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Tribuna:EL CONFLICTO DEL SÁHARA OCCIDENTAL
Tribuna
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Trincheras de papel

El autor analiza el enfrentamiento entre intelectuales españoles y marroquíes a cuenta del problema saharaui y pide un diálogo abierto para buscar puntos de encuentro

Bernabé López García

[Contextualizaciones de un debate epistolar de intelectuales con el Sáhara al fondo].

Hace un año que 470 escritores e intelectuales españoles escribieron una carta a José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno para reclamarle una apuesta clara e inequívoca a favor del cumplimiento del derecho internacional en el caso del pueblo saharaui, en un conflicto "que España planteó y que España debe contribuir a resolver". Se alababa su coherencia en el repliegue de tropas en Irak y se pedía consecuencia en una cuestión como la saharaui, tan cercana a la opinión española. Se hablaba de justicia frente a ilegalidad, de viejas ambigüedades de los sucesivos gobiernos, de mirar al futuro para hacer valer el derecho internacional frente al uso de la fuerza. Se insistía en el derecho de autodeterminación que abriría las puertas a una solución justa.

Se ha extendido la idea de que el Gobierno español ha caído en manos del marroquí
Hay una invitación a los colegas marroquíes para hablar de cultura, historia y futuro común

Aquella carta no mereció atención en los medios marroquíes y no suscitó movilización alguna por parte de los intelectuales del país. Se vivía por entonces el idilio entre los gobiernos español y marroquí y a nadie interesaba recordar las discordancias. Cartas como esta no han faltado en los 30 años que el conflicto se prolonga, aunque probablemente esta fuera una de las más matizadas y menos virulentas. Los intelectuales españoles -escasísimas excepciones- no han cesado en todo este tiempo de viajar a Tinduf, de expresar su solidaridad de 1.000 formas con los hijos de los campamentos, con su causa.

La doble presión de la opinión española, por un lado, y de la necesidad de hacer avanzar un problema que permanecía en statu quo desde décadas, llevó al Gobierno de Rodríguez Zapatero a dar algunos pasos innovadores: por primera vez altos dignatarios del Estado visitaban Tinduf o se duplicaba la ayuda humanitaria a los refugiados sin que en Rabat se rasgasen las vestiduras, un presidente del Gobierno recibía a Mohamed Abdelaziz y se mediaba -eso sí, sin mucho éxito- para que las partes llegasen a un acuerdo negociado.

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El miedo a ese "acuerdo negociado" produjo una suerte de cataclismo en ciertos medios defensores de los saharauis, convencidos de que el Gobierno español había abandonado a éstos a su suerte. Alguna declaración oficial poco feliz y no pocos malentendidos expandieron la idea de que el Gobierno español había caído una vez más en las redes del marroquí. Sin duda la política española hacia Marruecos jugaba a ser complaciente para mantener buenas relaciones. En algún caso excesivamente, como en la concesión, a raíz de la visita de nuestros Reyes al vecino país, de medallas de la orden de Isabel la Católica a ciertos altos cargos de las Fuerzas Armadas Reales asociados a los desmanes del antiguo régimen. Una apuesta inútil por el Marruecos del pasado, demasiado presente todavía hoy. Pero creo que el Gobierno nunca cayó en la ingenuidad de pensar que se podía saltar por alto la recomendación de Naciones Unidas de formalizar el proceso de autodeterminación. Eso sí, tras tropezar en los obstáculos de siempre, que sin duda proceden de quienes ven con claridad que sus privilegios están ligados al statu quo en el Sáhara, se dejó pudrir un poco más la situación.

Este retorno a la inercia tras unos meses de visitas, viajes y transacciones sin resultados, quedó roto por varios acontecimientos que descubrían una nueva estrategia o al menos una nueva situación.

De un lado, Marruecos empieza a ver que su frente interior, que creía hasta entonces férreo, empezaba a presentar las primeras fisuras, por lo que decide un contraataque con acciones de movilización ciudadana a favor de los que llama los "secuestrados" de Tinduf. Desde tiempos de Basri no se había asistido a un proceso parecido de movilización descendente, si bien sus efectos sobre la población distaron mucho de resultados como los de antaño.

