mientras depositaba en la urna una papeleta blanca con un a la Carta para la Paz y la Reconciliación Nacional con la que el presidente Abdelaziz Buteflika pretende pasar página a la guerra civil larvada que vivió Argelia desde 1992. La afluencia de votantes en el referéndum en los colegios electorales de Argel y sus alrededores recorridos por la prensa internacional era más bien escasa pese a la machacona campaña propagandística del Gobierno.

Oficialmente, la tasa de participación fue del 79,49%, según anunció anoche el ministro argelino del Interior, Yazid Zerhuni.

Más información
Los terroristas de Cabilia rechazan la oferta
El 97% de los argelinos da su aprobación a la ley de reconciliación nacional

Minutos antes de las diez, Buteflika se presentó, acompañado de una reducida escolta policial, en el colegio electoral Bechir Ibrahimi para depositar su voto. Se abstuvo de hacer declaraciones pero sus lugartenientes y los cabecillas de los partidos que le apoyan no se privaron, en cambio, de pedir de nuevo, ayer mismo, a los argelinos que acudieran en masa a votar para respaldar la Carta.

La radio y la televisión pública, la única existente, seguían difundiendo ayer cuñas y canciones incitando a los 18,3 millones de electores inscritos -sobre un total de 32 millones de habitantes- a desplazarse a los colegios para "decir sí a una Argelia con futuro".

El proyecto sometido a referéndum prevé prácticamente una amnistía para todos los terroristas islamistas, encarcelados, huidos o que están aún alzados en armas, que no hayan perpetrado matanzas colectivas. Los miembros de las fuerzas de seguridad que hayan secuestrado y asesinado a simpatizantes islamistas se libran también de la justicia, aunque el Estado indemnizará a los familias de las víctimas.

Tras la interrupción por el Ejército, en enero de 1992, de unas elecciones que hubiesen dado la victoria al Frente Islámico de Salvación, empezó en Argelia una guerra civil larvada que se cobró 150.000 muertos, entre 6.000 y 18.000 desaparecidos, 1,5 millones de desplazados y que costó 23.000 millones de euros.

Pese a la insistente propaganda, las aglomeraciones de votantes fueron inexistentes en los colegios visitados por la prensa extranjera, pero no así en los que mostró la televisión argelina. Por eso es casi seguro que la cifra definitiva de participación -a las cinco de la tarde era ya del 65%- contradiga, cuando se dé a conocer, la impresión que sacaron los periodistas.

Escasos electores

En Bab el Ued, un barrio popular de Argel, o en Hydra, una zona residencial, apenas había electores durante la mañana. A la hora de la comida los funcionarios adscritos a los 40.000 colegios degustaban los bocadillos que les había suministrado el Ministerio del Interior sin ser interrumpidos por los votantes. Tradicionalmente, la participación es más elevada en las pequeñas ciudades y en las zonas rurales.

Como de costumbre, la afluencia fue más baja en la región rebelde de la Cabilia, poblada por bereberes, según reconoció incluso la radio estatal. Los partidos y tribus locales propugnaron el boicoteo de la consulta. Buteflika les irritó al proclamar, durante un mitin, que el árabe seguirá siendo el único idioma oficial de Argelia aunque el tamazig o bereber hablado en Cabilia, es ya una lengua nacional reconocida por la Constitución.

"Me gusta la idea de la reconciliación aunque creo que se podían haber hecho las cosas de otra manera", afirmaba Nuredin Brahiti, un marinero, en el colegio de Masinissa en Bab el Ued. "Antes de dar el paso se podía haber investigado más sobre quién asesinó", añadió. "Aun así merece la pena decir sí, concluía resumiendo una opinión bastante común entre los que se acercaban a las urnas. Todos los entrevistados por este corresponsal declararon haber votado sí.

El no lo encarnó Jadiya Zahal, la viuda de un soldado degollado por islamistas en Blida, que quemó su tarjeta de votante ante la tumba de su marido en el cementerio de esa pequeña ciudad, asolada por el terrorismo en la década de los noventa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_