La alcaldesa y el agua
A finales de 2003 este diario tuvo la amabilidad de publicarme un artículo titulado La princesa sin agua. Trataba de los mitos y las leyendas que se han sucedido a lo largo de la historia, en todos los continentes y en todas las culturas, sobre la figura de la princesa de la ciudad sin agua, que ofrece su mano a aquel pretendiente que sea capaz de asegurarle el agua a su pueblo. En las distintas leyendas, diferentes personajes (héroes, magos, diablos, arquitectos...) construyen los más variados acueductos para ganar el favor de las princesas que, en realidad, son todas ellas representaciones del mito primigenio de la divinidad femenina fundadora y civilizadora, que al asegurar el agua hace posible la agricultura estable y el asentamiento en la ciudad.
"Para los dirigentes empresariales la tierra y el agua sólo son materias primas para sus PAI"
No podía entonces imaginar que menos de dos años después me iba a ver obligado a escribir sobre una figura femenina exactamente contraria, la de la alcaldesa que pone en peligro el agua de su ciudad en favor de ciertos pretendientes, en este caso muy distintos: un puñado de líderes del Partido Popular valenciano que han atado su futuro político a la defensa de una cultura y una política hidráulica anacrónicas e insostenibles, cuyo peso les va hundiendo cada día más.
Bajo la presión de la Generalitat y de la cúpula de su partido, la alcaldesa de Valencia ha accedido a participar en la manifestación de Alicante en favor de que la toma del trasvase del Júcar al Vinalopó se mantenga en Cortes, aguas arriba de la toma de Valencia. Ha defendido así un proyecto cuya construcción hubiera sido obviamente contraria a los intereses de Valencia. Si faltaba alguna prueba del carácter estrictamente político de la utilización del agua por parte del Partido Popular, la alcaldesa de Valencia la ha entregado con su participación en la manifestación de Alicante.
La alcaldesa sabía perfectamente lo que hacía con su presencia en la manifestación. No había más que ver su semblante en la televisión. Sin embargo, allí estaba, al igual que otros alcaldes de poblaciones de la Ribera directamente afectadas por el proyecto de trasvase del PP. Obedecían órdenes muy estrictas, porque el Partido Popular tiene mucho que ocultar en su política del agua en la Comunidad Valenciana. Suya es, al cien por cien, la responsabilidad de la alteración de los datos de caudales del Júcar sobre los que se elaboró el Plan de Cuenca y se aprobó el trasvase Júcar-Vinalopó desde Cortes en 1998. Por eso no puede permitir que ningún cargo altamente representativo rompa ahora la disciplina del partido en torno al agua.
El principal interesado en que todo quede bien tapado es el conseller García Antón, que en el pleno de las Cortes Valencianas alardeó de la activa participación que tuvo en su día en la elaboración del Plan del Júcar. En la manifestación de Alicante se le veía todo el rato cerca de la alcaldesa de Valencia, aunque con un semblante mucho más animado. Lo que menos le interesa a él, y a toda la cúpula del Partido Popular, es que se revise y se haga la luz oficial sobre cómo se logró el "consenso" del Plan del Júcar, y sobre las imposiciones que tuvieron que aceptar los usuarios valencianos del Júcar, en favor de los nuevos regadíos manchegos y de los promotores urbanísticos de Alicante.
Pero no lo van a poder evitar. El año próximo comienza obligatoriamente la revisión del Plan del Júcar por exigencia de la Directiva Marco Europea. Cuando el público vaya conociendo con detalle lo que los gobiernos populares de Madrid y Valencia fueron capaces de hacer con el Júcar, esquilmándolo por completo a cuenta de un hipotético trasvase del Ebro que compensaría la liquidación del río valenciano, el discurso del agua de Camps, García Antón, y demás pretendientes de la alcaldesa en el cortejo de Alicante, saltará hecho pedazos.
