Robert Wise, el último todoterreno de Hollywood
No se le esperaba (su estado de salud era ya muy delicado), pero sí a su esposa, que ayer mismo se enteró en San Sebastián de la sorpresiva noticia de su deceso. Porque lo cierto es que Robert Wise, uno de los últimos vestigios del gran Hollywood, el del sistema de estudios, era (y es) el objeto de la retrospectiva mayor de la 53ª edición del festival donostiarra que hoy mismo comienza. Un suceso luctuoso que empaña el inicio del certamen (del que ya fue presidente del jurado en 1994: entonces se le homenajeó con la proyección de uno de sus clásicos indiscutibles, West Side Story, en el Velódromo).
Había nacido en Winchester, Indiana, en 1914, y sus estudios de periodismo o su interés por el teatro amateur no hacían presagiar su primer empleo en Hollywood: ayudante de montador, primero, y montador de prestigio, más tarde (lo fue, por ejemplo, de Ciudadano Kane, de Orson Welles: era el último del equipo que continuaba aún con vida). Como solía ocurrir entonces, tuvo su oportunidad de debutar como director por casualidad y por hacer un favor, con una película muy menor, Curse of the Cat People (1944), en la que terminó el trabajo comenzado por Gunther von Fritsch, origen de una carrera en la que alternó todos los géneros, y en la que demostró que sus ingentes conocimientos de la moviola no cayeron en saco roto: fue un todoterreno, sí, pero con notables aspiraciones artísticas y un fuerte, importante tirón popular.
Tras unos comienzos en modestas producciones de serie B, algunas para el estudio que lo llevó a Hollywood, la RKO, conoció sus primeras satisfacciones con dos películas de boxeo, The Set Up (1949) y Marcado por el odio (1956), en la que un joven Paul Newman daba vida al famoso Rocky Graziano; y por el medio, un sólido filme de ciencia ficción, Ultimátum a la Tierra (1951), en la que nos recordaba los peligros de una civilización armamentista abocada al fracaso y advertida por inteligentes extraterrestres sobre su deriva catastrófica.
Efectivos filmes de suspense (La casa de la colina, 1951), recreaciones de la reciente guerra mundial (Las ratas del desierto, 1953, sobre el Afrika Corps del mariscal Rommel), peplums (Helena de Troya, 1956), westerns muy bien arropados (La ley de la horca, 1955), denuncias contra la pena de muerte (¡Quiero vivir!, 1958) y hasta una dura requisitoria contra el racismo, Odds Against Tomorrow (1959), que, por supuesto, no se estrenó en España y que protagonizara el filocomunista Harry Belafonte en aquellos duros años de pos-maccarthysmo: de todo cabía en la carrera del Wise de los años cincuenta, tal vez el mejor periodo en la trayectoria de uno de esos directores sinónimo de eficacia y buen hacer que, no obstante, la crítica de la época etiquetó con superficialidad dentro de la cómoda, y en el fondo abusiva, categoría del artesano.
Tras el revuelo que provocó su versión musical de suburbio de Romeo y Julieta, West Side Story, Wise volvió a cosechar un éxito planetario con la blanducha Sonrisas y lágrimas (1965), en la que se lucía una Julie Andrews en el disparadero de su carrera, al tiempo que, con varios filmes de gran presupuesto (La amenaza de Andrómeda, 1970; Hindenburg, 1974, y hasta la primera de las versiones en cine de Star Trek, 1979), el director revalidaba su crédito con una industria que lo compensó no con oscars (tenía, no obstante, uno honorífico), pero sí con cargos: entre 1971 y 1975 fue presidente de la Asociación de Directores de América, y entre 1985 y 1988 lo fue igualmente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas. Se despidió de la realización no hace mucho, en 2000, con una tv movie, A Storm in Summers; pero para entonces su nombre ya casi nada decía a las nuevas generaciones de cinéfilos.
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