Los 'paparazzi' de pago
Cuando empiezo a redactar estas líneas, veo por el satélite cómo el Airbus 321 de Alitalia está calentando motores en el aeropuerto de Ciampino. Son las diez de la mañana y los Papanautas II ya están instalados a bordo con los cinturones de seguridad puestos, el respaldo del asiento en posición vertical y las oraciones pronunciadas. El comandante reza por el micrófono la hoja de ruta. El vuelo durará aproximadamente 2,15 horas, y el tiempo que hará en el trayecto ha sido calificado de sereno variabile a excepción de unos posibles baches sobre la Valtellina, en los Alpes, esperan tomar tierra en el aeropuerto de Colonia-Bonn dentro del horario previsto y las condiciones meteorológicas de la Renania son buenas.
Un Airbus repleto de imponentes personajes de pescuezo morado, ensortijados y que jamás pierden la calma histórica
Bien, me digo, tengo minutos más que suficientes para farfullar y enviar a la redacción del periódico esta columna antes de que aterrice el Airbus y no perderme un solo plano en directo del acontecimiento de masas del verano, que sin lugar a dudas será este primer viaje de Ratzinger al extranjero. Dejo a los Papanautas II (El Regreso) meditando allá arriba, me instalo cómodamente ante el ordenador, enciendo un purito, apago la tele y desconecto el acceso a Internet.
Estoy excitado por dos cosas y no sólo por el capuccino mañanero. Les confieso que tenía mono de masas al cabo de un verano avaro en eventos multitudinarios en directo, donde ni siquiera los maxiconciertos de agosto alcanzaron las cotas del pasado, con aquellas nostálgicas celebraciones del también sagrado cincuentenario del rock, cuando lo del "sexo, viagra y rock and roll". Y por el otro lado, tengo muchísima curiosidad por saber cómo se las va a arreglar el frío Ratzinger en su primer viaje de masas luego de aquellas acaloradas peregrinaciones del muy cool Wojtyla. A los teléfilos empedernidos nos gustan las series, las ficciones de la HBO, los programas de plató verborreico y cotilla, incluso alguna telerrealidad, pero ante un directo de masas perdemos el culo catódico, venga de donde venga, y este verano no hubo masas.
Es cierto que los chicos y los spin doctors de la fundación FAES, en santa alianza con la Conferencia Episcopal, nos organizaron en plena canícula aquellas divertidas manifestaciones sexuales. Pero no es lo mismo ver a obispos, cardenales y demás solteros sagrados agitar las muchedumbres con gorra visera que ver lo que acabo de ver ahora mismo en la tele: un Airbus repleto de imponentes personajes de pescuezo morado, ensortijados y que jamás pierden la calma histórica, además de ese manteo irrepetible de los diplomáticos de Dios y los corresponsales ungidos por la oficina de prensa de Navarro Valls.
Vuelven las masas sagradas a ponerse en marcha y eso es una buena noticia para las artes televisivas, porque nada queda mejor en las pantallas (grandes, pequeñas o mediopensionistas) que cuando las muchedumbres activas miran a las muchedumbres pasivas a los ojos y viceversa, en los dos lados del cristal líquido. Desde el tresillo privado y desde la plaza pública. Por eso tengo que acabar rápidamente estas líneas antes de que aterrice el Airbus. En todo caso, y sin prejuzgar el espectáculo de multitudes que se avecina, he notado dos variaciones sustanciales.
Primero. Las masas juveniles que ocupan Colonia para recibir a los Papanautas II resulta que esta vez son masas de pago. Así, como suena, y suena mediáticamente revolucionario. Los que están al otro lado del cristal líquido, manifestándose en los itinerarios previstos, han tenido que inscribirse y pagar para estar allí como agitadores de pañuelos y pancartas (hasta este momento, habían cotizado 450.000 jóvenes católicos y esperan que la cifra de paganos llegue al millón), mientras que los que estamos al otro lado de la tele, los que verdaderamente disfrutamos del único telespectáculo de agosto, no hemos puesto un euro. Lo cual quiere decir que el Vaticano ha descubierto la pay-TV, pero le ha dado un giro copernicano, con perdón, que nos ha descolocado. Tú ya no pagas para disfrutar del show de masas; son las masas las que pagan a tocateja para ser contempladas por ti. Los fieles, como su propio nombre indica, tenían que ser abonados.
Segundo. A las masas juveniles de Wojtyla les decían papaboys; a las de Ratzinger las llaman paparazzi. Lo cual...
Un momentín. Son las 12.05 y las alertas Google comunican que el Airbus de Ratzinger acaba de aterrizar. Fui más lento que Alitalia. Enciendo la tele y veo que Ratzinger no ha besado el suelo enmoquetado de rojo del aeropuerto. Hace sol y viento en Colonia y no me quiero perder nada. Hasta luego.
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