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Reportaje:

África vuela, Europa se arrastra

El avasallador dominio de los negros en las pruebas de fondo de los Mundiales dispara las alarmas en el atletismo continental

"Dentro de poco no habrá un solo blanco en una final de 3.000 metros obstáculos. De seguir por este camino, tendrán que hacer unos campeonatos para negros y otros para blancos". Antonio Jiménez Pentinel, Penti, un sufridor de los 3.000 obstáculos, exagera porque está harto. Durante varias horas, todos los días, a lo largo del año, se entrena, sufre y aprieta los dientes, pero luego siempre acaba superado por los atletas africanos, por las negras piernas del Rift, que han conquistado su prueba. Pentinel, sin embargo, no es el único atleta descolocado, el único que se siente impotente cuando la realidad le golpea la cara para recordarle que se puede pasar de favorito en los Europeos a esforzado comparsa en los Mundiales. Como él hay decenas en Europa. Los africanos ya sólo luchan contra sí mismos en las pruebas de fondo y medio fondo, que gobiernan con autoridad: desde los Mundiales de Helsinki 83, el número de atletas africanos presentes en las finales se ha multiplicado por dos. Más de 20 años después de aquellos primeros Mundiales, y en el mismo escenario, los africanos han conseguido 24 medallas sobre el tartán de la capital finlandesa. En el 83 sólo se colgaron tres.

De los diez metales europeos de hace 22 años en la larga distancia se ha pasado a dos
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En Helsinki 2005, quienes sólo se han colgado dos metales en las pruebas de fondo y medio fondo han sido los europeos: el ruso Yuri Borzakovsky, plata en los 800, y el portugués Rui Silva, bronce en los 1.500.

Las estadísticas hablan de una armada insuperable, de un ejército invencible, de piernas sin gemelos, resistentes, inasequibles al desaliento, inalcanzables para los europeos. Los números destrozan las esperanzas de los atletas blancos, superados siempre por los africanos, por el altiplano del Atlas y la dureza del Rift, por la velocidad de unas piernas entrenadas desde siempre en altura. Los números duelen: en aquel año 83, en la final de los 10.000 metros, sólo había tres atletas procedentes de África. El tanzano Gimanis Shahanga, quinto, fue el mejor de ellos en aquella final, a casi un minuto del ganador. El italiano Alberto Cova encabezó un podio íntegramente europeo junto a Schildhauer y Kunze, de la antigua República Democrática Alemana. De aquellos 18 finalistas, 11 eran europeos. Una cifra imposible, inalcanzable, de locura, comparada con la final de los 10.000 de los Mundiales clausurados el domingo pasado. Allí, esforzados, dignos y valientes entre los kenianos, etíopes, eritreos y marroquíes, sólo había dos europeos, el español De la Ossa, undécimo, y el suizo Christian Belz, decimocuarto. De los otros 23 finalistas, 17 venían de África y dos de Japón. Junto a ellos, dos corredores estadounidenses, imposibles de diferenciar del resto de los africanos y que responden a los nombres de Abdihakem Abdirahman y Mebrahtom Keflezghi.

Según los fríos números, corren malos tiempos para los fondistas y mediofondistas europeos. Y es verdad. De lo que no hablan los números, lo que no cuentan las cifras, es de las rencillas, la intrahistoria del grupo de los atletas africanos. Los números no explican que Rasahad Ramzi, de Bahrein, el primer hombre capaz de reunir las coronas de los 800 y los 1.500 mundiales, se llamaba antes Rashid Jula. Las estadísticas no recuerdan los petrodólares que le ayudaron a cambiar de nacionalidad, como también le ocurrió a Saif Saaeed Shaheen, campeón mundial de los 3.000 obstáculos bajo la bandera de Bahrein, pero nacido keniano. No cuentan las cifras que la federación keniana presiona para conseguir endurecer el proceso de nacionalización de los atletas, cansada del éxodo de talentos hacia los ricos países del Golfo. Olvidan a veces los números que también los europeos se han aprovechado del sistema: Kipketer, pequeño, negro, de cabeza angulosa, reinó en el fondo mundial, casi indiscutible en el 800, como ciudadano danés.

Bahrein, Qatar... A la sombra del dinero del petróleo surgen nuevas potencias mundiales, palidece el medallero keniano y languidece casi vacío el europeo ante la preocupación de las federaciones italiana, británica, española y francesa, que ya piensan en planes de choque para levantar cabeza. Porque el azote no respeta a nadie. El Reino Unido ha abandonado los Mundiales con seis finalistas, igual que Italia. España logró diez y Francia 16. El histórico Sebastian Coe, entre otros muchos, ha instado a tomar medidas a la voz de ya.

A África, sin embargo, todavía le falta un paso más para conquistar el mundo. No son muchos los éxitos de sus atletas en las pruebas de velocidad, en las que cada centésima de segundo robada al reloj, cada centímetro ganado al rival, depende de una exhaustiva preparación física y técnica. Tampoco hubo un solo africano en las finales de martillo, disco y jabalina, en las de peso y salto de pértiga, reinos reservados para atletas de brazos potentes, anchas espaldas y cuellos desproporcionados. Pruebas que reclaman materiales altamente tecnificados, los últimos gritos en biomecánica, el impulso de federaciones bien organizadas y de infraestructuras adecuadas.

Rashid Ramzi, ganador de los 800 y los 1.500 metros, a la izquierda, y Saif Saaeed Shaheen, de los 3.000 obstáculos.
Rashid Ramzi, ganador de los 800 y los 1.500 metros, a la izquierda, y Saif Saaeed Shaheen, de los 3.000 obstáculos.EFE

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