Autobuses fantasma
El 13 es uno de ellos. Las más de las veces sigue el viejo recorrido del antiguo trolebús que con el mismo número hacía la línea entre la avenida del Oeste y Monteolivete. Pero no siempre es así. Algunas noches, sin previo aviso, el 13 cambia su ruta y rodea el Ensanche como si el barrio hubiera sido víctima de una misteriosa infección. Y cuando va hacia el centro, de repente, en lugar de tomar la calle de Císcar, sigue por la avenida Reino de Valencia para girar por Marqués del Turia y recuperar su ruta habitual por Conde Salvatierra. De regreso, en vez de circular por Joaquín Costa, sigue por Marqués del Turia y Jacinto Benavente para, a través de Mestre Racional, recuperar en el cruce con Reino de Valencia su itinerario normal. Entonces el pasaje se divide entre las protestas de los que ignoran qué está sucediendo y la resignación de los que ya han sido víctimas de los desvíos. Ninguno de ellos ha sido informado por la EMT. Menos aún, los incautos que puedan estar esperando la redención de los justos en las tres paradas de Císcar o en las tres de Joaquín Costa y no han tenido siquiera la opción de preguntar al conductor.
¿A qué se deben los misteriosos rodeos? El Ensanche no ha sido víctima de ninguna plaga extraordinaria, las presurosas cucarachas que pululan por sus calles no son más asquerosas que las que invaden otros barrios de Valencia. Son otros especímenes los que bloquean el paso de los autobuses. A la doble fila habitual de vehículos que aparcan en esas calles se suman los que, para acudir a bares y restaurantes, siguen la invitación municipal que permite estacionar en el carril bus a partir de las diez de la noche. Y a medida que se va acercando el fin de semana, o que aumentan los visitantes porque hay feria, o llegan las cenas de empresa, de final de curso o de San Quiero, los coches convierten ambas calles en una gymkhana por la que hay que zigzaguear. Así que los conductores asoman el morrillo del autobús, otean el panorama y se van con la guagua a otra parte, mientras lo comunican a la central, que avisará al siguiente. No es sólo cosa del 13. Al 81 le pasa tres cuartos de lo mismo cuando llega a Bolsería y se encuentra la calzada de Quart y sus exiguas aceras invadidas de coches. Y puede que aún haya otros. Eso sí, ningún cartel.
La EMT depende del mismo Ayuntamiento que autoriza a aparcar en el carril bus y a la misma corporación que ha reconvertido a guardias y grúas municipales en una maquinaria meramente recaudatoria. Sin embargo, el próximo jueves oiremos una pomposa declaración de la alcaldesa, Rita Barberá, con motivo del día europeo sin coches, como si Valencia no tuviera un metro raquítico y un transporte público ineficiente. Y el viernes la ciudad seguirá con muy pocos carriles bicis, casi todos peligrosos y a costa de unos peatones cuyas aceras, tantas veces, se convierten en aparcamiento de coches con la complicidad municipal. Unos peatones a los que se obliga a realizar todo tipo de rodeos para atravesar avenidas y grandes rotondas que alimentan el espejismo de la circulación.
El 13 y el 81 se convierten muchas noches en autobuses fantasma que evitan barrios sitiados por la propia vorágine automovilística. Una vorágine que devora la ciudad, víctima del mismo síndrome que empujó a la guerra de Irak y que sublevó al Katrina.
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