La confirmación de unos grandes virtuosos
El Cuarteto Casals revalidó anteayer su consagración internacional en el Festival de Salzburgo y pone de paso una fecha en el calendario para la historia de la música española. Es la primera vez que un cuarteto de cuerda español actúa en el festival de los festivales. ¿Se puede hablar de un antes y después? Pues sí. Un país del que salen solistas debajo de las piedras aporta, al fin, un cuarteto competitivo en la más depurada, exquisita y complicada de las formaciones instrumentales.
En 1997 nacieron del cascarón de la Escuela Reina Sofía, de Madrid. En 2000 obtuvieron todas las bendiciones con los primeros premios de los concursos Yehudi Menuhin de Londres y Johannes Brahms de Hamburgo. En 2005 revalidan su prestigio ascendente con el doctorado salzburgués. Retengan sus nombres: Vera Martínez Mehner y Abel Tomás, violinistas; Jonathan Brown, viola, y Arnau Tomás, violonchelo. Son, juntos, el Cuarteto Casals.
No lo tuvieron fácil en Salzburgo. Se presentaban con el tercer cuarteto de Arriaga, qué detalle, y, maldición, en el último movimiento al viola se le rompió una cuerda y tuvieron que retirarse unos minutos para hacer de mecánicos y reparar la avería. Reaparecieron con coraje pero el clima de concentración se había roto. El público estuvo comprensivo aunque en modo alguno complaciente.
Se jugaban todas sus cartas en el siguiente cuarteto, el tercero de Shostakóvich, ahí es nada. Y es entonces cuando dejaron el atenazamiento de los nervios para ocasiones menos trascendentales y comenzaron a tocar como si les fuese en ello la vida, sabiendo que no podían dejar pasar una ocasión como ésta. Le echaron corazón y tripas, pero en ningún momento perdieron la cabeza. Controlaron a la perfección la belleza y solidez del sonido, demostraron tener una precisa técnica respiratoria, crearon una extraordinaria tensión envolvente sin perder un ápice de lirismo. Hipnotizaron.
Sé que quizá no sea lo más adecuado destacar a un instrumentista particular -pido disculpas- pero quien se echó el grupo a la espalda y tiró de él con una fuerza y una madurez extraordinarias fue la violinista Vera Martínez Mehner. Los demás se unieron con convicción y la noche cambió. Los bravos y aclamaciones eran cálidos, y en el tenderete que habían puesto en el vestíbulo con sus tres discos publicados: Mozart juvenil en 3 CD, Arriaga y el doblete Zemlinsky-Debussy, los aficionados reclamaban a Shostakóvich, y ante una ausencia que no comprendían después de lo escuchado, se lanzaban por lo más próximo, es decir, por Debussy y Zemlinsky. El Casals había ganado ya la baza psicológica.
El cuarteto Rosamunda, de Schubert, se erigía como el test definitivo. Lo pasaron sobradamente. Una prueba de fuego, como el andante, fue resuelta con un aire de melancolía, de sensibilidad romántica, pero sin deslizarse hacia el sentimentalismo y mucho menos hacia la dulzonería. En su punto exacto. El éxito fue total. Como propina hicieron una versión electrizante de la Danza del fuego, de El amor brujo, de Falla, y, ya crecidos, tocaron a Mozart en su ciudad natal, con gracia y energía. Bravo, maestros.
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