Las paradojas de la abundancia
La dependencia del mercado mundial del petróleo y un crecimiento demográfico desbocado son los dos principales factores que determinan la situación económica iraní.
Los beneficios obtenidos por la exportación de crudo representan casi el 50% de los presupuestos del Gobierno iraní y los altos precios del barril en los últimos dos años han permitido que el país de los ayatolás haya registrado en ese tiempo un crecimiento económico en torno al 6% anual.
Pero hasta aquí las buenas noticias. Como otros países petroleros, Irán es víctima de las paradojas de la abundancia. La dependencia del petróleo ha limitado la diversificación de la economía iraní en otros sectores al tiempo que ha fomentado una política de subsidios estatales a gran escala, que ha tenido efectos perversos. Los bajos precios de carburantes como la gasolina en el mercado interno han supuesto un consumo ineficiente de energía y el que Irán haya triplicado en los últimos 20 años sus emisiones contaminantes a la atmósfera.
Por otra parte, Irán produce actualmente cuatro millones de barriles de petróleo al día frente a los seis millones que producía antes de la revolución islámica de 1978, debido a la falta de inversión en tecnología, el pobre mantenimiento de las instalaciones y los daños sufridos durante la guerra contra Irak (1980-1988). Paradójicamente, la escasa capacidad de refino hace que Irán importe 3.000 millones de dólares de gasolina anualmente para satisfacer un consumo interno, que crece cada año.
En el flanco demográfico la situación no es mucho mejor. Tres cuartas partes de los 68 millones de iraníes tienen menos de 30 años, lo que puede implicar en la próxima década una altísima tasa de paro -actualmente la cifra oficial es del 16% pero otras fuentes la elevan hasta el 20%- si Irán no mantiene un fuerte crecimiento económico. Ante este panorama es fácil de entender el atractivo de las zanahorias -inversiones directas, acuerdos comerciales, transferencias de tecnología-que ofrece Europa a Irán en sus negociaciones para impedir que el régimen teocrático se haga con armas nucleares.
El Fondo Monetario Internacional (FMI), en su informe de hace justo un año, recordaba a Irán que los tiempos de precios elevados del petróleo no tienen por qué durar siempre y que debería aprovechar la bonanza para reformar el mercado de trabajo, sanear las empresas estatales, fortalecer su política fiscal y monetaria y hacer más transparentes las cuentas públicas.
A los problemas citados que lastran la economía iraní hay que sumar el exceso de burocracia, las sanciones económicas impuestas en época del presidente Clinton y renovadas por Bush y la corrupción.
Precisamente, el nuevo presidente iraní, Mahmud Ahnadineyad, hizo de la corrupción uno de sus caballos de batalla electoral frente a su rival Hashemi Rafsanyani en las presidenciales del pasado junio. Ahmadineyad, que pertenece a la segunda generación de revolucionarios, es considerado conservador en lo político pero populista en lo económico.
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