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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Talas en las plazas

Estamos presenciando horrorizados los vecinos del parque de la Arganzuela cómo se está destruyendo una de las zonas verdes más emblemáticas de Madrid. Se inauguró en 1973 y desde entonces hemos vivido su desarrollo con la seguridad de que los que cuidados hacían crecer su flora, al igual que crecían nuestras vidas, nuestros hijos... Contemplamos estupefactos cómo han cortado árboles, arrancado y talado cientos de ejemplares: chopos, plátanos, magnolios, madreselvas, tejos, rosales, cipreses...

Todos han sido siempre observados con alegría y orgullo, siendo los paseos por sus sombras un placer y descanso que daban su color y rumor en los días de viento. Aquellas hojas caídas en el otoño, aquellos cambios de tonos, el agua de su fuente... ¡Todo destruido con premeditación y alevosía!

Han matado lo más querido: la fragancia, el sonido que nos daban sus vidas. El alborozo ha sido sustituido por unas horrendas máquinas que han convertido nuestro parque en un páramo de monstruos de hierro que sentimos amenazadores porque no sabemos cuánto más van a arrancar. Tememos el dolor de la naturaleza y el nuestro. - Elena Navarro Chávez. Madrid.

No soy ecologista, pero tengo sentido común para comprender lo que es la vida y la muerte de la naturaleza. Cuando hace pocas semanas vi lo que le estaban haciendo al parque de la plaza Elíptica, cercenando sus árboles sin piedad, me eché a llorar. Ardientes lágrimas corrían por mi rostro. Lágrimas de rabia y de impotencia. Lloré por el atentado que habían empezado a cometer también aquí, cambiando vida por cemento. Lloré porque hasta hace unos meses salía con mi hija de tres años a pasear con su triciclo y ya no podré hacerlo. En el mejor de los casos tendremos que recorrer cientos de metros más entre contaminación, asfalto y riesgo para llegar a lo poco que dejen vivo cuando terminen el intercambiador.

Lloré y maldije a los políticos responsables de ello, seres ignorantes donde los haya que aún creen que mejorarán la "calidad de vida de los ciudadanos" haciendo macroobras públicas como ésas. Seres ignorantes y traicioneros que se venden al cemento en lugar de a la vida: de un día para otro cerraron para perpetrar sus fechorías mientras los ciudadanos claman sin esperanza de ser oídos. Pero sobre todo lloré porque en ese momento acepté lo que hasta ahora no había querido aceptar: acepté que esos prepotentes me estaban echando de la ciudad y que lo habían logrado.

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