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Crónica:ATLETISMO | Campeonatos del Mundo de Helsinki
Crónica
Texto informativo con interpretación

Martillo Gatlin

El estadounidense domina los 200 metros con la misma contundencia con la que lo hizo en los 100

Santiago Segurola

Las finales despiertan la fiera que Gatlin lleva dentro. Ganó los 100 en una demostración asombrosa, un sorprendente duelo frente a un rival que no corría: Asafa Powell, el hombre del récord mundial. Fue una victoria tan clamorosa que convirtió a Gatlin en el gran referente de la velocidad. Powell tendrá el récord, pero no es el mejor. Cuatro días y muchos diluvios después, Gatlin llegó a la final de 200 metros con un desafío diferente. Le esperaban dos jóvenes norteamericanos que pretendían derrotarle en una distancia que Gatlin tiene un tanto desatendida. Uno era Wallace Spearmon, el nuevo fenómeno de la especialidad, un atleta alto, elegante, perfectamente diseñado para los 200 metros. El otro procede del mismo territorio que Spearmon, la Universidad de Arkansas. Tyson Gay había alcanzado la final después de arrasar en las series previas. No había viento, lluvia, ni tormenta que detuviera. Y todavía quedaba otro estadounidense más. John Capel, campeón del mundo en París, tenía el derecho a defender su título. Un talentazo de primera, posiblemente desperdiciado por su falta de interés por el atletismo, Capel había dado muestras de una espectacular recuperación en las eliminatorias. De Gatlin no se podía pensar lo mismo. Parecía pesado, sin vigor, fatigado por su esfuerzo en los 100 metros. Ocho carreras, casi todas en condiciones muy desagradables. No daba la impresión de atacar la prueba de 200 metros con el mismo poderío que los 100. Pero una vez más, Gatlin confirmó que es un competidor sublime, uno de esos genios que saca todo su repertorio en las grandes finales. Venció de forma demoledora, sin dejar una rendija de esperanza a sus adversarios.

Gatlin es el gran referente de la velocidad. Powell tendrá el récord, pero no es el mejor

La carrera tenía miga. Desde hace tiempo, los 200 metros ha bajado de categoría en la escala social del atletismo. El fabuloso récord de Michael Johnson en Atlanta 96 (19,32 segundos) ha operado de forma disuasoria. Nadie quiere compararse con Johnson y su marca. Es lo que sucedió con el salto de Beamon, hasta que aparecieron Lewis y Powell. En el último año se ha abierto algo de luz. Dos chicos han renovado el interés por la prueba. Uno es Usain Bolt, el jamaicano que tiene cautivado a su país desde niño. Ese papel le ha correspondido este año a Wallace Spearmon en Estados Unidos. Donde hay rivalidad, surge el interés. Donde existe interés aparecen más atletas. De repente, los 200 metros han recobrado el gancho, no tanto por las marcas como por entusiasmo que genera la nueva ola. Gatlin ha tomado nota.

En Atenas fue tercero en la final de 200 después de conquistar la final de 100 metros lisos. Fue su única victoria de la temporada. El dato resulta relevante porque explica la cualidad que distingue a Gatlin de los demás. No sólo se trata de un fenomenal atleta, sino de uno que se crece en el momento decisivo. Después de su triunfo en los 100 metros, Gatlin se consideró satisfecho. Afrontó los 200 metros sin la motivación necesaria, hizo una faena de aliño y regresó a casa con una medalla de bronce. Se le consideró un especialista en los 100 metros. Sin embargo, Gatlin procedía esencialmente de la prueba de 200. Dos veces campeón universitario de la distancia, bajó de 20 segundos con 19 años, antes de admitir que el dinero y la fama se conquistan en la distancia anterior.

Los Mundiales de Helsinki representaban un desafío interesante para él. Parece dispuesto a convertirse en un referente histórico, alguien capaz de colocarse a la altura de Owens, Morrow, Lewis y Greene. Para eso tenía que comenzar a coleccionar éxitos en 200 metros. Si lo hacía frente a los nuevos fenómenos americanos, mucho mejor. Su respuesta ha sido contundente. Mostró en la final todo lo que no había enseñado en las series eliminatorias. Hizo de Gatlin, en definitiva. No era fácil. Colocado en la sexta calle, tenía en las calles precedentes a sus tres compañeros: Gay, Capel y Spearmon. No tenía referencias. Gatlin era la liebre para los otros favoritos. Una liebre inalcanzable.

Bajo la lluvia, y con un frío considerable, la carrera no invitaba a una gran marca. Se medía otra cosa: quién era el mejor. Tyson Gay había maravillado en las rondas eliminatorias, pero lo mismo había hecho en los campeonatos universitarios de Estados Unidos y salió derrotado por Spearmon. La tercera calle correspondió a Spearmon, con una curva más cerrada que para Gatlin, Capel y Gay. No era la mejor ubicación para un atleta tan alto, con unas piernas kilométricas. Arrancó con cierta dificultad y se encontró retrasado a la salida de la curva. Delante de todos, Gatlin comenzaba a volar hacia la victoria. Fue el mejor de punta a punta, sin ninguna concesión a sus adversarios, con una autoridad impresionante, sin la menor muestra de debilidad o fatiga. Fue Gatlin en estado puro, inalterable ante la progresión de Spearmon, que pretendió luchar en la recta y terminó por asumir la superioridad del campeón: un martillo de atleta.

Gatlin, arrodillado tras su contundente victoria.
Gatlin, arrodillado tras su contundente victoria.ASSOCIATED PRESS

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