Al sur de Marruecos, los ríos están secos
Harto de que un interlocutor se empeñara en asegurar que con menos abortos habría más cotizantes y se podría garantizar mejor el futuro de la Seguridad Social, el secretario de Estado de Educación de Estados Unidos, Bill Bennet, puso el otro día, en un programa de radio, otro ejemplo brutal de extrapolación ridícula: "También es verdad que si el único propósito de este país fuera reducir el crimen, se podría provocar el aborto de todos los niños negros y la tasa de criminalidad descendería automáticamente. Pero es algo imposible, ridículo y moralmente reprensible".
Pues eso. Quizás con más gendarmería marroquí, más guardias civiles, más alambradas (mejor ligeramente electrificadas, como proponía recientemente una oyente en un programa de radio español) o incluso, con el Ejército, se pueda conseguir que menos subsaharianos se lancen al asalto de lo que este periódico definía ayer como "la frontera con mayor diferencia de renta de la Tierra". Quizás aumentara la seguridad. Pero quizás también sea imposible, ridículo y moralmente reprensible. Por lo menos, aceptemos que pedir a las autoridades marroquíes que apaleen a esos inmigrantes antes de que se acerquen a la frontera española (que es lo que llevamos haciendo desde hace varios días) es ligeramente cínico.
Cierto que no sería responsable abrir las fronteras de Ceuta y Melilla a todos los inmigrantes africanos y que las visiones ingenuas de la realidad terminan por provocar todavía más tragedias. Pero admitamos que negarse a ver la realidad también suele acabar en un drama. Aceptemos que dejar a su suerte a los subsaharianos que han abandonado sus países de origen y se lanzan como pueden hacia el norte, es una gran crueldad. Las cosas son así. En África hay una sequía larga y severa, peor que la española, y miles de personas, las más fuertes, piensan en emigrar. Al sur de Marruecos, los ríos están secos. En el propio Marruecos, en el Atlas central, hay un 45% menos de agua que en años anteriores. Se calcula que la campaña agrícola en esa zona va a ser un 40% inferior a la de otros años y que la producción de cereales bajará más de un 57%. Datos estremecedores para una zona que nunca ha sido rica y en la que la única esperanza procede de los miembros de la familia que han conseguido emigrar.
Démosle armas adecuadas a los gendarmes marroquíes para que no disparen contra los inmigrantes subsaharianos y se limiten a apalearlos lejos de nuestra vista, hagamos las vallas unos metros más altas. Dicen que no queda más remedio. "Quizás" era la palabra clave en casi todas las obras de teatro de Samuel Beckett. Bueno. Pero no nos creamos que la sequía va a desaparecer, los cereales van a crecer y que "ellos" van a dejar de intentarlo.
Para lograr todo eso sería mejor avanzar en la Alianza contra el Hambre y la Pobreza (AHP) a la que España se sumó hace un año, menos conocida que la Alianza de Civilizaciones, pero con objetivos más concretos. El Gobierno español se ha negado hasta ahora a respaldar la idea francesa de gravar con un pequeño impuesto todos los billetes de avión, para destinar ese dinero a países africanos. Zapatero teme por el turismo y es posible que a los turistas les incomodara mucho. A los españoles seguro que no: estamos acostumbrados, por ejemplo, a pagar tres sobretasas en los recibos de la luz, dos para ayudar a los accionistas de las compañías eléctricas afectados por el parón nuclear y por la desaparición de los monopolios (los llamados Costes de Transición a la Competencia que suponen nada menos que un billón de las antiguas pesetas) y otra, menor, para financiar la minería asturiana. Una pequeña tasa sobre los billetes de avión para ayudar a los subsaharianos no nos asustaría mucho.
La "otra" Alianza, el Tratado Internacional para el control de venta de armas ligeras, la reforma de la Política Agraria Común (PAC) y los acuerdos de la próxima reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC), en Hong Kong, son los lugares en los que se puede luchar de verdad contra las avalanchas de Melilla y de Ceuta. El resto, incluida la cumbre de ayer en Sevilla, son "extrapolaciones ridículas". solg@elpais.es
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