De otro, Argelia, confortada por el elevado precio del petróleo y apoyada por un equipo de viejos amigos de la causa saharaui (el presidente Buteflika, el ministro de exteriores Bedjaoui y el primer ministro Ouyahia), decide apostar por revitalizar internacionalmente la cuestión. También el Polisario decide hacerse presente en el interior de Marruecos apoyando a los independentistas que habitan en el Sáhara Occidental, como Ali Salem Tamek, y a través de una carta del Presidente Abdelaziz a la elite y a los intelectuales marroquíes, en la que les pide solidaridad contra la represión que desde mediados de mayo tiene lugar en el territorio del Sáhara contra los que han perdido el miedo a pedir la independencia.

Esta carta, de primeros de junio, no logra sin embargo el eco esperado. Publicada en un periódico argelino, será criticada con dureza y sarcasmo por la prensa oficialista marroquí, y con timidez, a veces irónica, por la independiente. Algún intelectual de los de mayor cercanía a las tesis de la autodeterminación saharaui, como Abdellatif Laâbi, la calificará de "surrealista". La verdad es que el cartapacio equivoca el tono y no conecta con los destinatarios. Culpabiliza a la elite marroquí de su silencio ante la represión, al tiempo que la adula por pertenecer a un país que ha incubado grandes personajes. Pero la lista que cita es un revuelto de reyes, héroes, guerrilleros y rebeldes que van del nacionalismo (Mohamed V, Abdelkrim, Ben Barka) al islamismo (Abdesalam y Nadia Yassin). La larga carta recuerda justamente las etapas del conflicto y denuncia oportunamente las contradicciones del Marruecos oficial. Pero no logra desgajar a la elite del unanimismo popular preconizado desde tiempos de Hassan II. Unanimismo que se resquebraja, no obstante, como muestra el artículo que por las mismas fechas publica Khalid Jamaï, Sáhara y democracia, en el que afirma que "la primera causa de Marruecos no es el Sáhara, sino una real democratización, un real respeto a los derechos de la persona, un real reparto de la riqueza. Estos son los verdaderos pilares que permitirán a Marruecos preservar su unidad y su cohesión".

En resumen, la carta de Abdelaziz no encuentra complicidades, tal vez porque para ello habría que haber dado pasos en la dirección de un difícil reencuentro, por el momento no buscado. La culpabilización que se quiere suscitar, lejos de estimular el examen de conciencia, provoca un repliegue sobre sí de los destinatarios que hace estéril el mensaje.

La carta no deja insensibles, sin embargo, a quienes quieren resucitar -cierto que a contra corriente- el viejo espíritu del unanimismo, convencidos de que documentos como este pretenden desmoralizar a la opinión pública. Ahmed Herzenni, un intelectual que adquirió cierta popularidad en las primeras emisiones televisivas de la Instancia Equidad y Reconciliación por su denuncia ambigua de los excesos de la represión en los años de plomo, será el portavoz de un Llamamiento ciudadano que tendrá gran acogida en los medios oficialistas (ver Aujourd'hui le Maroc del 13 de junio: "Marocains, reveillez vous!") y que reacciona contra lo que califica de "maniobras para crear un clima de inestabilidad, de sospecha e incertidumbre", que amenazan "uno de los períodos más fecundos de la historia marroquí", la transición marroquí hacia la democracia. Dichas maniobras, no citadas, eran sin duda la carta de Abdelaziz y las declaraciones de Nadia Yassin declarándose republicana.

La prensa independiente recogió numerosas críticas al llamamiento, entre otras las de Abraham y Christine Serfati, que consideraron una incitación a la represión la exigencia de aplicación de la ley "sin celo pero sin laxismo" contra quienes amenazaran con sus expresiones divergentes la moral pública. No obstante, el llamamiento se colgó en Internet en demanda de adhesiones, que alcanzaron las 5.000 en las dos semanas siguientes, procedentes desde medios políticos (Ismail Alaoui), diplomáticos (Mbarek Haddaoui), culturales (M. Abderrahman Tazi o Hakim Nouri) o periodísticos (Abdellah Chankou, Laila Chafai...).

