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Columna
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Beberse el mar

Apenas queda agua para el consumo en Málaga. Si no llueve en tres semanas, a los turistas no habrá que ofrecerles una sonrisa. Habrá que darles una cantimplora. Desde hace meses en el litoral malagueño no llueve para disgusto de todos. Y al principal pantano con el que se abastece la franja occidental de esta provincia se le ven las arrugas del fondo. Hace tres años este mismo pantano arrojaba al mar millones de litros de agua. Llovió de forma copiosa ese otoño y por tercer año consecutivo hubo que tirar al mar hasta la última gota de líquido que había colmado el embalse. Ahora vuelve el ciclo de la vida y ese mismo líquido se tiene que extraer del mar para desalinizarlo y llevarlo luego a la red de abastecimiento. Desde el año 1997 el Ministerio de Medio Ambiente tiene en un cajón el proyecto para duplicar la capacidad de esta presa. Un proyecto tan resguardado como las nubes en el cielo. Ni aparece. En Málaga hay otro pantano que costó 23 millones de euros. Fue inaugurado hace cinco años y aún no ha descubierto su utilidad. Se trata de la presa de Casasola, con capacidad para suministrar a la capital malagueña la tercera parte de sus necesidades anuales. La obra tardó 11 años en realizarse y su puesta en marcha lleva camino de superar ese récord. Ni siquiera ha recogido agua de borrajas.

La sequía es cíclica en España. Un hecho tan real como que en Málaga los proyectos son eternos. La falta de agua en la Costa del Sol no es un imprevisto ni un fenómeno fortuito, sino la consecuencia directa de un modelo de desarrollo sin freno alguno que ha saturado los recursos básicos del territorio y que no ha ido aparejado de inversiones en infraestructuras para paliar las deficiencias. El consumo de agua, con los actuales incrementos anuales, se duplicará en una década. ¿Puede seguir creciendo la Costa del Sol?, se preguntaba hace algunos años en un estudio el catedrático de Geografía Turística Enrique Navarro. Si no hay una mejora de las infraestructuras será imposible que la zona pueda llegar a dos millones de habitantes, cuando hay estudios que incluso apuntan que podrían alcanzarse los cuatro millones en el horizonte de 2015, se respondía el autor. Esa cifra no es ninguna exageración: las revisiones de los planes generales de Ordenación Urbana de los municipios del litoral malagueño, desde Nerja hasta Manilva, suman 500.000 viviendas nuevas a levantar en la costa en la próxima década, incluyendo las localidades del segundo cinturón costero. En esas ansias de crecimiento desmedido no hay color político. A la hora de de tirar de cartabón, lo mismo da el PSOE, el PP o los independientes. Más aún a dos años vista de las próximas elecciones municipales.

Son medio millón de nuevas casas las que se plantean en la Costa del Sol. Con sus grifos, sus duchas, sus lavabos y sus retretes. Aunque en muchas de ellas sólo se tire de la cisterna en vacaciones, va a hacer falta mucha agua para saciar la sed del cemento. El desmedido crecimiento urbanístico se comió las playas y ahora llevamos camino de plantear la necesidad de bebernos el mar. Y lo peor de todo es que ni tan siquiera va a quedar sitio en el litoral para levantar las plantas con las que quitarle la sal al agua.

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