En realidad ya está saltando. El fracaso político de Camps en la manifestación de Alicante es el primer aviso. Dejando aparte el ruido mediático habitual en materia de agua, los datos cantan: este mismo diario, en su edición del 11 de septiembre, señalaba que el espacio que ocupaba la manifestación tiene unos 10.000 metros cuadrados, y en la foto que abría la información se puede comprobar que la densidad de manifestantes a partir de pocos metros atrás de la pancarta de cabecera no era de mucho más de un manifestante por metro cuadrado, como es normal en las manifestaciones, salvo en casos especiales.
Ecologistas en Acción realizó un conteo riguroso de los autobuses y los turismos que entraron en Alicante por todos sus accesos durante las dos horas anteriores a la manifestación. Contaron un total de 85 autobuses (46 del Vinalopó, 33 de Murcia y Vega Baja, y 6 de Valencia), bastantes de ellos medio vacíos. Los organizadores de la manifestación aseguran que acudieron a Alicante 400 autobuses, pero no han hecho público el listado de los mismos con sus puntos de origen. Por lo que se refiere a los turismos, los ecologistas contaron 2.576 turismos entrando en Alicante en las dos horas previas a la manifestación, pero entre ellos estaban incluidos todos los que venían a la ciudad un sábado por la tarde, por diversos motivos ajenos a la manifestación. Teniendo en cuenta la dimensión de la ciudad de Alicante y los patrones de movilidad aplicables, ni siquiera un millar de esos vehículos pueden ser imputados a la manifestación.
Con estos datos, los lectores aficionados al cálculo numérico pueden hacer sus propias estimaciones, pero es seguro que, las hagan como las hagan, los resultados quedarán muy alejados de las cifras publicadas por la mayor parte de los medios de comunicación y, sobre todo, de las cocinadas en la dirección de Canal 9. Ciertamente, los miles de personas que acudieron a la manifestación serían una concurrencia nada desdeñable si la convocatoria hubiera partido sólo de los agricultores de las comarcas afectadas por el trasvase del Júcar. Pero el caso es que era una manifestación respaldada por los gobiernos valenciano y murciano, por el Partido Popular y por todas las patronales alicantinas. Por eso cabe hablar con toda propiedad de fracaso político. Son bastantes asistentes para una manifestación de agricultores, pero muy pocos para unos convocantes oficiales tan ilustres.
La conclusión que está quedando del 10 de septiembre es que el PP de Valencia y Murcia, con sus presidentes a la cabeza y tras un toque de silbato general, apenas han conseguido medio llenar en Alicante la Avenida Maisonave, evidenciando el desplome de la capacidad de convocatoria del PP. El pensamiento único de Camps -los trasvases- se le está desinflando a ojos vistas, y a partir de ahora va a tener que dar explicaciones por haber tratado como idiotas a sus conciudadanos de Alicante y Valencia en un tema cuya importancia él mismo se ha encargado de magnificar mucho más allá de lo razonable. Los ciudadanos saben perfectamente que este gobierno, y cualquier otro, seguirán haciendo todo lo que esté humanamente a su alcance para que haya agua en el grifo de cualquier casa y de cualquier negocio, como lo han hecho siempre, aunque no sea más que por la cuenta electoral que les tiene. Y los agricultores de verdad, los pocos que quedan, ya han comprendido hace tiempo que en el tema del agua, como en tantas otras cosas, no son más que una moneda de cambio para un gobierno autonómico y unos dirigentes empresariales para los que la tierra y el agua sólo son materias primas para sus PAI.
El sacrificio de la alcaldesa de Valencia, y de otros cargos electos del PP valenciano obligados a representar la pantomima del agua por orden superior, ha sido inútil, cuando no contraproducente, porque han dejado bien a las claras que las verdaderas razones del fallido desembarco de Camps en Alicante tienen poco que ver con el interés general, y están en la mente de todos. Zaplana, finalmente, no acudió a la manifestación. Dejó que Camps se adentrase varios pasos más en la ciénaga de sus trasvases.
Antonio Estevan es miembro de la Fundación Nueva Cultura del Agua.
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