Viaje sensorial a la Edad Media
Nájera evoca el espíritu de la época con una exposición en Santa María la Real
Pareciera como si los artífices góticos (el Cristo es del siglo XV) hubieran tallado el extraordinario calvario para los ojos -asombrados, fascinados- de los hombres y mujeres del tercer milenio. Esa sensación se percibe gracias a los 53 peldaños que conducen hasta lo más alto del barroco retablo -nogal bañado en pan de oro, de finales del XVII- de la iglesia del monasterio de Santa María la Real. La oportunidad la brinda la exposición Nájera, legado medieval, que permanecerá abierta hasta el 1 de noviembre.
La muestra cuenta la historia de la Civitas Dei, la ciudad de Dios de la que hablaba san Agustín: un universo marcado por la espiritualidad, que convivía con la ciudad terrena, presidida por el cuidado del cuerpo (se exhibe parte de la botica, cedida por el Museo Alcón Cusí de la Real Academia de Farmacia de Cataluña, que la alberga), del intelecto (de su biblioteca, Alfonso X el Sabio tomó prestados numerosos volúmenes -que nunca devolvió- para redactar la Crónica general de España) y aun de los sentidos: el cultivo de la vid convertido en cultura. Una frase de san Agustín lo sintetiza: "El vino, sabio en su medida, riega la ciudad de Dios". "Levantaron iglesias y plantaron viñas", escribía -describía- en el siglo XIII el riojano Gonzalo de Berceo.
No se puede separar aquí continente y contenido. El monasterio, sin igual en su época (fue fundado en 1052 por el rey de Pamplona-Nájera, García Sánchez III, el mismo que mandó erigir el cenobio de Yuso), es un espléndido marco en el que se conjugan gótico, renacimiento y barroco. Reabierto tras una restauración que comenzó en 1997 y ha costado seis millones de euros, la temporalidad que toda exposición comporta está enriquecida por la permanencia de las tareas realizadas.
La solidez de los trabajos contrasta con las hornacinas saqueadas, los sarcófagos desnudos, las imágenes descabezadas del claustro plateresco de los Caballeros. Carlos V ayudó a los monjes benedictinos a construirlo, visitando varias veces las obras. Los sepulcros del panteón Real -el segundo de España, después de El Escorial- y del panteón de los Infantes -con la joya en piedra de doña Blanca de Navarra- conservan su espléndida y trabajada hermosura.
En el claustro bajo se abre una puerta plateresca, orgullo de las gentes de Nájera, con pasado de robo y defensa popular incluido. La filigrana de las tracerías, laboriosa y artísticamente entrelazadas, filtra la luz, las diversas luces del día, que juegan con la historia, embelleciéndola. De ese mismo juego, al que se suman los sonidos, la música, el color, participa una muestra eminentemente sensorial en la que destaca una sucesión de tallas sedentes de la Virgen con el Niño, que ilustran el cambio de la imagen de María tanto en la doctrina de la Iglesia como en la religiosidad popular. Los miniados códices medievales constituyen otro de sus grandes atractivos.
La hospitalidad de las tierras riojanas, regada por un buen vino que sabiamente administrado (medida, orden y belleza, como quería san Agustín) estimula los sentidos y alivia el alma, se une en Nájera al espíritu solidario de los enclaves del Camino de Santiago -Sancho III el Mayor modificó en el siglo XI el recorrido para que pasara por aquí-, abiertos al tráfago no sólo de peregrinos, sino también de ideas.
Historia viva
Intercambio, comunicación y transmisión definen el antes y el ahora de una ciudad emprendedora e industriosa, cabecera de comarca, que cuenta con unos 8.000 habitantes. Los siglos X y XI, su época de mayor esplendor, constituyen un periodo clave de la historia española: del reino de Pamplona-Nájera nacieron los de Castilla y Aragón, la reconquista estaba en su apogeo, empezaba a surgir una cierta idea de Europa a través del camino jacobeo y, por si fuera poco, la lengua castellana daba en 43 palabras de las Glosas emilianenses "sus primeros vagidos" (Dámaso Alonso dixit) en el cercano San Millán de la Cogolla. En todo ello tuvo el monasterio de Santa María la Real un papel fundamental.
Pero no es ésta la única huella viva del pasado. La coetánea iglesia de Santa Cruz fue renovada en el siglo XVII, época de la que data su singular cúpula, mientras que en el Museo de la Ciudad, instalado en la antigua botica de los monjes, se combinan vestigios prehistóricos con piezas de valor etnográfico. Los santos ingenieros Domingo de la Calzada y su discípulo Juan de Ortega construyeron un puente para los peregrinos que en 1866 fue sustituido por el actual.
Dos arterias atraviesan y personalizan la traza urbana: una, arbolada, el paseo de San Julián, al final del cual empiezan unas huertas que proporcionan a su cocina excelentes materias primas; la otra, fluvial: el río Najerilla, a cuyas orillas se deslizan suavemente las tardes de otoño, entre el ir y venir de riojanos y forasteros, conducidos hasta Nájera de la mano de su legado medieval.
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