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Alianza de civilizaciones

Antonio Elorza

Hace sólo unos días, Fernando Savater puso en cuestión el uso del término "civilización" para designar esos mundos que se enfrentan en el esquema de Huntington o cuya convergencia ha de ser buscada, de acuerdo con la iniciativa de Zapatero. "Civilización" sería en sentido estricto el conjunto de soluciones técnicas de que dispone una sociedad para afrontar sus problemas, de manera que Bush y Bin Laden pertenecerían a la misma civilización. Civilización, como madre, no hay más que una. A juicio de Savater, más apropiado es en consecuencia recurrir al concepto de "cultura", que apunta a las interpretaciones simbólicas, de las cuales dependen las metas a alcanzar por un conjunto social con ese instrumental civilizatorio disponible.

Ocurre, sin embargo, que correctos o no, los hábitos tienen la piel dura, y acaban logrando por sí mismos carta de naturaleza. Por eso tal vez vale la pena asumir una imprecisión tan extendida, entendiendo el concepto de civilización, más amplio que el de cultura, como forma específica de desarrollo histórico de una sociedad o pluralidad de sociedades que comparten agentes de cohesión culturales, religiosos y políticos. Es en el sentido en que hablamos de "civilización bizantina" abarcando a la commonwealth formada en los Balcanes en torno a Constantinopla, y también de civilización azteca, maya o china. Los factores culturales, religiosos, políticos, así como la definición consiguiente de un modo de vida propio, harían posible la referencia a ésta o aquella civilización, aun cuando esquematismo se encuentre siempre al acecho.

Al hoy ex presidente iraní Mohamed Jatami debemos la entrada en escena del que nos ocupa, y en la dirección anotada, al proponer en una entrevista concedida a la CNN el "diálogo de civilizaciones". Sus dos civilizaciones eran de un lado la norteamericana, moldeada por la religiosidad de los peregrinos puritanos y el sentimiento de libertad, y de otro la iraní, cuyos rasgos propios se ven realzados por la profesión de fe musulmana. Las diferencias observables en todos los ámbitos, desde la religión y los sistemas de valores hasta el nivel tecnológico, no hubieran debido ser obstáculo para una fecunda coexistencia. No es un mal antecedente, aun cuando los protagonistas de la confrontación sean de mayores dimensiones. El Islam es mucho más que un credo religioso. Por encima de las diferencias surgidas de su implantación en medios culturales muy diversos, envuelve al creyente, desde el nacimiento hasta la muerte, fijando a partir de una subordinación radical a la divinidad una serie coherente de comportamientos pautados, rituales y valores obligatoriamente asumidos. Y más allá del problema concreto del terrorismo y de las derivas integristas, esa forma de vida islámica se encuentra desde la era colonial, y con particular intensidad en el área mediterránea y en Oriente Medio, en conflicto con las sociedades dominantes que se autodefinen como occidentales, por lo demás conscientes ellas mismas de la comunidad de intereses, valores y formas culturales. Islam y Occidente son, pues, dos conjuntos que con o sin la etiqueta de "civilizaciones", tienen identidades propias y se encuentran someros al riesgo del enfrentamiento pronosticado por Huntington. Frente al mismo, la propuesta de buscar una "alianza de civilizaciones" no es en principio por su enunciación demasiado rigurosa, siendo un objetivo inalcanzable. Sólo que la etiqueta es buena para el marketing de las ideas e importa ante todo la calidad del producto.

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Parece afortunada la elección de la Turquía de Erdogan como país impulsor del proyecto en la vertiente islámica. Se trata de una sociedad sometida a una presión islamista, pero con un Estado laico, abierto como Estambul a Europa, y donde incluso el retorno de la fe asume en parte un contenido de modernización, por no hablar de la importante minoría de creyentes laicos, los diez o quince millones de alevíes. Eso sí, el Gobierno islamista debiera atender mejor a los residuos de la civilización bizantina que le ha tocado administrar, con una política cultural de alianza y no de olvido, y sobre todo superar el inexplicable negacionismo que sigue aplicando al genocidio armenio de 1915. La deseada fraternidad no es compatible con el olvido de tales hechos. Nada costaría tal rectificación, que en España nadie pide y cuya razón de ser en nuestro Gobierno todos parecen ignorar, y probablemente ignoran, pero de cara a otros países más cultos o más sensibles sería una buena llave para ejercer el liderazgo musulmán de la alianza de forma creíble, deshaciendo de paso prejuicios antiturcos todavía vigentes en cuanto al ingreso en Europa.

