Plata por 12 milésimas
Iván Gutiérrez, segundo, y Plaza, cuarto, en una prueba que Rogers ganó por tercera vez consecutiva
Hasta 20 minutos después Rubén Plaza no pudo hablar. Antes, cuando lo intentaba, una tos, la tos seca de la decepción, una flema, un esputo, se lo impedían. Había terminado cuarto, hecho polvo, y encima le dolía el pecho. Y no sabía cuál de las tres cosas le había sentado peor. Hay tardes en las que es mejor no salir de casa. Días en los que el "corre, rocker, corre" de Sabino Méndez, que es su lema, o en los que las baladas melancólicas del último Loquillo, que es lo que escucha minutos antes de la prueba, en el rodillo que machaca y no para hasta que la bicicleta, el frío metal, no suda, acaban cayendo en un vacío negro, acompañando su soledad a los pies del podio.
Si el ciclismo es cosa de cabeza, más que de piernas, como dicen los intelectuales y los amantes de la metáfora, entonces la contrarreloj, la especialidad de la soledad, es más asunto de estados de ánimo que de músculos o pulmones, o cerebro. O más bien, la ausencia de estados de ánimo. O, si hay que tener un ánimo, que sea más uno que conduzca a la excitación que uno que traslade al ensimismamiento. Más vale a veces ser Iván Gutiérrez, un flan, un tembleque de piernas y cabeza, que la calma enorme, gigante de Plaza, el chico de Ibi que llegaba cansado, acatarrado de la Vuelta y que pasados sólo ocho de los 44 kilómetros del Mundial contrarreloj, en la carretera de los Rodajos, en los repechos de la Casa de Campo, empezó a moverse inquieto sobre la bicicleta, a demandar a su cuerpo aquello que no encontraba, a beber agua. Más vale ser Iván Gutiérrez, necesitar cada media hora que alguien te diga que todo va bien, ser un realista informado, verlo todo negro porque quieres que sea blanco, más vale eso y acabar segundo.
El primer día de la Vuelta, Iván Gutiérrez, el otro gran especialista español, estaba tan nervioso que ni una tila antes de la salida pudo impedir que se tragara la segunda curva de la ascensión a la Alhambra de Granada; dos días después, se cayó otra vez, y una tercera una semana más tarde, cuando iba a dar un bidón a un compañero. Esa caída le costó la retirada y, visto lo que les sucedió ayer a quienes disputaron la Vuelta hasta el final, a Plaza y también a Menchov, le valió una medalla mundialista. Esa retirada y la visita a un traumatólogo, el único ser que pudo convencer al pesimista impenitente que es el cántabro de que no tenía nada roto. Al día siguiente ya estaba sobre la cabra, ganando su medalla mundialista. Preparando su nueva dosis de pesimismo. "Mal, me ha ido mal", fue lo primero que dijo Iván pese a que había corrido sin referencias y había logrado el mejor tiempo. "A mitad de recorrido he fallado. En un bache se me ha aflojado el manillar y me he desconcentrado. Me ha faltado poco para dejarme ir. Y ahora ni pienso en una medalla. Estoy tan acostumbrado a perder contrarrelojes por cuestión de segundos...".
No ganó la contrarreloj, pero no la perdió por unos segundos, sino por 24, lo que es bastante teniendo en cuenta las escasa diferencias entre los mejores del mundo. Ganó la plata, y tampoco por unos segundos, sino por menos, por sólo 12 milésimas, lo que se convirtió en una bofetada para su visión pesimista de la existencia.
Le ganó Michael Rogers, lo que no es una novedad, aunque la primera vez que sus carreras se cruzaron, cuando los dos eran unos amateurs, la flor y la nata de la generación que asomaba, en el Mundial sub 23 de 1999, el ganador había sido el ciclista cántabro. Sin embargo, Rogers, quien como Gutiérrez y el tercer clasificado, el suizo Fabian Cancellara, forman parte de un grupo de ciclistas protegidos en sus equipos desde sus tiempos juveniles, se ha convertido con los años, y tiene 25 aún, en un hombre especializado en una sola carrera al año, en el Mundial contrarreloj. El que logró ayer en Madrid es su tercero consecutivo, aunque el de 2003 lo consiguió más en los despachos, por descalificación de David Millar, quien confesó su adicción a la EPO. Con su gran cabeza y su gran corazón, Rogers, quien partía con la ventaja de conocer todas las referencias de Gutiérrez pues partió más de una hora más tarde, utilizó la primera Vuelta para controlarse en torno a los tiempos del cántabro, y la segunda para machacarlo, liberando todas sus energías.
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