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LA CRÓNICA
Columna
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Un Estatuto sin problemas

Ha sido una semana grande para la política valenciana. La admisión a trámite de la reforma de nuestro Estatuto por el Congreso de los Diputados ha situado la comunidad autonómica en el vórtice de la actualidad. Un premio mediático al consenso y la cordura de los partidos mayoritarios -PP y PSPV- que se han negociado mano a mano y Madrid mediante la propuesta y nos han convertido en los primeros de la clase. Buenos chicos. Otra cosa sería saber si toda esta operación -los retoques estatutarios y su proyección- tienen para el ciudadano común más interés y nos reportan más beneficios que la Constitución de Irak, pongamos por caso, según un colega que aúna la lucidez y el acíbar en sus observaciones.

Pero se trataba de un proceso que, al parecer, debía emprenderse para actualizar nuestra carta magna y no quedarnos rezagados en la movida estatutaria en ciernes. Sin embargo, nos queda la duda de que tal ramalazo de notoriedad justifique esa diligencia en el trámite, esa prisa en presentar los deberes antes que nadie. Por lo pronto el beneficio publicitario ha sido amortiguado o apagado por la sospecha -cuando no ha sido clara y neta imputación- de que el Estatuto valenciano era el gálibo que limitará las reivindicaciones de cualquier otro estatuto. Hemos devenido en el ejemplo a seguir, y la verdad es que a uno le queda la impresión de que hemos emulado al repelente niño Vicente, tan dócil él.

Tampoco es otro el papel que nos cumple, si hemos de ser consecuentes con los antecedentes del caso, por no echar mano de la historia, la fetén, que arranca del rey En Jaume, más penosa que convincente a efectos nacionalitarios. Ya en 1982, en los albores estatutarios, el extinto y malcarado ucedeo Fernando Abril Martorell, de consuno con el malage socialista Alfonso Guerra, nos otorgaron el papel secundario que nos corresponde en el puzzle autonómico estatal y ahí hemos permanecido sin resollar, a excepción de algunos gorgoritos patrioteros e irrelevantes por parte de la derecha chauvinista.

Por tan planos e inanes se nos tiene -se nos sigue teniendo- que muy posiblemente podremos proclamarnos nacionalidad histórica sin objeción alguna por parte de la aduana constitucional que dispensa la venia para estas intitulaciones. Un perendengue más -e irrelevante- a nuestra disputada, multicultural y mistificada condición de pueblo diferenciado por una lengua en declive y un rastro de los paisajes que fueron. Algo que habremos de aceptar como una fatalidad al tiempo que una bendición. Más progenies y menos fronteras de cualquier clase suma más civilización. Y más mano de obra también, claro.

A lo que nos abocamos, según tiene declarado el secretario general del PSPV, Joan Ignasi Pla, es el "autonomismo cooperativo". En simétrica correspondencia, su antagonista, el presidente Francisco Camps, podría predicar el "autonomismo compasivo". Sin embargo, ni por cooperación, ni por compasión se han avenido, uno y otro, a reducir al 3% del electorado autonómico el listón para acceder a las Cortes valencianas. Con ello se deja fuera -por ahora- a la tercera fuerza municipalista, cual es el Bloc y con sus dos centenares de miles de votantes. Ignoro si el duopolio que fomentan los citados partidos hegemónicos les favorece por igual. Lo bien cierto es que lesiona la democracia y, en lo que a los socialistas concierne, acentúa su deriva conservadora.

Decíamos que el proyecto de reforma del Estatut ha sido acogido con flors i violes, lo que sin duda habrá sido celebrado por el consejero de la Generalitat, Esteban González Pons, responsable de proyectar urbi et orbi la imagen de esta Comunidad. Sin embargo, no todo han sido parabienes. La Izquierda Verde, mediante su portavoz Isaura Navarro, desgranó en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo, una serie de objeciones y críticas que no servirán para otra cosa que para cerciorarnos de que hay vida política más allá de los apaños concertados entre los dos grandes partidos. Vida política y objetivos que, en buena parte, no debieran demorarse ni se sabe los lustros, hasta la próxima reforma. Pero hoy por hoy, este Estatuto, y tal es uno de sus pecados, ha sido cosa de dos, que son casi uno y se nota.

EL COMISIONADO

El ex alcalde de Valencia, el mejor que ha tenido la ciudad desde la transición, Ricard Pérez Casado, ha sido -o va a ser- designado comisionado del Gobierno para la Copa del América. Eso quiere decir que regresa a su terruño, donde siempre hubiera tenido que estar si su partido, el PSPV, no fuese tan propenso a dilapidar talentos y capacidades políticas. Así es el erial intelectual en que ha devenido. El ex munícipe asume un riesgo que no necesita a esta alturas de su densa biografía y por el que sufrirá alguna cornada. Nunca falta un bilioso. Pero ha de cumplir su cometido, pues es la personalidad idónea para rescatar y defender el mérito común del fasto náutico que el PP y la alcaldesa se atribuyen en exclusiva. ¡Menudos desahogados!

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