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Filmoteca de verano | GENTE
Columna
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Comedias sexuales y noches de verano

La comedia sexual de una noche de verano no es una obra maestra, pero tiene morbo: fue en este rodaje donde Woody Allen y Mia Farrow se liaron. Así constituyeron una pareja que empezó como Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre y que acabó como Bárbara Rey y Ángel Cristo. Corría el año 1982. Allen era un cineasta intelectual que tocaba el clarinete, y Farrow, una actriz falsamente frágil con un pasado sentimental que pasaba por zonas tan poco compatibles como Frank Sinatra, André Prévin y Roman Polanski. La película cuenta lo peligroso que puede llegar a ser salir al campo con varias parejas: aparece la tentación del intercambio y se acaba confundiendo la viga en el ojo propio con la paja, con perdón, en el ojo ajeno. Eso les ocurre a las tres parejas de esta historia. Entrecruzan distintas formas de aparejamiento, conscientes de que la estabilidad existe, entre otras razones, para ser transgredida. Lo dicen ellos mismos en una de las pocas frases de esta historia que pasará a la posteridad: "El sexo alivia las tensiones mientras que el amor las provoca".

Muchos amores deberían ceñirse al guión de un fin de semana o de unos días de vacaciones

No es un tema muy original que digamos. La prueba es que Allen lo ha tratado en casi todas sus películas. En ésta, consiguió que ficción y realidad coincidieran y terminó el rodaje con los fundamentos de una de esas largas relaciones que uno necesita completar hasta el final para comprobar que no merecía la pena. Muchos amores deberían ceñirse al guión de un fin de semana o de unos días de vacaciones. Pero, al ser ciegos, los amores nos llevan a confundir cuentos con novelas, estrellas fugaces con asteroides que se estrellan contra la Tierra. Les ahorraré los detalles escabrosos. Farrow y Allen vivían en Nueva York, en apartamentos distintos, y compartían derecho a roce, aficiones y un hijo biológico. Cuando Allen visitaba a Farrow, dedicaba buena parte del tiempo a intentar identificar a cada uno de los 12 hijos sanguíneos o adoptivos procedentes bien de anteriores matrimonios de Farrow bien de los que adoptaron juntos. Una de esas criaturas era una huérfana coreana llamada Soon-Li, hija de la legislatura Prévin-Farrow. En LCSDUNDV, Allen ya cuenta el efecto que la naturaleza puede producir en almas sensibles y mientes inquietas. La brisa peinando las hojas de los árboles, el murmullo del río, el croar de las ranas, cualquier excusa es buena para azuzar el mecanismo del sexo mientras, a lo lejos, suena una suave melodía de clarinete.

En resumen: Soon-Li creció y se convirtió en una mujer lo bastante llamativa para que Allen pasara por alto la diferencia de edad, el contexto familiar, y se liara con ella en un romance que le convirtió en blanco de una lapidación mediática sin precedentes. En el fondo, no era más que la revisión contemporánea de una de esas perversiones shakespearianas en las que padres e hijos comparten el mismo objeto del deseo y transforman sus emociones en un antropofágico negocio familiar. Lideraba el movimiento anti-Allen la misma Farrow que en la película le mira embelesada mientras él practica esa locuacidad de muecas y tartamudeos. Una vez consumado el naufragio entre Farrow y Allen, la película nos confirma, con más rotundidad que en 1982, lo peligroso que puede resultar dejarse arrastrar por las mujeres (u hombres) del prójimo estando de vacaciones. El peligro, en este caso, no es el infarto que fulmina a uno de los personajes, ni la flecha que hiere a otro, sino la posibilidad de que un rodaje (o un campamento, o un curso de idiomas, o una universidad de verano) nos haga creer en la eternidad de los amores de verano y olvidar que la comedia suele ser, en el mejor de los casos, una tregua entre dos tragedias.

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