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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Cuando el cóndor pasa junto a Macià

1Esta mañana he encontrado a Tartón casi debajo mismo de casa. Tiene un nombre extraño y todos aquí en el barrio, donde él es muy conocido, damos por sentado que inventó ese nombre para hacerse el interesante. Y es interesante Tartón, pero no exactamente por su nombre, sino por sus frases ingeniosas, por esas ocurrencias que prodiga a todas horas. Para la gente de este barrio, Tartón es un personaje imprescindible. La verdad es que nos resultaría difícil vivir sin él. Cuando le veo con su barba blanca y su paso cansino por la Travessera de Dalt (que otros llaman Travesía del Mal), ya sé que Tartón tratará de desahogarse conmigo de las muchas horas que trabaja en la tienda de la calle de Massens y buscará decirme alguna frase ingeniosa, para que yo vea que no sólo vende lámparas. Lo hace con todo el mundo, pero sin lamentarse demasiado, recurriendo a su sentido del humor. Así es Tartón.

Esta mañana, al verme, ha dirigido una mirada tremenda al periódico que yo transportaba, una mirada de esas que son capaces de transformarlo todo. Luego, ha sonreído plácidamente y ha dicho:

-El periodismo consiste esencialmente en decir Lord Jones ha muerto a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo.

Ya en casa, como si fuera una venganza contra Tartón, me he leído el periódico de cabo a rabo. Faltaría más. Y entre otras cosas he descubierto con notable sorpresa que, en efecto, Lord Jones ha muerto. Cerca de Barcelona. Todo es muy raro, he pensado. He pasado página y no sabía que me esperaba allí otra sorpresa: Jacinto Antón informaba de que habían sido robadas de la Fundación Folch de Barcelona 35 valiosas esculturas de madera de arte africano, 35 esculturas fang.

¿Qué son las esculturas fang?

He terminado preguntándome si el gran periodismo y la gran literatura no consistirán a veces en hablar de esculturas fang a gente que no sabía que existían esculturas fang (y que, encima, no sabían que fueran tan fáciles de robar en Barcelona).

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2

Como suelo inventar citas, voy a inventarme una de Cioran: "¿Qué prueba un texto cargado de citas? ¿Modestia? ¿Cobardía? ¿O rivalidad? Más que todo eso, un deseo de indicar que el tema no te concierne directamente".

3

El otro día Antón M. Espadaler, hablando de esculturas públicas, recordaba el sutil contenido ideológico de las mismas. Pensé en Baudelaire, a quien le aburría profundamente la escultura y decía que era el arte más primitivo de todos, pues procedía de la noche de los tiempos. "Seguramente la escultura es el arte de los caribeños", decía Baudelaire, para quien la pintura siempre fue un ejercicio mental más exquisito.

¿Fueron fang alguna vez los caribeños?

En su artículo, Espadaler se adentraba en el tema de la atracción de las miradas que tan bien captó Wim Wenders cuando escribió que la decisión más política de todas consiste en controlar hacia dónde se dirigen los ojos de la gente: "En otros términos, lo que se muestra a la gente, día tras día, es político". Estoy de acuerdo con Wenders, pero creo que olvidó que a veces los ojos de la gente lo transforman todo. Y es que aún quedan ciudadanos que son conscientes de que la importancia debe estar en su mirada y no en lo que se está mirando. Pienso, por ejemplo, en el monumento a Francesc Macià de la plaza de Catalunya. En él, ideología y estética (pavorosa esta última) están muy estrechamente unidas al mundo convergente de Jordi Pujol, sincero admirador del escultor Subirachs. Ahora bien, con ese monumento se ha ido produciendo un fenómeno interesante desde el día mismo en que -el primero en advertirlo fue Roberto Bolaño- los ojos de unos peruanos le fueron dando un giro a la carga ideológica y estética de esa escultura. Desde hace años ese monumento es el territorio de un conjunto de músicos andinos del estilo del cóndor pasa que dan toda la impresión de haber visto en esa moderna escultura a Francesc Macià las sobrias y elegantes escaleras, semejantes a esculturas abstractas, que hay en la cumbre del Machu Pichu.

4

En una carta que me envía Juan Zambra, ya de regreso a su Valparaíso natal, este amigo de ideas fijas me habla de pronto de lo flexible, de lo elástico, de lo frágil que es el concepto de inteligencia. En mi libro de cabecera de estos días, en El Diccionario del Diablo, de Ambrose Bierce, encuentro una irónica definición del famoso adjetivo inteligente: "En política el que tiene un voto; en periodismo el que tiene un periódico; en nuestras reuniones con los amigos, el que mantiene la misma opinión que nosotros".

A veces pienso que la inteligencia está simplemente en lo imprevisible. Y la capacidad, añadiría ahora, de saber transformar las cosas con una sola mirada. Hasta que no vuelva de Praga no contestaré a Zambra y le enviaré mi modesta opinión sobre el tema. Mañana salgo hacia esa ciudad, que nunca he visitado y de la que espero mucho, aunque sé que es mejor no esperar nada. Mañana, a estas horas, estaré en Praga, donde me esperan unos pasadizos misteriosos que siempre he mitificado, una tupida red de calles furtivas por las que se puede andar sin salir al aire libre, travesías escondidas en el interior de bloques de casas viejísimas: una trama de corredores ocultos y comunicaciones infernales; un enredo de calles torpes, enfiladas de zaguanes. En estos momentos, antes de visitarla por primera vez, veo Praga como una misteriosa ciudad de pasajes furtivos puntuados por esculturas fang.

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