Todo el mundo es estúpido menos Aznar
Aznar y su heredero psicológico coincidieron en un campamento de FAES y las JONS, donde el primero dirigió a lo largo de julio (sin quitarse la chaqueta del hombro en todo el mes) un curso de verano acerca de las bondades de la extrema derecha. Rajoy, que ha devenido en un hombre fieltro, dejó hablar a su ventrílocuo y luego le dio razón de forma compulsiva. Tanta razón le dio que se quedó sin ella, por lo que comenzó a desvariar enseguida con lo del desmantelamiento de España, que, sorprendentemente, es lo que más excita a los fanáticos de la unidad. Franco gobernó 40 años azuzando ese fantasma que provocaba lipotimias en sus actuaciones públicas.
Tras hablar muy seriamente de ese desmantelamiento, hizo un análisis de la política de Zapatero, de quien afirmó que no quería ser español, revelación sorprendente que ningún periódico, sin embargo, llevó a los titulares. No aclaró qué rayos quería ser, si ruso, francés, cubano o sueco. También dijo que el actual presidente está llevando a cabo el desmantelamiento con "disimulo" y con un "maquillaje de izquierdas, para que parezca progresista". Le reprochó, en fin, que en vez de hacer una política verdaderamente socialista, que es la que gusta, por lógica, al PP, se limitara a aplicar un barniz para engañar al personal. ¿Aceptaba de este modo Rajoy que la política de izquierdas es progresista? No podemos saberlo porque es imposible penetrar en el alma de un registrador de la propiedad de fieltro.
Lo curioso es que todas estas incongruencias provocaban expresiones de satisfacción en un público que, como pueden ustedes apreciar por la foto, estaba compuesto de personas mayores, individuos -hay que suponer- con discernimiento, gente que se ganaba la vida mejor que usted y que yo, sujetos que iban y venían, que subían al autobús, que conducían sus automóviles respetando -queremos creer- los semáforos y el código de la circulación; personas, en fin, que no identificaban el progresismo con las políticas de izquierda. Para comprender en toda su magnitud el disparate, imagínense a Zapatero acusando a Rajoy de no ser un hombre de derechas de verdad, sino un farsante que daba a sus actuaciones un barniz de esa ideología para parecer un reaccionario.
Aznar, por su parte, aseguró que todo lo que dice Zapatero es "estúpido". Pero los insultos, en Aznar, suenan de otro modo debido a su superioridad intelectual. Se aprovecha, además, de que se trata de una superioridad que salta a la vista, porque se refleja en su porte y en la agudeza de su mirada, que continúa, pese a los años, sobrecogiéndonos. Eso por no hablar de su facilidad para los idiomas (aprendió tejano en dos horas) o de sus contundentes opiniones sobre la mujer, sobre los niños, sobre el terrorismo... Quien dude aún acerca de la clarividencia de este hombre no tiene más que acercarse a sus obras completas, que, aunque escritas por un negro que aportó la sintaxis, reflejan uno de los pensamientos políticos más originales (y pintorescos) de este siglo. Aznar no debería abusar de esa superioridad. Tampoco debería actuar al lado de Rajoy, pues el contraste entre la inteligencia de uno y de otro resulta excesivo.
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