_
_
_
_
ASTE NAGUSIA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Huevos frescos

Confieso que lo políticamente correcto (esa filosofía barata, ese escuálido corpus ideológico que gobierna nuestro tiempo) consigue fascinarme, y que sus intentos de gobernar nuestras conciencias desde presupuestos tan endebles acaban por confundirlo todo en una ciénaga moral, en un verdadero lío.

El chupinazo de la Aste Nagusia de 2005 se convirtió en un nuevo ejemplo de magma indistinguible, que incluso proyectó sus tentáculos contra el balcón del Arriaga desde donde se daba inicio oficial a la fiesta. Al pregón de Juanjo San Sebastián y al chupín de Aitziber Adell, se unió esta vez la presencia de una traductora de lenguaje de signos. La traslación gestual del pregón era una loable iniciativa, si bien hay que dudar de su verdadera eficacia, habida cuenta del feroz ametrallamiento de huevos frescos del balcón presidencial.

En efecto, allí se encontraban el concejal Jon Sánchez, el pregonero, la chupinera, y a la izquierda de éstos un tipo muy alegre que fumaba sin parar. Concejal y fumador ejercieron con sus palmas de pantalla ante el constante ataque de ovales proyectiles sobre pregonero y chupinera. De hecho, hubo algún momento en que la traductora de signos se me apareció como una improvisada karateka, que con sus vertiginosos movimientos manuales también intentaba detener los disparos de huevo fresco. De hecho, tal era el caos de brazos y de manos que acaso la transcripción del pregón al lenguaje de signos resultó de sintaxis algo confusa.

Pero volvamos al lío de lo políticamente correcto, o políticamente incorrecto, o incorrectamente político, o como se quiera llamar. Si es correcta la traducción al lenguaje de los signos, ¿qué tal ese aluvión de mierda proyectado sobre el teatro Arriaga? El tipo que fumaba sin descanso en el balcón, ¿no podía haberse evitado? Y si esto no era correcto, ¿qué pensar de lo que ocurría más abajo? Ignoro si las reflexiones son pertinentes (incluso si son leales a la mera realidad), porque sigo el arranque de las fiestas en versión televisiva, por aquello de no acabar perdidos. La verdad es que los materiales con que se amasa (o se amalgama) la multitud que acude al chupinazo resultan cada vez más molestos y untuosos: a la harina, al vino y al champán se les han unido últimamente los huevos frescos, el ketchup y la mostaza.

Parece que las comparsas se mantienen en este acto en un discreto segundo plano, con el fin de preservar su integridad. Sin duda saben que la guarrería general espanta a mucha gente de las fiestas, pero la tradición está consolidada y no parece que vaya a remitir. La única novedad podría ser la aportación a la harinada general de nuevos y más engorrosos compuestos, si bien, tras la aparición del ketchup y la mostaza, resulta todo un desafío encontrar algo más guarro. Yo propondría salsa de patas de cerdo, botes de fabada asturiana, inyecciones de silicona líquida, ácidos y sulfuros diversos. No me den las gracias: cualquiera habría hecho lo mismo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_