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Pie de foto | 26 de julio de 2005 | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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El sentimiento de culpa

Juan José Millás

A esta mujer, consejera de Medio Ambiente de Castilla-La Mancha cuando se produjo el incendio que costó la vida a 11 personas y arrasó 12.000 hectáreas de bosque en el Alto Tajo, la criticaron primero por no dimitir y luego por dimitir. Algo habrá hecho, dijeron sus adversarios, porque si no se hubiera sentido culpable seguiría en su puesto. Sus adversarios jugaban con la ventaja de que desconocían el sentimiento de culpa. A Trillo se le mataron 62 militares en un avión sin mantenimiento y con una tripulación inexperta y aquí no pasó nada. Cogió los restos humanos, los distribuyó a lo loco entre los ataúdes disponibles y barajó las identidades con la misma frialdad con la que antes había barajado las vísceras. Cuando le pillaron con las manos en la masa, dijo que pidiéramos cuentas al maestro armero, que en este caso era un general de brigada, o de división, ahora no caigo.

En cuanto a Acebes, por citar otro caso singular, era el ministro del Interior de este país cuando se produjeron los atentados del 11-M (200 muertos y centenares de heridos). El responsable de nuestra seguridad no fue capaz de evitar una masacre sobre la que existían numerosos indicios, entre otras cosas porque su Gobierno había decidido invadir un país en el que no se nos había perdido nada tras mentir masivamente acerca de unas armas inexistentes. ¿Dimitió Acebes? Ni siquiera pidió disculpas por haber intentado engañar concienzudamente a la población durante los días posteriores al atentado. ¿Por qué no se fue a casa ni se disculpó ni dijo tierra trágame? Porque no se sentía culpable ni responsable de nada. Pregunten -dijo- al maestro armero, que en este caso era el cuerpo de policía al completo.

Por último, si Fraga y Cascos se fueron de caza mientras el Prestige soltaba lastre para dar y tomar, es porque no tenían sentimiento de culpa alguno. Después de todo, ellos no habían hundido el barco, ellos sólo detentaban unos puestos políticos que les proporcionaban, entre otras ventajas, la de cazar y pescar en cotos privados y con empresarios importantes. ¿Por qué renunciar a las prerrogativas de su puesto? Hablen ustedes con el maestro armero, que en este caso no hemos logrado averiguar quién era.

Cuando hay perspectiva histórica para juzgar las actuaciones de unos y de otros, la verdad sale a flote por sí sola. ¿Por qué creen que María Teresa Fernández de la Vega acudió con tal celeridad a Guadalajara aun sabiendo que los ánimos, entre los vecinos, estaban caldeados? Porque se sentía culpable, evidentemente. ¿Y por qué se sentía culpable? Porque algo habrían tenido que ver ella o Zapatero en el incendio. De otro modo, no se habrían negado a crear una comisión de investigación en el Parlamento. Fernández de la Vega fue allí a lavar sus culpas del mismo modo que Rosario Arévalo, la mujer de la foto, dimitió corroída por el dolor de sus pecados.

Nos rendimos, en fin, a la evidencia. Pero conviene aclarar a los lectores, que, aunque no sea éste el caso del PP, hay ocasiones en las que el sentimiento de culpa no aflora por pura psicopatía. Lo que distingue al psicópata de la gente normal es precisamente su dificultad para identificarse con la persona a la que hace sufrir. Por eso también, un psicópata jamás dimite.

ULY MARTÍN

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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