La cuentista francotiradora
Ana María Matute nació en Barcelona en 1925, aunque las biografías se empeñan en datar su nacimiento un año después. Sin coquetería reconoce ser más mayor y hasta bromea: "Es que soy una equivocación
de la naturaleza". A sus 80 "tacos" tiene la cabeza "tan mal como siempre" y muchos proyectos por delante.
Se define como una mujer "rarita, tímida, francotiradora, inconformista y en algunas épocas rebelde", aunque ya no protesta porque le da pereza. Con cinco años empezó a escribir "porque si no reventaba". Era tartamuda y las monjas ("aquellas angelitas negras") se reían de ella. Así que pensó que, si el mundo no la aceptaba, crearía uno propio. Hasta que a sus 11 años comenzó la Guerra Civil y la "campana de cristal" en la que vivía "saltó hecha pedazos".
En la dictadura osó separarse de su marido, Eugenio de Goicoechea, con el que tuvo un hijo, y se preparó conciencia para ser narradora. Eso le valió la crítica de un escritor famoso. "Me gritó: '¿Qué has hecho, impetuosa?". Su primera novela, Pequeño teatro, la escribió a los 17, ganó en 1959 el Premio Nacional de Literatura con Los hijos muertos y el Nadal ese mismo año con Primera memoria. Sus novelas y cuentos destilan grandes dosis de incomunicación, injusticia, ternura y también un poco de crueldad. "Caperucita era imbécil", afirma para distanciarse de los relatos ñoños.
De tener que elegir una de sus obras, ésta sería Olvidado rey Gudú: "Creció como un árbol dentro de mí. Lo tenía medio acabado hace 25 años, pero no era el momento y lo dejé".
Poco a poco -"me canso físicamente"- escribe ahora Paraíso inhabitado, un libro "de llorar muchísimo", que va de los años treinta a los cincuenta.