La siembra de la duda
El nacionalismo tiene mala prensa. En realidad, casi todos los intelectuales dignos de tal nombre lo consideran una plaga temible. Nacionalistas conscientes, que son una fracción, echan mano de argumentos candorosos para desembarazarse del estigma. "Quiero la independencia para dejar de ser nacionalista", dice Bargalló y otros de Esquerra Republicana. Con una diferencia de matiz, es lo que decía Joan Fuster: "Soy nacionalista porque me obligan a serlo". O sea, que el nacionalismo de estos señores no es un sentimiento espontáneo, sino una táctica impuesta por las circunstancias. (?)
La rebelión contra una dictadura y contra un centralismo obsceno puede activar una resistencia más o menos heroica, pero no un sentimiento nacionalista a menos que éste ya se lleve dentro. Mucha gente no nacionalista luchó contra Franco, perdió la vida, se exilió, o simplemente abandonó el país a la primera ocasión. Me encuentro entre estos últimos.
Ya para Marx, el nacionalismo era una representación entre tantas de la pirámide del poder estatal. La "nación" es un factor que contribuye a la división interna y externa; pero no es contenido, sino continente, no es fondo sino forma, producto -entre otros-, de la manipulación de los poseedores. Sirve para atizar el fuego, según convenga, de unas diferencias que no irían mucho más allá del umbral de lo anecdótico si se las dejara quietas. De ahí que Marx hablara muy poco de nación y mucho de Estado; al que por cierto, no quería destruir, sino que se destruyera a sí mismo. De ahí su odio a los anarquistas. Erich Fromm ha ido más lejos que Marx, pues según él, el individuo es lo que se supone que debe ser. Sentimientos nacionalistas y de toda índole pueden ser sinceros pero no nos son propios. El nacionalismo es un engañabobos, como el ansia de poder o la carrera de ratas.
Me dice un amigo, gran persona y excelente periodista, que no veremos nunca en España a un presidente del Gobierno que sea catalán. Estamos de acuerdo. Sin embargo, esto no es obra de los bloques político-económicos que subrepticiamente se disputan el poder en el mundo. Estos existen, hasta el punto de que a uno le da reparo escribir un artículo político sin mencionar el factor subyacente, el económico. Al pueblo le llega una realidad coja y manca; en parte, por desidia del propio pueblo; como esos ancianos que no siempre olvidan por imperativos biológicos, sino a veces, porque no les interesa recordar.
No puede haber un presidente catalán en el Gobierno central. Y una razón que tal vez no sea única, pero sí más que suficiente, es la siembra de la duda a que se han dedicado los políticos catalanes, socialistas incluidos, desde el advenimiento de la democracia. Lo hemos escrito y nos vemos obligados a repetirlo. Hemos dado ejemplos y podríamos añadirlos ad nauseam. Tantos son, que la lluvia fina ya es torrente. Cuando Marta Ferrusola dijo que Cataluña es una nación, España no, y que no le gusta ver a sus hijos jugar con niños españoles emigrantes; cuando todo eso lo divulgó la prensa y la radio, ¿creerán que no lo absorben los votantes? Antes de la avalancha de inmigrantes extranjeros el marido de Ferrusola alertó del peligro de la emigración (española) para la identidad catalana. También lo divulgaron los medios, y algunos, qué duda cabe, con mala intención; pero sabiendo de sobra Pujol que sería así, no se contuvo y eso es un agravante. Luego envía por España una exposición itinerante, propaganda de las excelencias catalanas.
La respuesta presumible ya la hemos leído: "Madrid" insulta a Cataluña. Claro que ha habido y hay periodistas fanáticos, cerriles y retrógrados. Pero aquí hablamos de votos. Votos y sólo votos; no de pugnas plebeyas entre dos bandos. Lo que fuera de Cataluña oye la gente es el mensaje desdeñoso que llega de Cataluña. El desamor. Un ejemplo de ello es la petición de selecciones deportivas propias. Naturalmente que eso hunde la moral del hombre medio. Naturalmente que eso arruina la empatía, sentimiento que, cuando está ausente, no presagia nada bueno.
La trilogía aristotélica "tribu-nación-estado", ni está vigente ni ha dejado de estarlo, pues la "nación" es su punto débil. Teóricamente, la nación sería el reino de los sentimientos y el Estado el de la razón, o sea, la Ley. Es natural que un valenciano se sienta más identificado con su pueblo que con Palencia. Ya se sabe, todo el farragoso mundo afectivo. Pero en un Estado bien crecido la cosa no está tan clara. Se puede amar lo inmediato como amor contingente y lo mediato como amor necesario, al estilo de Beauvoir con Sartre. El adolescente y el joven a menudo quieren más al amigo que al padre. ¿Quieren o sólo lo parece? La muerte del padre le causará mucho más dolor que la del amigo. ¿Por qué, dentro de la racanería, el hombre medio conoce mejor la política nacional que la autonómica? Gente hay aquí que no sabe nada de Camps, no digamos de Font de Mora y demás miembros del Consell. Pero aunque poco y mal, saben más de lo que se cuece en el Estado. Así como el adolescente, aunque intime más con el amigo, sabe más de sus padres que del amigo, por más que psicólogos a la violeta digan lo contrario.
Duran Lleida alecciona a Zapatero, le pide que "coja el toro por los cuernos", lo que significa, entre otras lindezas, que acepte el término nación para Cataluña aunque todo un ejército de Zaplanas, Acebes y Marianos se lancen sin descanso a una cruzada mediática que les ayudaría en su sediento empeño por recuperar el poder. Eso de que Zapatero propugne un país de ciudadanos, sin historietas históricas y sí con la vista puesta en el futuro, a Duran Lleida le va tanto como al gran intelectual orgánico que fue Marcelino Menéndez y Pelayo; sobre todo, Pelayo, el mismo a quien la flor y nata de Cataluña rindió pleitesía. Mártires amorosos de las esencias, qué insufrible latazo nos dan a quienes no aceptamos la menor interferencia de las momias en nuestras vidas. Encima, la resurrección de la carne, que ya es la leche.
Un diario catalán apoda a Jordi Sevilla Doctor No. No a Rajoy y su tropa, sino a Jordi Sevilla. Sugiero que le fichen como columnista. Cuestión de equilibrio, ya saben. A no ser que escorarse tanto le vaya tan bien a la Cope y afines.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras
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