Final amargo
Para terminar, un desastre. Estaba en juego una medalla de bronce, pero no hubo ni debate, ni partido, ni esperanza posible una vez que se comprobó que el equipo español no estaba para nada ni nadie. Todo un borrón, el peor del torneo, que deja un sabor de boca más agrio de lo que el resultado global merece. Cierto que España no ha jugado bien, salvo ante Serbia; es verdad que, exceptuando a Navarro y la explosión de Fran Vazquez, los otros han estado uno o dos peldaños por debajo de su potencial y que el cuarto puesto es el más ingrato, pues se alcanza tras perder los dos partidos por las medallas. Pero hay que poner todo esto en perspectiva. Sin pretender ser reiterativo, España ha jugado sin Gasol. Sólo Alemania podría exponer una baja de esta importancia en el caso de no contar con Nowitzki. No lleva a nada entrar en el juego de imaginar lo que habría ocurrido con Pau, pero tampoco sería justo obviar las consecuencias de su ausencia. Por otro lado, el objetivo principal de lograr el pasaporte para el Mundial de Japón se ha conseguido y la nómina de equipos que lo verán por la tele es tan amplia como ilustre. Y, viendo lo ocurrido en los cuartos y las semifinales, el estar arriba o abajo depende de una o dos jugadas, lo que deja cojos los análisis basados simplemente en el resultado.
En cuanto al juego en sí, las diferencias respecto a anteriores campeonatos sí han sido notables. Salvo contadas ocasiones, España no ha tenido la pujanza, el descaro y la eficacia defensiva y ofensiva a la que nos tenía acostumbrados. Siempre moviéndose a tirones, no ha contado con la consistencia suficiente ni la regularidad necesaria, lo que le ha provocado enormes dolores de cabeza. Tampoco los valores colectivos han lucido. Ahí ha tenido mucho que ver el gran desequilibrio entre la primera y la segunda línea del equipo. Además, de la columna vertebral formada por Calderón, Navarro, Garbajosa y Reyes, sólo el escolta azulgrana ha sido regular, asumiendo buena parte del liderazgo y dando momentos memorables. El resto se ha movido con demasiadas intermitencias y los repuestos, salvo Vazquez, que, sin duda, debía haber contado con más minutos, no ha sumado lo necesario. En esta tesitura, los hombres importantes han sufrido un desgaste excesivo. Al final, como demostró el partido ante Francia, unos por exceso y otros por defecto, el equipo llegó reventados unos, fuera de sitio otros. Y en esto no vale la excusa del varapalo moral de la semifinal, pues, si lo nuestro fue triste, peor fue lo de los franceses. En definitiva, luces y sombras en un torneo que, en lo que se refiere a las individualidades, encumbra a Navarro, una joya de brillo diferente que ha respondido al enorme reto ante la falta de su mejor amigo y compañero. De lo demás queda un año para reflexionar.
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