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Reportaje:

Desbordados por la marea de pinchazos

Una veintena de guardas fluviales de la cuenca mediterránea trata de evitar extracciones ilegales en acuíferos

Javier Martín-Arroyo

"La gente a menudo pincha el terreno para extraer agua sin pedir permisos y prefiere arriesgarse. ¿El control? Hoy desde Tarifa a Almería estamos 13 guardas fluviales...". Juan Miguel Reina se resigna ante la escasez de personal que padece la Guardería Fluvial para la tarea titánica de abarcar el territorio gestionado por la Cuenca Mediterránea Andaluza y poner freno a las extracciones ilegales. Los guardas fluviales no poseen dedicación exclusiva para detener estos abusos que esquilman los acuíferos. Además, vigilan los vertidos de las industrias, las extracciones de árido en los márgenes de los arroyos, las obras que lindan con los ríos y otras múltiples funciones. "Rectificar todo el dominio público, al fin y al cabo", define Reina.

"Pueden pasar 2 años hasta que acudimos a una solicitud y mientras el agua se capta, claro"
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Cada día acuden a los cauces, la inmensa mayoría secos, para vigilar las invasiones e irregularidades que se registran constantemente en el dominio público. A esta vasta tarea, que pretende frenar el aumento de pinchazos en busca de agua y medir el volumen de las 20.731 extracciones autorizadas por la Cuenca, le acompañan agentes medioambientales, del Seprona y de la Policía Autonómica. En total 300 efectivos para "peinar" e intensificar el difícil control del terreno de Málaga, la provincia más amenazada de sufrir restricciones por la sequía.

La costumbre extendida en el monte es comenzar a extraer el agua, y posteriormente, solicitar el permiso. Cada cultivo conlleva la autorización para un caudal determinado, pero casi ningún agricultor repara en esos detalles cuando la prioridad es regar. La mayoría de captaciones se destina a la agricultura, pero también se pincha el terreno desde urbanizaciones de la Costa del Sol para riego de jardines, e incluso es destinada a agua de decoración para grandes peceras.

"Debido al desborde de trabajo, pueden pasar dos años de espera hasta que acudimos para controlar la solicitud, y mientras el agua se capta, claro", explica. Cuando un agricultor entre el río Vélez y el Guadalhorce solicita un permiso para una extracción, Reina acude y aprovecha para hacer una barrida de la zona. "Aunque la mayoría dice no saber nada, las rencillas son muy útiles, porque así los agricultores airean los pinchazos de los vecinos, que son tan fáciles de ocultar en el monte", relata. La rutina de estos guardas fluviales apenas cambia por las lluvias, ya que las peticiones para extraer se acumulan en el tiempo. "La sequía la notas en los detalles. Todo lo que pisas, suena", confía.

Los problemas surgen tras toparse con un nuevo pozo. "En el campo no está todo escriturado, y hay fincas con las que te demoras días y días sólo para dar con el dueño", cuenta Reina. A posteriori se estudian los permisos, concedidos por Minas, pero que no incluyen la concesión para extraer agua, y se denuncia la extracción ilegal para proceder a una sanción, que puede superar los 30.000 euros de multa en caso de considerarse como infracción grave. En un año con escasísimas lluvias como el actual, la Cuenca Mediterránea puede cancelar permisos para beneficiar "abastecimientos preferentes" como el consumo doméstico de la población.

A Antonio Jiménez los amigos le insistían para que probara, y le auguraban que su tierra escondía un manantial metros bajo tierra. Hace unos meses llamó a un zahorí para que acudiera, rama de olivo en ristre, a contarle si el subsuelo escondía "oro líquido". Éste le señaló dónde pinchar exactamente y voilá, apareció agua entre los 60 y 100 metros que le darán una corriente de 3 litros por segundo. "En época de sequía ese caudal demuestra que aquí hay agua de sobra", cuenta Reina. Al llegar la inspección, Jiménez aporta planos y razones, y Reina ubica el punto exacto con ayuda del GPS. En el punto señalado sólo observa la chimenea, sin motor alguno, lo que le indica que no ha habido extracción hasta el momento. En unas semanas Jiménez espera poder regar su hectárea y media de viñedo de uva moscatel, además de 30 mangos que ya superan el medio metro. Antes de proseguir, Reina pregunta de soslayo si hay otros pozos por la zona. Surgen varios y quedan registrados, pendientes de una revisión en próximas visitas.

Los montes de Málaga simulan poco a poco el paisaje almeriense, y ya proliferan los invernaderos para el cultivo de hortalizas y flores, casi siempre acompañados de grandes balsas que acumulan agua para su riego por goteo. Con la sequía, cuando no existen estas balsas se escanea el suelo y las extracciones se multiplican. Las administraciones pretenden frenarlas para evitar que los acuíferos resulten esquilmados. "Lo ideal para contener el aluvión sería tener tiempo para hacer batidas", confiesa Reina.

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Sobre la firma

Javier Martín-Arroyo
Es redactor especializado en temas sociales (medio ambiente, educación y sanidad). Comenzó en EL PAÍS en 2006 como corresponsal en Marbella y Granada, y más tarde en Sevilla cubrió información de tribunales. Antes trabajó en Cadena Ser y en la promoción cinematográfica. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster de EL PAÍS.
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