_
_
_
_
CIENCIA FICCIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Quién dijo que agujeros negros existen sólo en el espacio?

CENTRO DE INVESTIGACIÓN FYLADINE, Luxemburgo. Un experimento fallido de colisión de partículas de alta energía diezma a toda una legión de científicos. Ocho años más tarde, los supervivientes del fiasco, dirigidos por el malévolo Dr. Thomas Abernathy, deciden repetir el ensayo haciendo caso omiso a los informes que apuntan catastróficas consecuencias: durante el experimento, podrían darse las condiciones necesarias para generar un microagujero negro... capaz de engullir la Tierra. La física Eva Soderstrom y su compañero, el ingeniero Steven Price, harán frente a los esbirros de Abernathy e intentarán, sorteando intentos de asesinato, evitar el inminente fin de la humanidad. El argumento pertenece a Experimento mortal (The void, 2001), filme dirigido por Gilbert M. Shilton, estrenado directamente en formato DVD en España.

Los físicos estudian la física de las partículas elementales mediante titánicas colisiones. En ellas, sendas partículas se aceleran hasta alcanzar una fracción apreciable de la velocidad de la luz. Para ello se utilizan gigantescos aceleradores de partículas. ¿Sabía usted que, muy probablemente, dispone de sendos aceleradores de partículas en su domicilio?

Un tubo de rayos catódicos de cualquier televisor tradicional (o de uno de esos enormes monitores de ordenador, arrinconados por los modernos TFT) es, en esencia, un acelerador de electrones emitidos desde un cátodo, cuya trayectoria, fijada mediante electroimanes, le lleva a chocar contra una pantalla (de fósforo, por ejemplo). El impacto ilumina un puntito o píxel en su monitor de televisión u ordenador.

Básicamente, se distinguen dos tipos fundamentales de aceleradores en función de su diseño: los aceleradores lineales o linacs, y los circulares (que a su vez, se dividen en sincrotrones y ciclotrones). El primer ciclotrón fue concebido en 1929 por el físico norteamericano Ernest O. Lawrence y su equipo. En ellos, se dispone de dos dipolos magnéticos de forma que producen un campo magnético, uniforme y vertical, en sendas regiones semicirculares (llamadas D, al ser ésta aproximadamente su geometría), separadas una cierta distancia. Mediante un voltaje oscilante, se consigue acelerar las partículas que atraviesan el espacio entre las dos D, en cuyo interior trazan un recorrido semicircular, cuyo radio es proporcional a la velocidad de éstas. Globalmente, las partículas describen una espiral de radio creciente. Así se consigue acelerar partículas a gran velocidad y confinarlas en un recinto de tamaño limitado.

Una variante del ciclotrón, el llamado sincrotrón, utiliza una cavidad circular resonante, de radio fijo. En ésta, se aceleran partículas bajo la acción de un campo magnético creciente, que se adecua a cada instante, de forma que las partículas describen siempre una misma trayectoria circular. Ejemplos de esta geometría los constituyen los gigantescos aceleradores del CERN en Ginebra o en Fermilab, Illinois (EEUU). Hoy en día se dispone también de los llamados anillos de almacenamiento, basados en una tecnología similar a la de los sincrotrones, excepto que se diseñan para retener partículas a una energía constante durante el mayor tiempo posible.

Mediante colisiones de alta energía es posible recrear, en cierto modo, las condiciones del universo primigenio; pero de ahí a generar agujeros negros en miniatura, media un abismo. En un interesante artículo publicado en el año 2000 (www.unizar.es/lpdf/hep-ph/9910333), un equipo de físicos, entre los que se cuenta el Nobel Frank Wilczek, del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, evaluaron diversos "escenarios catastróficos" potencialmente asociados con experimentos de colisión de partículas de alta energía.

Sus conclusiones descartan tajantemente la posibilidad de generar agujeros negros, formas extrañas de materia, e incluso, una devastadora transición a una nueva forma de vacío. Inspirándonos en la carátula del filme Experimento mortal, gobernada por la sorprendente pregunta ¿quién dijo que los agujeros negros existen sólo en el espacio?, podríamos responder que, de entrada, toda una legión de físicos. Aunque, para agujeros negros, el que parece habitar en pleno cerebro del guionista. ¿Será por ello ese inquietante título original (The void, o sea, el vacío...)?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_