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Cosecha estival

Que nadie se inquiete: este año, este final de verano, no hablaré del ruido. Se ha instalado a la manera de bíblica maldición, y, en apariencia, las quejas quedan para unos pocos, cada vez menos. Los circuitos del estruendo en valles, montañas y ciudades constituye, por lo que se ve, nueva tradición secular. A poco que se insista formará parte de las fiestas locales, a las que asisten sobre todo, los de fuera de la localidad, se trate de fallas o de eventos varios para martirio de indígenas. La radial nuestra de cada día no es instrumento, es acompañamiento. Y no es plausible enviar a los jenízaros, como hiciera el pasha otomano de Tesalónica, en 1752, para evitar el alboroto nocturno, aunque no deja de ser una idea.

Veamos la cosecha. Bush y sus machucambos están a punto, al fin, de conseguir "su" república islámica en Irak. Sin duda alguna es un avance que se agrega a la liberalidad de Sharon en Gaza y Cisjordania y a la negociación de oleoductos, gaseoductos, y bases de Uzbekistan. Nada mal, para ser un comienzo y un final de agosto. En una prueba más del liberalismo compasivo, el presidente ha oficiado el desastre en sus propias riberas, aun a costa de recortar vacaciones: todo un ejemplo de la política de desasistencia, o de confianza en la divinidad.

Tras un periplo por las riberas mediterráneas, a ambas orillas debo precisar, me pregunta un amigo, "¿cómo lo ves?". "Con optimismo", digo. "Pues tu gesto no parece acompañar tus palabras". Bien, "es que tal vez mi optimismo no está bien fundamentado; suele ocurrir...". Como estamos en una de las riberas, traslade el lector o lectora, la duda y el optimismo.

La destrucción de España se puede inscribir en las expresiones del párrafo precedente. A España no logró desmembrarla ni el general Franco, el mayor de los separatistas de nuestra historia común, y eso que tuvo de su lado a la Iglesia y a las mayores potencias terrenales de la época. Con su nacionalismo nacional contribuyó a separar las dos Españas, y además, como regalo, alimentó los nacionalismos perplejos, reactivos, incluso donde nunca los hubo. Todo un éxito. Sus epígonos, a lomos de la cultura franquista, se rasgan las vestiduras, y reclaman su parte de los negocios de que los apartaran, provisionalmente, los malditos de siempre.

Todo por un, o unos, Estatutos. Por una reforma constitucional que exige la reparación del compromiso transicional, cuando para unos fue punto de partida, y para otros, los epígonos, punto y final, llegada. Un hombre religioso, Madison, se ocupó de la separación entre las creencias religiosas y la gobernación democrática. Aquí, de nuevo, epígonos y sucesores de Gomá o Pla y Deniel, se exasperan ante la evidencia social de gays y lesbianas, exigiendo virtudes públicas ante los "vicios" privados. Los sin familia claman contra quienes quieren formar una.

Nada nuevo bajo el sol canicular. Tim LaHaye, evangelista telepredicador de la mano de la jerarquía católica (¡) estadounidense, con decenas de emisoras de radio y televisión, en los Estados Unidos, proclama la llegada del Juicio Final. Ahora sin duda alguna tendrá razones adicionales proporcionadas por Katrina. Invoca el sujeto en cuestión el Génesis para solicitar la abrogación de las leyes medioambientales y de protección de la naturaleza: "Dios dio la tierra a los hombres, para que la poblaran e hicieran uso de ella y de sus demás habitantes; Él se ocupará de que nada nos pase. Y al cabo nos encontraremos en el valle de Josafat" -con graves aprietos, pues somos muchos, y más los que nos antecedieron para caber entre el muro de Sharon y el estrecho barranco jerosolimitano-. Mi optimismo, matizado como se viera, confía en que nuestros creyentes gobernantes no se "apunten" a esta tendencia bíblica y evangelista norteamericana. En caso contrario el golf nuestro de cada día puede invadir junto a los circuitos urbanos y rurales del ruido hasta el último rincón.

