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VISTO / OÍDO
Columna
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Televisión política

El PP es una máquina de poder, pero no lo tiene. Esa máquina que gira en el vacío acusa, ataca, insulta, difama, calumnia; cuando encuentra una mentira, se engolfa en ella durante años. Cuando apunta a un sujeto, le rodea, lo escalfa, le enseña la boca que lo ha de tragar (o no). No estoy hablando de los militantes, que algunos son muy buenas personas, y cultas y todo: hablo de la cumbre heredada y señalada con su varita mágica por Aznar. En realidad, eso son los partidos: un gran núcleo, con simpatizantes alrededor, pero éstos no tienen mucha posibilidad de participar. Ni siquiera con mucha intención de hacerlo. Es la enfermedad senil de la democracia. Temo que la almendra dura del PP -con su fruto amargo dentro- va así, directa, a las elecciones generales: y las perderá. No advierte que las anteriores las perdió por su forma de sacar pecho cuando las bombas de Atocha y señalar en dirección contraria.

Ah, en ese momento tenían toda la televisión, y una enormidad de radios y de periódicos. Incluso los más serios pudieron caer durante un tiempo en la falacia de Aznar y creer que el atentado era de ETA. Los periodistas dicen que si a uno le llama el presidente del Gobierno y le da una información en un momento grave, la tiene que creer. Yo, desde luego, no: bastaría que me informase Aznar para creer en lo contrario. Lo digo por el reparto de televisiones que están haciendo desde sus autonomías, y hasta de las que no son suyas, como Fraga, que ya caído ha hecho su reparto -y de cargos, y de toda clase de firmas- antes de cambiar al banco de la oposición. Esperanza Aguirre, en la que sí es suya después de incidentes tragicómicos, y de unos héroes de su propia opinión que inmediatamente desaparecieron del mundo político, riega de televisiones a sus fieles; o a aquellos de quienes es fiel, como la Conferencia Episcopal y el arzobispado.

¡Con lo bien que estaba la Iglesia en las catacumbas! Sus columnistas de cámara, sus portavocillos, sus dialécticos que ayudan a transportar la Palabra. Y la moraleja es que la televisión no asegura el poder, que no convence, que sólo trabaja con los convencidos. A menos que sea sincera y clara. De todas formas, el reparto de poderes menores y la satisfacción de quitárselos a otros no va a ser decisivo en las elecciones, cuando lleguen, ni en las autonómicas, que vendrán antes. Las ganará quien sea un poco más necesario para la mayoría: lo cual no excluye al PP, ni mucho menos.

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