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Pantallas planas | GENTE
Columna
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Bitácora del Cabo de Hornos

15 de agosto. Once de la mañana. Latitud, 43º S, longitud, 74º W. Calma chicha. Estoy doblando el Cabo de Hornos de mi estúpida travesía en solitario del océano Audiovisual, antiguamente llamado el Tenebroso por la Escuela de Náutica de Francfort, y no se mueve nada ni a babor ni a estribor ni siquiera por el satélite. Mientras escribo estas líneas desesperadas en el cuaderno de bitácora me acuerdo de la imposible prosa barroca de Rafael Sánchez Ferlosio, que ante situaciones marítimas similares y al acercarse al Cabo de Hornos aconsejaba tomar aliento largo e inspirar a fondo los pulmones de la imaginación para no dejar la nave (la frase, la página, la columna, esta absurda misión) a media singladura, sobre todo en el exacto cruce de océanos, donde ocurren los mejores naufragios precisamente por todo lo contrario a esta calma chicha, por vendaval, mar de fondo y oleaje de nueve metros. El velamen de los tres mástiles con pantallas que me impulsan en la navegación solitaria (el de la TV, el del ciberespacio y el del DVD) está plano, como mi encefalograma, y no sopla ningún siroco procedente de tierra firme digno de mención poética, prosaica o cotilla porque hasta los ventiladores de esa papilla rosa de producción propia de nuestros magazines del corazón en sesión continua han dejado de fabricar mierda, que al cabo es la fuerza eólica que agita nuestras aguas mediáticas. Tienen que recurrir desesperadamente a las peleas de Aída, náufraga de un viejísimo Gran Hermano, con el paparazzi de guardia, Diego Arrabal, como comprobé ayer en el TNT de la Cinco, cadena que tampoco está teniendo en ferragosto sus mejores tardes-noches de telebasura. Ojeo el calendario y compruebo que el 31 de agosto todavía queda muy lejos y mi prosa no sabe trabajar la hipotaxis a lo Ferlosio, un vicioso de esa figura discursiva que, al cabo del sudor, siempre lleva a buen puerto. Me encuentro varado en mitad del Cabo de Hornos, lo cual es una indignidad marinera, y tampoco Vicent, un amigo, me puede echar una mano en el pilotaje porque lo suyo es la elegante navegación mediterránea hacia las islas griegas. El estilo que rige en esto de la redacción de bitácoras, por otra parte, no está ni para la hipotaxis ni para los adjetivos deslumbrantes ni siquiera para las oraciones subordinadas. Aquí todo tiene que ser escueto, veloz, datado, cotidiano y a ser posible con mucho I+D, información más diversión, esa regla de oro de la marinería. Las conexiones con tierra firme siguen funcionando, acabo de comprobarlo, pero son poco activas y nada interactivas. Y el paquebote nodriza que me acompaña en la travesía solitaria, el de la televisión analógica de agosto, sólo emite señales best-off que no provocan vientos de arrastre ni mucho menos aliento en las velas. Y en cuanto al trapo de las bitácoras colegas, esos blogs en los que había puesto tantas esperanzas para esta navegación, también parece que están atravesando el mar de la tranquilidad, sin tornados ni crispaciones ni siquiera obsesiones por Prisa, que ya es decir. Los únicos blogs de los internautas o confidenciales digitales que ahora mismo dan señales de vida son las bitácoras amorosas de l@s adolescentes, cada vez más numerosas y antipolíticas, y que, si salgo de esta calma chicha, juro que me ocuparé de ellas. La única bitácora que me acompaña en este doblar nada airosamente el Cabo de Hornos es la de mi amigo Beppe Grillo (beppegrillo.it), el mejor y más popular cómico disolvente de esa Italia mafiosa y al mismo tiempo añorada que este ferragosto, al contrario de lo que ocurre por estas latitudes, sus paparazzis no descansan gracias a la presencia en las playas córcegas de una fulgurante estrella emergente de exportación nacional. Cada vez que conecto con las costas italianas en plan SOS, telegrafían como respuesta un mismo mensaje misterioso en el mismo estilo de Perdidos, que es la única isla a la que estoy conectado: A.G.A.G. El sacarino, que decía ayer Carmen Rigalt. Primeros síntomas de locura. Los detectaron inmediatamente los chicos de las diez de la noche de la SER, en el chequeo semanal al que me tienen sometido para observarme durante el encierro con las tres pantallas: estoy irascible, pierdo sentido del humor, repito continuamente la voz "papilla"; papilla rosa de los magazines, papilla del potito y el biberón, papilla de las resacas del motor de malta. Pero lo peor de todo: empiezo a tener una irrefrenable tendencia a teorizar pijadas en pleno ferragosto. La única locura que conduce al suicidio.

Los únicos 'blogs' que ahora mismo dan señales de vida son las bitácoras amorosas de l@s adolescentes

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