La espera sonora
Los fumadores experimentan un asombroso y frustrante fenómeno: basta encenderse un cigarrillo en una parada para que llegue inmediatamente el autobús. Ahora hay una fórmula mucho más artística, entretenida y, por supuesto, saludable para invocar la llegada del bus: conectarse a las marquesinas y escuchar Madrid. Desde finales de mayo y hasta el 25 de septiembre cualquiera puede tentar a la ley de Murphy, enchufándose a una de las 14 paradas en las que varios artistas extranjeros han expuesto su interpretación sonora del entorno donde reside su obra. Aunque este proyecto lleve en marcha más de dos meses y medio, es en agosto, cuando la ciudad se acalla, el momento ideal para desear secretamente que tarde el autobús.
Una artista americana recoge testimonios de avistamientos extraterrestres en la marquesina del Planetario, un parisiense realiza una composición musical con los sonidos ambientales de la calle de Hortaleza y un peruano retrata un paisaje son la simple mención de cuatro colores en la parada de Rosales. Es sorprendente encontrarse con un Madrid transformado por la visión artística de creadores de diferentes países, generaciones y disciplinas. Si nuestra ciudad se nos repite ante la vista hasta desaparecer, más transparente aún la presenta la rutina al oído. Sin embargo, ahora podemos intentar reconocerla en el latido del reloj de la Puerta del Sol que escucharemos si nos conectamos a la marquesina de esa plaza o en el zumbido de las frecuencias ultrasónicas que flotan en la Red de San Luis recogidas en la grabación expuesta en ese cruce.
Recorrer hoy la ruta sonora que ha gestado y organizado el Centro Cultural Conde Duque nos hace, además, entrar en contacto con un panorama auditivo, social y visual, que ya no está. Madrid, durante estos días de vacaciones, rejuvenece cien años con su lifting de tráfico, transeúntes, ruido y prisa. Los escenarios en los que se inspiraron los artistas para crear sus obras han desaparecido. Por eso, en este momento, resulta doblemente evocador escuchar cómo gente que no es de Madrid ha escuchado un Madrid que no es hoy.
Itinerarios del sonido transforma el escenario donde estamos acostumbrados a relacionarnos con el arte. Por un lado convierte nuestra interacción con la obra en algo privado. Conectamos nuestros auriculares (no hay ninguno disponible en las paradas) a los puntos de escucha prolongando nuestro propio cordón umbilical sonoro y estableciendo así una mayor intimidad con la fuente. Al contrario que en los conciertos o los museos, donde compartimos la exhibición de las obras, en las paradas vivimos un exclusivo vis-à-vis dejando al margen al resto del personal calcinándose el ánimo y los pulmones mientras espera al Circular.
Por otra parte, ahora el arte sale a la calle en lugar de entrar nosotros en sus espacios. Es agradecido que las obras nos busquen, que se ofrezcan de forma altruista, amenizándonos la espera del transporte público sin pedir nada a cambio. Es obsoleta y antipática la altivez del arte de museo o auditorio que aguarda presumida al visitante y que, como a una puta cara, se recrea en su deseada belleza. Sin embargo, el arte de la parada de autobús nos susurra al oído desde Montera, Carretas, Tirso de Molina, Fuencarral, Callao o Atocha, nos seduce amablemente en un momento en el que no tenemos nada que perder, en esos instantes suspendidos de la espera, cuando nuestro tiempo es promiscuo y se deja conquistar.
Agosto en Madrid es un océano de esos segundos vulnerables, anhelantes de atenciones y entretenimiento. La capital se detiene y toda la meseta parece una inmensa parada de autobús, nos encontramos rodeados de gente ralentizada, con las miradas transparentes, algo intranquila y a la vez narcotizada, como esperando que vuelva la primavera o llegue ya el tranvía del otoño.
Si los compositores, artistas visuales o poetas que han dejado sus obras en forma de regalos públicos, de premios de una gran gymkhana sonora, se hubieran inspirado en esta ciudad anestesiada de ocio y calor, los productos habrían sido distintos. Pero hoy, sin embargo, nos identificamos más que en ningún otro momento con esas músicas y esas palabras que brotan del cristal porque tampoco sentimos que pertenezcamos ya a este paisaje. No deberíamos esperar autobuses en agosto ni agosto encontrarnos parados en Madrid.
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