El 50% de Sherlock Holmes
El comportamiento humano muestra un patrón tozudo y enigmático. Casi cualquier rasgo psicológico que los científicos hayan podido cuantificar tiene una componente genética del 50%, redondeando un poco. Eso quiere decir que la diferencia entre un apaciguador y un pendenciero se debe en un 50% a las diferencias entre sus genes. Otra forma de verlo es que, si un gemelo es pendenciero, su hermano también lo será en la mitad de los casos. Sólo en la mitad, pese a que sus genes son idénticos. Y nada menos que en la mitad, aun cuando los gemelos sean separados al nacer y se críen en contextos culturales y económicos completamente distintos. Lo mismo vale para la extraversión, el conformismo, el espíritu sistemático, el impulso improvisador, la estabilidad emocional, la orientación sexual, la inteligencia verbal, la inteligencia matemática y la inteligencia general (que también la hay). Para cualquiera de esas piezas del rompecabezas que llevamos en el cráneo, las diferencias entre personas se deben en un 50% a las diferencias entre sus genes. Bien. ¿Y a qué se debe el otro 50%?
Esas diferencias entre personas se deben en un 50% a las diferencias entre sus genes. ¿Y a qué se debe el otro 50%?
Al aprendizaje, al entorno familiar, al estatus social, al sueldo mensual, responderá el doctor Watson, y Holmes hará uno de sus afectados gestos de fastidio. No tan deprisa, Watson. Recuerde a los gemelos del párrafo anterior: si un hermano es pendenciero, el otro lo será en el 50% de los casos, sí, pero usted ya habrá advertido que esto es así tanto si crecieron juntos como si no. De manera que el aprendizaje, el entorno familiar, el estatus social y el sueldo mensual, tan distintos entre muchos gemelos separados al nacer, no parecen importar mucho. De hecho, esas variables del entorno son las primeras que se le ocurre analizar a cualquier investigador, y los psicólogos han buscado sus efectos con todas las lupas estadísticas imaginables. Si la combinación de esos factores del entorno explicara el 50% restante de la variabilidad humana, ya lo sabríamos, al igual que sabemos que la combinación de decenas de genes explica el otro 50%. El medio sociocultural en que uno crece es importante para la vida, sin duda, pero no parece serlo para la psicología, y esto demuestra que las abuelas tenían razón: la gente es como es, cada uno es como Dios le ha hecho, etcétera.
Pero seguimos como al principio. ¿Cómo se explica el otro 50%? Ay, Watson, cuántas veces tengo que decirle que, una vez eliminadas todas las hipótesis posibles, la solución tiene que estar entre las aparentemente imposibles. ¿Qué factor causal se le escapa siempre incluso al mejor estadístico del mundo? El azar, Watson, el azar. Ésa es la hipótesis del psicólogo de Harvard Steven Pinker. Es una idea terrible, como verán, pero difícil de eludir.
Las distintas variantes de un gen humano pueden hacer que Holmes tenga un cableado más adecuado que Watson para las operaciones lógicas, pero ningún gen puede diseñar un cableado exacto. Un matemático demostrará algún día que el circuito neuronal óptimo para la deducción lógica tiene la forma precisa del hayedo de Montejo en el invierno de 2007. Y seguro que Holmes tiene exactamente ese hayedo en el cráneo, pero sus genes sólo se podrán apuntar la mitad del mérito. La otra mitad es igual de importante, pero depende del azar. Si clonamos a Holmes 100 veces, el circuito óptimo sólo nos saldrá en 50 clones.
Lo terrible de esta teoría es que implica un determinismo estricto. No genético, pero sí biológico, porque la psicología de una persona no estaría totalmente escrita en sus genes, pero sí en el detalle de sus circuitos neuronales. De los 100 clones de Holmes, 50 no serán Holmes por mucho que los entrenemos para ello. Pero los otros 50 serán Holmes por mucho que nos empeñemos en evitarlo. ¿Podemos escapar de esta pesadilla pinkeriana? Mañana les señalaré la puerta.
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