Italian conection (II)
Ayer, en mi intento descabellado por meter medio siglo de TVE en dos folios de finales de agosto, me quedó muy coja mi teoría de la mamma Italia. Peor aún, daba la impresión de que la italianización de nuestro patio catódico nacional se había acabado por completo después de la retirada de la RAI del padre espiritual del Ente, el dottore Bernabei, que todavía sigue muy en activo organizando desde el sector privado importantes megaproducciones basadas en la Biblia, su gran exclusiva, para las televisiones públicas y privadas de Italia, España o Polonia. Los mismos países, por cierto y como ya conté aquí a principios de mes, en los que yo tuve el dudoso honor histórico de haber introducido el porno en televisión. O sea, que mientras Bernabei, un santo de las pantallas caseras de futura beatificación, se dedicaba a trabajar a fondo esas raíces cristianas no mencionadas en el texto constitucional de la UE, yo hacía lo mismo, perdonen la herejía, para recuperar esas otras raíces paganas europeas (algunas más desenfrenadas en la Roma y Atenas de entonces que en estas baratas producciones del subgénero X o XX del sexo de Los Ángeles) y que tampoco están reconocidas por nuestra Constitución.
La historia llega hasta ahora mismo. Y no sólo en la pequeña pantalla, sino en la pantalla blanca de nuestro cine
Pero la historia de la italian conection en nuestra televisión va mucho más allá de la ocupación militar del Ente por parte del Opus (mitad monjes mitad soldados) durante el franquismo inferior y llega hasta ahora mismo. Y no sólo en la pequeña pantalla, que ya es obvio aunque faltan tesis y tesinas para detallar la ocupación templaria, sino en la pantalla blanca de nuestro cine gracias a Cifesa, Cesáreo González, los Estudios Bronston (todavía recuerdo un No-Do en el que se veía al futuro san Josemaría, muy risueño, bendiciendo los estudios coloniales) y otros logos míticos de la historia de nuestro cine. Sin olvidar que el Vaticano, gracias a la influencia ya decisiva del Opus en Roma, una aportación española a la primera globalización de la que tenemos que estar orgullosos en esta segunda o tercera, fue accionista muy principal de los estudios Disney; aunque ahora mismo no sé la suerte corrida por aquel importante paquete accionarial del Vaticano a través del famoso IOR, Instituto de Obras Religiosas, que sale tanto en la tercera parte de El Padrino, de Coppola.
La segunda parte de la peli española titulada Italian conection empieza con la llegada de las privadas, hace exactamente 15 años, otro aniversario. Y en un principio fue así. O bien se trataba de modelos clónicos del italianizado Ente de RTVE, con sus famosos numerarios o supernumerarios trasvasados en bloque a la flamante privada (Antena 3), o en el caso de Tele 5 se trataba sencillamente de una propiedad de Berlusconi de la mano de los ciegos. La primera colonización italiana de nuestra televisión (pública) fue espiritual; la segunda, puro materialismo más o menos conectado en Red con el Vaticano y Milán.
Y entonces, ocurrió en España lo mismo que sucedió en Italia luego de la salida de Bernabei para dedicarse full time a las ficciones de las raíces cristianas. Nuestra televisión pública se berlusconizó por contagio comercial con las privadas, y las privadas fueron militarmente ocupadas por los mejores mariscales de Sua Emittenza (Carlotti en Antena 3 y Paolo Vasile en Tele 5, dos linces), sin olvidar al gran Lazarov, el primer enviado del napoleón Berlusconi a esta otra península tan publicitariamente apetecible como fácil de conquistar. Romanos contra cartagineses. Y Agag, ese misterio en meyba de cuadritos en Porto Cervo, zascandileando en las dos penínsulas y haciendo caja para el patrimonio familiar de los Aznar.
Nunca olvidaré el día en que yo caí de la burra ideológica, de raza francfortiana, camino del Damasco audiovisual. Fue en la impresionante mansión de Berlusconi, en Arcore, a finales de los ochenta. Yo había ido a Milán, comisionado por Polanco y Cebrián, para fisgar un poco en el reinado de Berlusconi, que entonces aún no se dedicaba a la política (sólo acababa de comprar el Milan) y saber si era posible en esta otra península hacer una tele privada. Luego de mostrarme el imperio, una mezcla de kitch religioso y de minimalismo milanés, Sua Emittenza me preguntó con sonrisa denticlor. "¿Polanco tiene supermercados? Porque este asunto de la tele privada, Giovanni, sólo consiste en meter los spots de tus negocios privados entre un programa de varietés (juro que lo pronunció así) y el siguiente". Hice glup. Regresé a Madrid. Conté lo visto en Milán y entonces optaron por la tercera vía.
Ahora, según me dicen, están en la cuarta vía, o la Cuatro, pero juraría que todavía no tienen supermercados y ninguna conexión italiana material o espiritual. Una audacia.
Arrivederci, despedida y cierre de la emisión.
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