"Adri, aquí me va a costar ser el jefe"
Cuando me piden que escriba algo sobre Fernando Alonso no sé por dónde empezar, porque los recuerdos se me amontonan. Estuve con él cinco años cargados de alegrías, pero también de sufrimientos. Verle campeón del mundo ha sido una de mis mayores ilusiones y ya se ha hecho realidad. Siempre creí que lo conseguiría: desde que comencé a trabajar con él, cuando corrió con nosotros en el Open MoviStar by Nissan, en su duro y difícil paso por la F-3000, y, finalmente, el día que llegó a la F-1 con Minardi, cuando ya tenía contrato con Renault, pero con el compromiso de ser cedido un año a la escudería italiana.
Todo aquello no fue nada fácil. Yo había estado en Minardi y sabía que era la única puerta para entrar en la F-1. Pero con el acuerdo con Briatore pretendía asegurarle otra oportunidad más sólida, más firme. Y la tuvo en Renault. Ahora, cinco años después, me viene a la memoria la primera frase que me dijo tras la primera vez que se subió al coche en los entrenamientos libres -sólo había hecho el check-down- del Gran Premio de Australia de 2001, su debut en la F-1. Me cogió por el hombro y me dijo: "Adri, aquí me va a costar ser el jefe". Lo ha conseguido mucho antes de lo que pensábamos.
Da un golpe de volante y ya tiene la trazada. No falla. Lleva la mirada más lejos que los demás. Eso le permite conducir así
Sé que el objetivo de este artículo es definirle como piloto. Pero es que toda su personalidad va ligada a eso. Y creo que sólo a través de mis vivencias con él puedo explicar por qué desde el primer momento creí en su capacidad y pude calibrar con bastante certeza la calidad de pilotaje que atesoraba. La primera vez que le vi fue en Barcelona, cuando él tenía 14 años. Estaba allí para transmitir el GP de España de F-1 y me invitaron a correr en la carrera de leyendas del Marlboro Masters de kárting en el Palau Sant Jordi. En mi grupo estaban también Lafitte, Merzario, Regazzoni, Arnoux, Pérez Sala... A Fernando le pidieron que saliera con una cámara para que nos filmara. En la primera manga, luchábamos por la victoria Merzario, Arnoux y yo. Así que había batalla. Pero aquel niño, con la bandera española en el casco, nos adelantaba a todos, nos dejaba pasar, nos volvía a adelantar. Lo hizo al menos tres veces. Nunca se me olvidará la facilidad con que lo hacía.
A partir de ahí fui siguiendo sus resultados en el kárting. Y, cuando supe que había sido campeón del mundo, ya tuve claro hasta dónde podía llegar. Después de que Marc Gené se fuese a la F-1, contacté con él para incoporarle al equipo. Cuando hablaba de él, me di cuenta de la envidia que le tenían los pilotos porque todo eran pegas: no hablaba italiano, no hablaba inglés, era un tipo muy raro... Recuerdo con cariño que José Luis, el padre de Fernando, me preguntó al menos cuatro veces: "¿Pero no tenemos que pagar nada? ¿Seguro?". "Le pagaré yo", le respondí.
El primer día que se subió al coche, en Albacete, estaba con nosotros Gené, que, muerto de risa, nos decía: "No me puedo creer que sea la primera vez que se sube a un monoplaza con cambio de marchas". Luego, en la primera carrera del campeonato, partió el quinto, pero, cuando era ya líder, con 25 segundos sobre su perseguidor, se salió de la pista solo y perdió. Me sentía mal por él. Pero Fernando llegó, me cogió por un hombro y me dijo: "Tranquilo, que la próxima la gano". Si te lo dice cualquier otro te partes de la risa. Pero, en la segunda carrera, Fernando machacó a todos sus rivales. Y a partir de ahí fue un festival.
Al año siguiente, el 2000, Fernando pasó una travesía del desierto en la F-3000. Pero tiene una casta que acaba sacando lo mejor de la gente que le rodea. Y eso no lo tienen todos los pilotos. Al final de aquel año, consiguió que le hicieran el coche que él quería y comenzó a ganar. Primero, pidió que yo estuviera en las reuniones técnicas. Accedieron porque yo había sido piloto. Después pidió un coche que se adaptara a su tipo de conducción: hay pilotos que prefieren que se vaya un poco de delante y otros de atrás. Y le fueron dando largas. Hasta que un día el ingeniero jefe del equipo Astromega le dijo: "Hoy vas a tener un coche que se va de atrás y sabrás lo que es un bólido inconducible". Era el GP de Francia. Fue el tercero en la parrilla y no ganó porque el coche tuvo un problema eléctrico. En Austria, en la carrera siguiente, corrió sin un cilindro y fue sexto, dejando asustados a los mismos mecánicos. En Hungría llegó el segundo. Y llegó Spa. Fue la culminación: arrasó. Recuerdo que desde el box le veíamos por los pianos en la subida. Y, cuando tenía ya la carrera controlada, todos nos preguntábamos: "¿No levantará ya el pie?". Pero él seguía igual. Y no lo levantó hasta el final. No era cuestión de machacar a nadie, pero su mentalidad y su agresividad no le permitían hacer otra cosa que seguir atacando.
En Spa tenía 18 años y se dio a conocer a todo el paddock. Fue su primera victoria y ganó de forma inusual. Allí, la F-1 le engulló. Tenía ya contrato con Minardi, pero entonces Briatore comenzó a escucharnos y todo se movió muy rápidamente. Después, Fernando tuvo paciencia. Tras su año en Minardi, se incorporó como piloto de pruebas en Renault en 2002 y comenzó a luchar para que todo el equipo trabajara por y para él. Mucha gente podrá decir que Fernando es más o menos simpático, pero en el equipo tiene la única forma infalible de motivar a todo el personal: todos saben que siempre saca lo mejor del coche. Puede tener errores, como cualquiera, pero su porcentaje es tan bajo que todos se parten el pecho por él. En el fondo, eso es sólo una consecuencia de la tremenda confianza que tiene en sí mismo y que a veces asusta. Cuando dice algo es porque lo piensa de verdad y, además, suele cumplirlo. Exige a veces demasiado a quienes le rodean, pero él es quien más se exige.
En mi opinión, como piloto es absolutamente preciso. Si te fijas, y yo lo he hecho, en el movimiento de las manos de Alonso cuando conduce, te das cuenta de que es contundente en cada curva. No duda, no va dando pequeños golpes de volante como la mayoría. Él da un golpe de volante y ya tiene la trazada. No falla. Desde mi punto de vista, lleva la mirada bastante más lejos que los demás. Y eso le permite conducir así. Asusta. Es una delicia verle. Que me digan que no es ortodoxo, que conduce distinto; tal vez, pero en todo caso, mejor.
Tras tantos años siguiéndole, ésta es la primera vez que le he visto con la calculadora. Y me parece una señal de su madurez. Cuando ayer le vi convertirse en campeón del mundo me hizo sentir orgulloso de haber puesto mi granito de arena en su carrera de gran piloto. Para mí, ya fue una satisfacción verle ganar el primer gran premio: en Hungría en 2003. Pero ser campeón mundial le abre las puertas para convertirse en la leyenda del automovilismo que estoy convencido, desde el primer día, que va a ser.
Adrián Campos fue piloto de F-1 y ahora dirige su propio equipo en la GP2.
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