En un plano más general, el respaldo otorgado por Kofi Annan sirve ante todo para reforzar el proceso que está a punto de abrirse. Es muy importante que las Naciones Unidas cobren cartas para resolver la más importante fractura que en el orden político-cultural se da hoy en su seno. Ningún otro foro puede servir de plataforma más eficaz para que el problema sea asumido por todos los implicados. La otra cara de la moneda es el precio a pagar por el protagonismo inevitable de las exigencias diplomáticas. Lo pude comprobar personalmente en un empeño de menor entidad, al formar parte del grupo de trabajo sobre religión y terrorismo en la Cumbre Antiterrorista de Madrid, el pasado mes de marzo. Entre los islamólogos obsesionados por salvar la cara de su creencia predilecta, y con ella de las demás creencias, caso del coordinador Mark Juergensmeier, y también por su escrito del ausente John L. Esposito, miembro ahora del grupo de expertos para la Alianza, más las exigencias defensivas de los diplomáticos presentes de países árabes, no hubo forma siquiera de aflorar las causas religiosas del terrorismo tipo 11-S y 11-M. La cantinela era que todas las religiones eran buenas, a pesar de lo cual podían ser instrumentalizadas al servicio de la violencia, y que las causas eran otras, tales como la desigualdad económica o la "humillación" sufrida por los musulmanes. Se llegó al punto de cuestionar el encarcelamiento de los terroristas, ya que en prisión incubarían aún mayor odio. En plena euforia, las declaraciones acerca del amor que contenían las religiones, fue a parar a algo que ahora hay que temer de nuevo: una vocación censoria contra cualquier crítica dirigida hacia ésta o aquella religión en los medios o en la enseñanza. Es la misma orientación que de modo concreto en Inglaterra, hasta el 7-J, trató de condenar toda búsqueda de las raíces del terror en determinados textos sagrados, calificándola de "islamofobia". Entre nosotros esa inversión es todavía más ocurrente: cuando el recurso a la "islamofobia" no basta, el rechazo a mirar de frente la yihad se refugia en la denuncia de una supuesta Cruzada.

Las vías de solución, en la medida de lo posible, pasan por el acercamiento entre las religiones, y también por su análisis. La idea de Dios puede ser fuente de amor y de muerte, como ha sucedido con excesiva frecuencia en los integrismos, católico antes, islamista ahora. Importa que haya una libre discusión, donde sean conocidas las tesis del tunecino Mohamed Charfi, el autor del espléndido Islam y libertad, sin caer en la angelización que propondrá la erudita Karen Armstrong, autora tras el 11-S de un disparatado artículo sobre Mahoma como profeta de la no violencia, ambos presentes en el Grupo de Alto Nivel designado por Annan. Las relaciones en el vértice deben intensificarse, y también todas aquellas reformas que en todos los niveles, y en particular el educativo, proporcionen un mayor conocimiento. Ni mito de la Reconquista, ni de al-Andalus, ni mención del fundador de una religión como hombre excepcional guiado por Dios, y por tanto infalible, según pudo leerse no hace mucho en estas mismas páginas. Estudio del hecho religioso y de la historia de las religiones, sí; adoctrinamiento en un solo credo, no. Respeto a las religiones, sí; reverencia acrítica, no. Una de las consecuencias del proyecto en curso debiera ser que la relativización del papel de la religión en la vida de las sociedades constituye tal vez el mejor medio para el encuentro de las "civilizaciones".

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

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