30 años no son nada
Llego al colegio, empiezan las clases. Hay una asignatura que se llama religión, a secas, y mi madre aclara que yo no asistiré apelando a nuestro derecho a no recibir enseñanza religiosa en un colegio público de un Estado laico. Somos sólo dos niñas en todo el curso y nos pasamos esa hora en el patio (por entonces, cuatro letras..., A, B, C y D, y no menos de 40 alumnos por clase); por supuesto, nos sentimos raras y a mis padres les toca explicarnos que no lo somos y convencernos de ello.
Treinta años más tarde, mi hija empieza el colegio y nos pasan una nota para que elijamos entre religión católica, religión islámica, religión evangelista o ninguna; por supuesto, al final sólo hay clase de religión (entenderán cuál) y mi hija vuelve a ser el bicho raro. Esta vez, menos mal, junto con dos compañeritos más. Ella también acabará jugando en el patio porque no hay nada más que hacer, ¿o sí?.
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