Desde primeros de junio, varias delegaciones de parlamentos autonómicos españoles que pretendieron visitar el Sáhara en protesta por la represión fueron devueltas por las autoridades marroquíes, que las consideró no gratas. Se acusa de compló orquestado por los enemigos de Marruecos, los mismos que alientan lo que medios saharauis denominan la "intifada" de El Aaiún. En este clima, el 15 de junio, el diario EL PAÍS publica una pequeña carta al director firmada por Ricardo Gómez, Ana Rosetti y Gonzalo Moure titulada Ofensa general, que critica al ministro Moratinos por minimizar el problema saharaui, en la que se recordaba aquella carta de casi 500 intelectuales españoles dirigida a Zapatero un año antes. Ciertos servicios marroquíes confunden estas dos cartas con la que hizo pública por aquellos días la Coordinadora Estatal de Asociaciones solidarias con el Sáhara, en reproche al ministro de Exteriores por aceptar la invitación marroquí a una delegación parlamentaria española. Todo ello es percibido como "una campaña virulenta contra la marroquinidad del Sáhara", dando lugar a titulares a toda plana como "España: el frente hostil a Marruecos se amplía" (Aujourd'hui le Maroc, 16 de junio).

De esta confusión va a nacer el Llamamiento a los intelectuales españoles que 240 escritores, artistas, periodistas y otros intelectuales marroquíes, entre ellos lo más granado de la cultura hispanófona del país, firman e insertan como publicidad a su costa en EL PAÍS del 17 de julio. El llamamiento respondía a un texto inexistente, por lo que entraba en una argumentación abstracta propia del discurso oficial y único marroquí. Lanzar una diatriba en el vacío, con argumentos construidos sobre los clichés atribuidos a un interlocutor mal conocido y peor imaginado, no puede más que ahondar el foso de incomprensión entre los intelectuales de las dos orillas, cada cual en su trinchera de papel.

Para los firmantes, los intelectuales españoles viven la relación hispano-marroquí como una "fuente de rencores" producto del pasado colonial y de la humillación por la Marcha Verde y la salida del Sáhara. Escondidos tras esta interpretación fácil y acusando a estos intelectuales de amnesia ante el gaseamiento de los rifeños por el ejército español hace ochenta años o la colonización del Sáhara antes de 1975, acumulan reproches invocando el carácter colonial de Ceuta y Melilla o convirtiendo la reivindicación portuguesa de Olivenza en algo que separa profundamente los dos países ibéricos. Sin duda, el autor del llamamiento conocía mejor que muchos españoles el libro de Máximo Cajal que exhumó los contenciosos, pero manejaba mal el impacto real de cada uno de los episodios evocados en él.

El llamamiento convertía la solidaridad con los refugiados de Tinduf en culpable de su miseria y cómplice de su secuestro, e insistía en que el deber de los intelectuales debía ser sostener por el contrario procesos de transición a la democracia como el marroquí. España debía servir de locomotora de desarrollo para Marruecos como la Comunidad Europea lo fue para España en el pasado. Apreciación oportuna, pero se ignoraba que era precisamente para cumplir ese objetivo por lo que las cartas de los intelectuales españoles pretendían librar a Marruecos de ese horrible fardo que es el problema del Sáhara, verdadera enfermedad como lo calificara Abdellatif Laâbi en su artículo del 4 de julio en EL PAÍS, Marruecos enfermo del Sáhara.

Una cita del mismo en contra del patriotismo ciego y suicida encabezará la respuesta que los tres autores de la carta a EL PAÍS del 15 de junio, junto con Suso de Toro, insertarán en el mismo diario el 25 de julio con el título de El Sáhara y los intelectuales marroquíes. El tono no será de contraataque, sino de recuperación, de solidaridad con los firmantes del llamamiento-anuncio por la "asfixiante falta de información sobre España y el problema saharaui" que revelan. Retomando párrafos del valiente artículo de Laâbi y reconociendo con él que el Sáhara es el mayor problema para construir una democracia en Marruecos, discreparán del mismo tan sólo en el ritmo de espera de los saharauis para recuperar su libertad de decisión. La conclusión es una amable invitación a los colegas marroquíes a una mesa de diálogo para hablar, en presencia de intelectuales saharauis, de cultura, de historia y de futuro común.

Nada más oportuno. Pero alguien tendrá que tomarles la palabra para deshacer con el conocimiento, el debate y el diálogo las trincheras de papel que estos últimos meses han separado a los intelectuales de los dos países vecinos.

Bernabé López García es catedrático de Historia del Islam Contemporáneo en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Comité Averroes hispano-marroquí.

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