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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El dragón interior

Estos cuentos de Carola Aikin (Madrid, 1961) muestran algo no corriente en el reino del todo vale en que -so pretexto de hibridación, mestizaje de géneros y demás zarandajas- gran parte de las editoriales españolas han convertido la narrativa. Carola Aikin tiene su propia voz, nada menos, lo cual en otros tiempos era lo mínimo que se pedía a un autor pero ahora se antoja anomalía, incluso patología.

Los relatos de Aikin están habitados por una poderosa irracionalidad, por fuerzas que desbordan. Pero eso es sólo el humus, del que crece lo demás. Por encima aparece un modo de narrar rezumante de desparpajo no exento incluso de vocablos populacheros. Hay mucha guasa, y también atrocidades: el cóctel funciona porque Aikin juega con descaro y bravura la baza de la fantasía, los trucos de la sugerencia. Por supuesto que a veces, seguramente por tratarse de un debú, el alud expresivo provoca desprendimientos que hacen trastabillar al lector o le obliga a reorientarse; pero el lector, en esta suerte de libros, se sabe gozoso viajero y acepta el reto.

LAS ESCAMAS DEL DRAGÓN

Carola Aikin

Páginas de Espuma

Madrid, 2005

132 páginas. 12 euros

Influencias literarias en las narraciones de Aikin pueden rastrearse múltiples, hispánicas y anglosajonas; sin ir más lejos toda la literatura de duendes y hadas. Algún cuento frisa la perfección en cuanto a adecuar lo que se dice, lo que se calla y lo que se insinúa: tal ocurre en Fanny la Rata, que tiene la ternura y el dolor del primer Capote, pero en absoluto se parece formalmente a Capote.

Una de las vetas temáticas en las que mejor brilla Aikin es la conmoción que supone el embarazo y la premonición de la maternidad. Donde otra escritora se pondría lírica perdida, Aikin opta por una poética que sugiere la invasión biológica, el desplome de las reglas, el incendio íntimo que devasta lo que ahí fuera se pone a tiro: ello sucede tanto en los cuentos de ambiente rural como en los de familias finas; si el embarazo proyecta su sombra, se convierte en una bomba, humorística o no tanto: en un auténtico huevo de dragón.

El lector, al cerrar el libro, no puede esquivar ya su propia dragonicidad, esa fiebre que todos, en un momento u otro, vemos que se apodera de nosotros y nos hace más que personas. Un libro, en suma, que no deja incólume. O sea, todo lo contrario a la literatura de uso y abuso que se fabrica hoy como churros, porque churro es.

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