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Hay piscinas que son privadas en público, y plagiarios de postín para obras de Miró, Joan. Y prebostes de la crítica que no sólo justifican desde generosas contribuciones públicas lo uno y lo otro, sin lograr sorprender al respetable en tan lamentable faena.

Más cerca, durante tres sábados, tres, los alcaldes de una comarca cercana a la vieja ciudad federada de la antigua Roma, predican de manera unánime y coincidente, las bondades de un PAI -otra bíblica maldición producto de la inocencia gubernamental de un socialismo otrora dominante y con vocación de permanencia-. Confieso mi admiración por el inspirador de tantas bendiciones. Es cosecha de verano, pues ya se sabe que en l'agost, figues i most... y con unos hoyos y dos green nos liberan del enjambre de insectos que acompañan a uvas e higos.

Para resumir hemos tenido guardias civiles lorquianos, en Roquetas. Incendios en bosques descuidados por el cambio de usos y costumbres. Alguna señal de que antiguas potencias no pueden salvar un batiscafo y las que resisten apenas y por los pelos salvan el Discovery. Y que volar en Afganistán no es un deporte de aventura, mientras los embusteros de ayer se encarnizan con la transparencia de hoy, a que no estaban acostumbrados. Por no hablar de otros vuelos, trágicos asimismo, en virtud del coge y pilla de las compañías aéreas. Además, sesenta años después nos apercibimos que el átomo no es un inocente elemento de Einstein, en el centenario: si quien lo posee hace armas, es bueno; si quien le da al interruptor, también. Los dos usos, para unos pocos.

Y agua y fuego. La tierra, como víctima; el aire, irrespirable. Empédocles con los pelos como escarpias, y eso que nos lo representan calvo. Del Vinalopó al Xúquer las aguas parecen discurrir contra su tradicional costumbre, y la turbiedad del discurso se asemeja al nuevo evangelio de Bush y sus neocons... alejado del discurso kantiano, tan inocente visto en la perspectiva de más de dos siglos. Y tan imprescindible de la Paz perpetua a la explicación de las Luces, ausentes en los estrambotes del agua y el fuego. Así el descenso de las ermitas, de San Roque a San Bartolomé, o San Francisco, en Serra, Villahermosa del Río o Nàquera.

Se presta la atención según el color con que se mira, en éste y otros casos, el color político. Y no se cuestiona que en algunos lugares, el bosque es de cemento, de menor peligro de ignición, aunque el Windsor procure la corrección, y nuestro paisano Vicent Pons explique el fuego de Guadalajara. En 1994 y aun antes, los incendiarios del Saler o la Calderona eran socialistas, entre los que me cuento, como acusado por un amable -es un decir- opositor que me sorprendió con aquello de que "en política, todo vale". Décadas después me reafirmo en la proposición contraria, de acuerdo con Madison, y mis amigos Vicent Ventura, Joan Fuster o Josep Ll. Blasco. Puede que sea por anacronismo como un aguerrido defensor de los PAI me reprochara.

Con recursos públicos y beneficios privados seguros, el Gobierno de Aragón propicia sus últimos zarpazos al Pirineo y a las sierras calladas del Sur, Gúdar y Albarracín. La Nieve Mítica, vaya. No iban a ser menos. El atraco es final; agotado el horizonte de la costa, siempre nos quedan las montañas, para que de nuevo el ruido de quads, todoterrenos gigantescos y caros, sobre todo muy caros, se encargue de neutralizar la vida, de extinguirla si es posible.

Con un esperpento adicional, que es cosecha de la tierra. En 1932, el Reino Unido y la Commonwealth urdieron las preferencias generalizadas en el comercio internacional como defensa de sus propias producciones. Manuel Azaña recibió a Samper, a la sazón diputado por Valencia. Éste exigió medidas contra Gran Bretaña y sus dominios. Azaña, siempre irónico, apostilló: "Le daré el mando de la Armada Invencible". Ahora el gobierno autonómico, parece aprestarse a la batalla contra China, después de abandonar a los sectores productivos indígenas a su suerte. ¿Otra expedición a la Cochinchina?

Ya lo ven, en agosto cosecha pródiga.

Ricard Pérez Casado es doctor en Historia.

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